lunes, 7 de junio de 2010

Con cierto barroco

Haroldo de Campos propuso, alguna vez, en relación con la historiografía literaria del Brasil, la noción de "secuestro del barroco". La perspectiva iluminista habría, según su criterio, no sólo obliterado la comprensión del episodio más importante de la cultura latinoamericana, sino que habría tratado, incluso, de borrarlo de un plumazo: el barroco es el fantasma que se guarda en el armario. ¿Por qué?
No es éste el lugar para intentar contestar una pregunta semejante, pero pareciera que el Barroco, con su horror vacui y su obsesión por llenar los espacios con imágenes (delirantes, como toda imagen) es una estética que, más allá de sus fundamentos pedagógicos, lo único que enseña es el delirio y el goce.
No pocos fueron los dolores de cabeza que los doctores de la Iglesia (teólogos y papas) debieron enfrentar en relación con la profusa iconografía del dogma de Roma.
El Concilio de Trento (1545-1563), por poner sólo un ejemplo, terminó prohibiendo las representaciones de la Trinidad tricéfala y condenándola como herética, no tanto porque contradijera el Dogma (en si mismo delirante: "En el Verbo, Dios se ha expresado en plenitud y el objeto de esta revelación es la Trinidad de las Personas donde el misterio de Dios es inaccesible a la razón humana") de las tres personas divinas (la "horrenda sociedad trina", como le gustaba decir a Borges), sino porque los protestantes alemanes, contra quienes fue armado el Concilio, se burlaban del asunto denominando a la figura como "el cancerbero católico".







Algo de razón había en la prudencia de los conjurados de Trento, porque habría sido (es) imposible sostener un monoteísmo fundado en una concepción tan griega de las figuras divinas: mejor, consideraron, borrar toda evidencia de esa contradicción constitutiva del catolicismo. Y así, procedieron a quemar las obras en las cuales la Trinidad apareciera como unos trillizos más o menos ridículos. Por fortuna algunas se salvaron, para documentar el delirio:



Particularmente la escuela de Cusco, a donde las noticias llegaban tarde y eran objeto de malas interpretaciones, continuó ejerciendo su derecho a la representación tricéfala (es decir: a la disolución de las identidades en un juego de repeticiones infinitas, al vaciamiento de las figuras de toda especificidad y al mero juego combinatorio entre unas y otras unidades, vaciadas de toda capacidad representativa y postuladas como una pura potencia de desidentificación):


Foto: Sebastián Freire

Contra el sentido común que insiste en que "no es oro todo lo que reluce", el Barroco optó por la pura reverberación, los dorados brillos, los juegos de espejo, los "trampantojo" y los falsos relieves. Lo que consideramos más propio de nuestra cultura (el 3D, por ejemplo, las redes, laberintos y rizomas) fueron el invento más duradero de los artistas y teóricos del Barroco. Por eso la Ilustración (incluso su versión teológica), miró con alarma sus invenciones y trató de censurarlas.
Secuestrado el Barroco como potencia de goce y de transformación (de las cosas y las conciencias), sospechaban, el mundo habría de ser más habitable (es decir: más mensurable y más categorizable, más disciplinable).
Pero el Barroco persistió, ya como un ejercicio consciente, ya como una potencia irrefrenable, hasta nuestros días, adoptando las máscaras del Neobarroco, de la Simulación, del "Neobarroso" perlongueriano y de lo Queer, en fin: de lo disidente.
La reversibilidad de los universos y de las líneas temporales es, naturalmente, un asunto barroco. El desdoblamiento de las identidades, claro, es otro. La indecibilidad entre lo vivo y lo muerto, el sincretismo cultural (por ejemplo, una Última cena donde las viandas en la mesa son cuises y maracujás), los monstruos, la teología negativa, las islas ilocalizables en el espacio, la tensión insoluble entre el cielo y el infierno son, todos ellos, motivos barrocos.
No, definitivamente Lost no se perdió en sus propias aspiraciones y sus múltiples líneas argumentales (que siempre fueron, por otra parte, bien coherentes), sino que sencillamente las sometió a una lógica secuestrada (y por lo tanto, siempre mal comprendida), la lógica barroca, que es, por definición, antirealista, antidogmática y antiiluminista, que no le teme al delirio o al ridículo y que hace del exceso su vía regia de investigación.
La temporada sexta de Lost, excesiva, totalmente innecesaria en lo que se refiere a la diégesis (porque el relato ya había terminado), se vuelve imprescindible desde el punto de vista de afirmación de una estética y una teoría: la reduplicación de las identidades (que viene a decir sencillamente que nadie es algo, que ninguno está condenado de antemano a tener una sóla vida, es decir: que cualquiera de nosotros puede huir de su propia facticidad), la postulación de un mundo supraterrenal más o menos idéntico al mundo conocido (es decir: una repetición que distorsiona levemente), el fatal hundimiento de los saberes científicos en saberes geológicos, prehumanos, pueden verse como una coda explicativa (no sobre la historia, que siempre importó más bien poco, sino sobre el relato) tal vez demasiado machacona, pero necesaria en tiempos en los que, precisamente, el barroco había sido secuestrado.
Todas las hilachas, las contradicciones, las transformaciones psicológicas de los personajes (¡Ben, Ben, quoque tu!), el vértigo y los inverosímiles tapones en los agujeros ("tapones en los agujeros") no quieren decir sino que hay agujeros (mejor o peor tapados) y que it worked no es un enunciado operacional que deba aplicarse al universo representado sino, más propiamente, al del relato.
Bien leído, el final de Lost dice todo lo que importa: dice que el tiempo transcurrido en la isla es apenas una brizna de memoria colectiva (como desde el comienzo sospechábamos), un relato sostenido por un "pueblo" más o menos fluctuante; dice que la guerra en curso en la que estamos envueltos debe cesar, y dice que el Barroco es la única estética posible para el relato audiovisual del fin de los tiempos, porque es la única estética que lleva implícita una ética de la autodestitución subjetiva y el goce (al mismo tiempo).
Si alguien quiere, todavía, derramar alguna lágrima por Lost a espaldas de los teólogos y Papas de la narración, los enemigos de la imaginería y los resentidos del concepto, vean estas imágenes (que me llegan a través de uno de los más atentos comentadores del acontecimiento, Pedro Jorge Romero): todos somos esos freaks, todos somos cualquiera de esos freaks:




7 comentarios:

Diego B dijo...

Adoro a la escuela de cusco. No sé si en Santiago de Chile pudiste ver el ciclo de la vida de San Francisco. Creo que es uno de los ciclos de la pintura cusqueña más importantes.
Algunas cosas cusqueñas lindas se pueden ver en nuestra querida Alta Gracia, en el museo del virrey.

La podredumbre dorada dijo...

Te zarpaste, la de la Trinidad y Trento no la tenía ni Agamben, ¿o sí? (¿Carpentier la tenía, y a eso alude el título? No sé, creo que no, pero no me acuerdo y no me importa tampoco...) El montón de disparates en defensa de Lost no está ni bien ni mal, yo haría lo mismo para defender a los Backyardigans, a los X-files o a Indiana Jones( sí, a Indiana Jones, y te juro que no me faltarían argumentos) pero los cuadros que pusiste avalan lo que sea. Muy pero muy zarpados. ¡Qué anglicano reseco y venenoso queda Georgie después de ver cualquiera de esas imágenes! pero no, el hijo de puta hasta ésa la vio, porque hace un minuto repaso "Historia de la eternidad" y Don Jorge calificó a la Santísimo Trinidad no de "cuerpo colegiado infinitamente correcto" que es lo que yo me acordaba, sino de "teratología intelectual" - que es lo que esos trillizos psicópatas son, en efecto. No sé, pero después de ver esos cuadros me dan ganas de no haber leído nunca a Kant! (¡Y, demás está decirlo, tampoco a Breton!) Felicitaciones, un hallazgo.

Lorenza Murió dijo...

Podrías escribir, si tenés ganás y tiempo, algo más sobre Lost y la guerra?? es que siempre seguí con atención tus notas pero lo de la guerra, como decirlo mmm... aún se me escapa.

Anónimo dijo...

No, Link. Es una serie de Television. Dialoga con otras series de Television, en primer lugar. Los agujeros no estan vacios y solo a algunos les generan horror. Si tan solo pudieras ver la llenura!

Nicolás M dijo...

¡Qué delirio!
Mario Bellatín tal vez debería escribir un best seller titulado "Los otros" y que versara sobre los hermanos siameses de cristo. Debería transcurrir en Perú, y la versión filmica tendría que ser dirigida por Cronenberg.

Don Munir M dijo...

En la previsibilidad (enemiga sucia de la Anticipación) de esa administración de lo feral se perpetra apenas el asco de un reiterado episodio que la va de nuevo en la Saga Central de Camarogenia. Y más nada chico.

¡Salistes refric en esta!

diego dijo...

Lost, Daniel, es como el dodecafonismo: optó por ser fiel a una necesidad teórica, injustificada en términos diegéticos pero imprescindible desde el punto de vista teórico. Una vez que los sonidos de la escala occidental quedaron fuera del paradigma tonal clásico, se hizo necesario organizarlos de otra manera, en virtud de otros paradigmas que jugaran con lo heredado y lo que la misma composición había desarrollado. Un vals dodecafónico es un capítulo de Lost: se hace en serie, se desarrolla como un acontecimiento lógico e inexplicable.
Para hacerlo, tuvo que renunciar a la felicidad. Un bajón.