martes, 23 de octubre de 2007

La muerte de una foca

Por Copi*

Tomado de Virginia Woolf a encore frappé (Paris, Persona, 1983). Trad. A. Carolina Puente.

Glou-Glou Bzz no es un nombre común. Era esquimal, su nombre era fonético, me explicaba ella acodada sobre el mostrador de Ice Cream Inn, el único lugar abierto por el frío polar en Kooon, la ciudad más al norte de Groenlandia. Yo formaba parte del contingente de europeos venidos a salvar a los bebés-foca de los cazadores canadienses. Me había alistado en un grupo de ecologistas para escapar de mi país, pero nadie sospechaba esto. Hacía una eternidad que no veía a una verdadera mujer. Estaba podrido de las focas y de sus bebés masacrados delante de nuestros ojos a pesar de nuestras protestas más bien formales; la mayoría de nosotros sacaba fotos de las masacres con la esperanza de venderlas a los grandes periódicos. Desde hacía tres años recorríamos Groenlandia sin el más mínimo éxito: a los aborígenes la idea de salvar la vida de un bebé-foca les parecía tanto más ridículo que matar a sus propios bebés para comérselos durante el invierno. Esto estaba permitido por su religión, con tal de que dejaran con vida al primogénito. Entonces, ¿cómo convencerlos de preservar a los bebés-foca? A decir verdad, yo me cagaba en la historia de las focas; no era una vida desagradable, excepto por la falta de sexo, que la convertía en un suplicio. Tanto más porque mis compañeros de ruta (éramos seis en total, incluyendo al oficial Kling, médico en jefe) eran todos homosexuales y se arreglaban entre ellos, mientras que yo tenía horror de eso, aun en el polo Norte, pero entonces, ¡qué pedazo de chica! Gorda, no; inmensa. Sus ojos rasgados y su nariz minúscula desaparecían entre sus mejillas redondas como un par de nalgas. Ella sonreía con sus dientes chicos y puntiagudos entre medio de una tonelada de carne blanca apenas cubierta por una túnica transparente. ¡Y afuera hacían cuarenta grados bajo cero! Me dije que sería un poco como acostarse con una ballena blanca, pero era sin lugar a dudas la única mujer disponible en esas latitudes. Le hice una seña para subir a una habitación, ella me tocó la bragueta; me sentí un poco avergonzado; mis compañeros se reían abiertamente de nosotros.

Sigue acá.

2 comentarios:

Rosa Lejana dijo...

Gracias!
Nunca conseguí ese libro, y tampoco "La cité des rats".

Gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias gracias

y mil gracias más!


: )

Puck dijo...

te amo linkillo! Solamente vos podés subir esta merivigliosa ponencia copiniana!
y como dice ROSA L. GRACIAS!!!!!!!

pd: tengo que escribir: putrice: vos elegiste estas palabrotas,es una certez