sábado, 7 de agosto de 2010

Cazadores de bichos

por Daniel Link para Perfil

El pasado 23 de julio terminó en Viena la Conferencia Internacional sobre SIDA, donde se reunieron más de 20.000 especialistas y curiosos.
Julio Montaner, el presidente saliente de la International AIDS Society, que organizaba el encuentro, puntualizó algunos aspectos a esta altura del partido más que evidentes: los tratamientos antirretrovirales, además de ayudar a los pacientes portadores del virus, frenan la epidemia, reduciendo el riesgo de transmisión (cuando el virus alcanza el estado de indetectable en sangre) en un 90% o más.
La “Declaración de Viena” puso el acento, pues, en la necesidad de descriminalizar la homosexualidad y el abuso de drogas en los Estados que todavía utilizan leyes restrictivas en relación con esos grupos de alto riesgo, dado que “Los tratamientos no sólo salvan vidas”, dijo Montaner, “sino que contribuyen a desacelerar una epidemia que crece a razón de 2.7 millones de nuevos infectados por año”.
Conocemos la otra cara de la moneda: la toxicidad de los tratamientos suponen un lento pero sostenido deterioro de muchas de las funciones vitales.
Los griegos usaban la palabra Phármakon para designar tanto al remedio, a la cura y al antídoto como al veneno, la droga o la receta. Muchos años después, Jacques Derrida, que se entretuvo con las figuras del Pharmakeús (el mago, el encantador) y el Pharmakós (el chivo expiatorio), señaló que "El phármakon no es ni el remedio ni el veneno, ni el bien ni el mal, ni el adentro ni el afuera, ni la voz ni la escritura, el suplemento no es ni un más ni un menos, ni un afuera ni el complemento de un adentro, ni un accidente ni una ausencia".
Suplementarios, los tratamientos antirretrovirales se parecen hoy a esos antisépticos que, según los anuncios publicitarios, eliminan el 99.9% de los gérmenes.




Para algunos, la consecuencia es clara como el agua: aún sin usar condón, en contextos de medicalización masiva, infectarse de HIV es como ser víctima de un rayo o un piano en la cabeza. O, para ser más precisos (y tan ambiguos como los griegos), como ser alcanzado por una flecha envenenada con curare.

2 comentarios:

Frenzo dijo...

Uno tiende a desconfiar un poco cuando las estadísticas se ponen poéticas, pero pareciera que no son tan descabelladas.

Si el riesgo de transmisión sexual (con una persona infectada) es del 10% y hay un 1% de infectados, la probabilidad de contagio por un encuentro sexual al azar (sin saber si está infectada o no) es del 0.1% (1 cada 1000, relativamente alto).

Pero si uno toma los datos de wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Sida), la probabilidad de transmisión sexual por encuentro con una persona infectada es mucho más baja, del orden de 0.1%, con lo que realmente la probabilidad de contagio por un encuentro sexual al azar (sin saber la persona si está infectada o no) sería muy baja, del orden de 0.001%.

De todas formas, yo ni en pedo me jugaría la vida en base a estos cálculos.

Pola dijo...

acá en nasa conocí a un chico israelí que está desarrollando un nuevo método de cura del sida, parece que funciona: son trampas nanotech que engañan al virus para que las infecte a ellas, y lo debilitan porque cada elemento infeccioso pica como una abeja, con el aguijón pierde su fuerza infecciosa. en estos días tengo que entrevistarlo y sabré mais, muaaa i <3 uuuu dañeel