sábado, 28 de junio de 2008

Pánico escénico

por Daniel Link para Perfil

En una fiesta, una amiga me pregunta cómo estoy. Le digo que bastante cansado: por un lado, porque la intensidad política en la que vivimos y que tanto nos agrada (porque nos obliga a pensar, y a interrogarnos a nosotros mismos), nos exige una energía y una prudencia que no creíamos tener y que, es más, estoy seguro de que yo no tengo. Pero además, le cuento, un nuevo libro mío está ya en las últimas etapas de su producción, y me dejo invadir por la inseguridad habitual en estos casos: ¿para qué publicar? ¿a quién le importa?
Mi amiga, que no tiene formación literaria pero es una artista, no comprende bien del todo mis palabras: "pánico escénico", le digo. Es pánico escénico, pero se trata de un suplicio un poco más largo que el que puede sentir un actor.
Escribir puede ser más o menos placentero (creo que soy feliz cuando estoy escribiendo, no importa qué). Corregir un libro es una tarea monótona, tediosa, que por lo general enfrento como un trabajo rutinario: lo resuelvo más tarde que temprano, pero sin dramas de conciencia.
Luego hay que enfrentar el proceso editorial en sí mismo: seguir atentamente el progreso de la corrección de pruebas (que peca siempre de "demasiado": o el corrector corrige demasiado poco, o se le va la mano), aprobar la tapa, la contratapa, las solapas. En este punto la literatura, que antes había sido para mí un ensueño, un juego, una forma de investigar en qué clase de monstruo sería yo capaz de convertirme, y sólo eso (una experiencia de lo imaginario), comienza a convertirse en otra cosa: el libro, a diferencia del texto, es una mercancía y yo, que he vivido la mayor parte de mi vida entre libros, sigo ignorando su lógica. ¿Cuántas páginas tendrá impreso? ¿Cuál será su precio de tapa? ¿Cuánto tardará en aparecer en mesas de saldo? Después hay que acompañar el lanzamiento, haciendo, como se dice, prensa. Declarar, explicar, contar.
Cuando publico libros de ensayo (no es éste el caso), se suma además el suplicio que involucra la puesta en juego de la verdad: ¿habrá enunciados verdaderos en lo que escribo? Tratándose de la ficción, la cosa es menos grave, pero igualmente dramática: ¿se entenderá, se entiende lo que digo?
Sí, el mes que viene estaré inhabilitado para pensar en otra cosa que en el libro por venir. Y al mismo tiempo, con la desdichada conciencia de que ya no hay nada que pueda mejorarlo. Pánico escénico, sí. Pero para poder seguir escribiendo (lo único que nos importa), no nos queda sino atravesar el infierno de la publicación. Y después, el olvido.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Sabían que Alejandro M. estuvo a esto de ser liquidado por una banda de chongos?

Guillermo Katz dijo...

sin ánimos de desviarme de la intención del post, sólo quería decir que estoy muy en desacuerdo con tu comparación de la extensión del "pánico escénico" del actor con la del escritor... los procesos de creación actorales tienen muchísimas instancias de dudas, de miedos, de crisis, no se resumen en el momento antes de entrar a escena...

pero bueno, para no debatir inútilmente, sí pienso que la analogía es válida, pero duele que valorices una práctica de creación por sobre otra al utilizarla...

shame on you! :P

Anónimo dijo...

Katja A., servilleta en mano a modo de fusta corta y mascando pedazo de achura; eludiendo con singular habilidad la acera en arreglos y lanzada a trote limpio cual sólido bólido, en plan super-púgil, quiso imponerle kilaje al hombre-cámara de C5N. Además, le amenazó; no sabemos si con dedicarle una canción. Sólo la presencia de un agente del orden pudo detener la carrera descontrolada del coloso rabioso. Le habían tocado a distancia al amigo criminal y eso no lo perdona. No creo haberla visto tan celosa de los derechos ajenos cuando, por ejemplo, la negligencia homicida de Omar Ch., en probada conspiración con delincuentes que utilizan a la política como aguantadero, convirtió un incidente menor en la mayor catástofre no natural de la historia argentina con 196 personas muertas. La vieja celebridad de la pantalla menor definitivamente no tiene clase, excepto la que heredó en la cuna. La justicia no debería permitirle circular libre por la vida públioa. ¡ Qué bochorno para Roberto, Juan, Von Mises y Von Hayek !

Anónimo dijo...

Así que en el fondo sos humano!!

Tommy Barban dijo...

autormat: Hasta se lo juzgue y se lo condene, si es que ello ocurre, Omar Chabán es libre de ir a comer donde se le plazca. Sus derechos merecen ser respetados tanto como los de cualquier otra persona. Katkja hizo bien en defender y ser leal a su amigo.

Y felicitaciones por el libro linkillo!

Anónimo dijo...

Es verdad lo que escribe Tommy, aunque se refiera a un tema sobre el cual yo no abrí juicio. Chabán es libre de ir a comer a donde quiera. Vos, el honorable señor Link y yo, entre otras personas que viven fuera de la cárcel, también somos libres de hacer lo que nos plazca, pero no por eso podemos hacer cualquier cosa que se nos ocurra. Chabán es un conspicuo patán, su negligencia y conducta criminal provocó la muerte de casi 200 personas. Por lo tanto, él es menos libre que vos y que yo, por más que las carpetas del juzgado digan lo contrario.

Anónimo dijo...

Hola Daniel! Ya lo creo, estos son tiempos intensos, no sólo a nivel político claro, también son tiempos de una gran precariedad. Frente a este panorama movedizo, la inseguridad se hace protagonista. Pero aún así, te encontrás escribiendo, haciendo, pensando y con ganas de compartir eso con nosotros.
Qué el pánico escénico nunca te inmovilice y qué la alegría de ver el libro terminado te inunde y puedas disfrutarlo!!! Ánimo!!!
Un Abrazo!

liberto dijo...

Daniel: decís que crees que sos feliz cuando estás escribiendo; me gustaría saber (por curiosidad) si es mayor esa felicidad que la que (descuento) sentís cuando lees.
Espero ansioso tu libro.

Marta Repupilli dijo...

Volví y empieza el KAOS!

Anónimo dijo...

Tus columnas son una más gris que otra. Te garpan por escribir esto? Qué triste que hables de pánico escénico para hacerte autobombo y avisar que vas a sacar un libro.