miércoles, 12 de enero de 2005

Música rota

Querido diario: terminé con el prólogo para Die, Lady, Die (antes, incluso, de la fecha prevista). Me tomé unos minutos para salir a dar vueltas por el barrio pero el calor era mucho (para la una de la noche de hoy, el weather channell anuncia chubascos). De modo que volví a regar las plantas. A las adelfas, un poco (me siento un poco culpable de los tratamientos hormonales a los que las sometí, como consecuencia de los cuales las flores cambiaron de color). Casi nada a la rosa china y a la santa rita (que no lo necesitan ni se lo merecen, con las escasas floraciones que nos han dado desde que están con nosotros). Mucho a las cañas, a las alegrías del hogar, a los helechos y a los ficus. No conseguimos que la enamorada del muro se enamore (la hemos encintado enteramente a la pared, siguiendo el consejo de B., pero no hay caso). Le sugiero a S. que probemos con "la gotita". No es posible que esta planta nos dé tantos problemas.
Ahora, después de tomar un café, abro los archivos sobre la enfermedad y sobre Pablo Pérez para escribir la ponencia de marzo. Trabajaré dos horas y después, si la cabeza todavía me lo permite, leeré un rato. Me doy cuenta de que voy terminando maníacamente con mis obligaciones menores para poder concentrarme en el libro, que ya debería pronunciar El Libro.
Como si todo eso fuera poco, me obligo a escuchar música dodecafónica (Berg, Schönberg), de la que definitivamente no entiendo nada ni me gusta (Berg me gusta un poco, Schönberg me pone los nervios de punta). Pero tengo que dar clases sobre Doktor Faustus y se me hace imprescindible saber de qué estoy hablando. Podría decidir no dar esa novela (que por otro lado me gusta mucho) y dedicarme a escuchar Wagner, Franck, en el peor de los casos Cage (que me encanta), para dar Proust y Kafka, respectivamente.
Disiento con Oliverio Coelho, para quien "quizás no haya tendencia musical más difícil de enfocar e historizar que aquella vinculada a la exploración del ruido". La música dodecafónica (no la música atonal) tiene para mí el inconveniente de salírseme de foco todo el tiempo: sólo puedo pensarla como música incidental (de qué incidentes, no lo sé bien). En algún sentido sé que mis reparos hacia el dodecafonismo van a llevarme a interrogar, una vez más, el problema de la autonomía del arte, porque es cierto (tanto en la práctica como en la teoría) que se trata de la única forma del modernismo histórico en la cual la autonomía se verifica no sólo como programa sino también como efecto. ¿Me interesa esa perspectiva? Ciertamente, no. Pero no tengo argumentos para desarmar y volver a armar el problema (quiero decir: no tengo la competencia teórica, aunque tenga los libros apilados al lado del sillón de lectura). Significaría una ruptura definitiva con Adorno y los adornianos locales.
Para colmo de males, también tengo que dar "El perseguidor" (pero eso me preocupa menos, porque sobre esa mistificación llamada jazz sé bien qué decir).

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