lunes, 18 de julio de 2011

Primera clase

Por fortuna Bryan Singer volvió a la criatura que había abandonado inopinadamente por un extraterrestre (¡Superman!, ese alienígena al que sólo la obediencia ciega de las audiencias puede seguir confundiendo con un superhéroe). La saga de X-Men languidecía desde su abandono (X-Men 3 fue penosa; Wolverine, burocrática) y parecía que nos habíamos equivocado, allá lejos y hace tiempo, en nuestra debilidad irresistible por las dos que guionó y dirigió. Ahora, con la colaboración de los productores de Fringe, Singer ideo una historia pletórica de delicias, delicadezas, inteligencias, que no dirigió (pero a la que le impuso su sello indiscutible).
Lo más incómodo de la película es Villa Gesell. En algún momento, el joven Magneto (desempeñado por un estremecedor Michael Fassbender que devuleve al personaje a los círculos de heroismo y verdad en el que lo habíamos colocado), se entera de que quien le ha arruinado la vida se ha exiliado (gracias a la generosidad de Perón) en esa villa costera. ¡Qué asesoramiento sutil!, piensa uno. ¡Cuántos estudiantes de doctorado convocados para legitimar una línea trivial de diálogo! ¡Qué investigación histórica irreprochable! Nada de eso: el plano que muestra a la tal Villa Gesell quita el aliento:


Naturalmente, no se trata de un error de guion (o producción), sino uno de esos guiños cinéfilos que en cualquier otro caso nos harían perder la paciencia: se cita a Los cuatro jinetes del Apocalipsis o a Gilda, donde la Argentina y sus ciudades son meros nombres que pueden llenarse de cualquier sentido y se dejan arrastrar por cualquier imagen.
De ese espíritu burlón, citacional y retro, X Men First Class obtiene gran parte de su encanto: los títulos finales copian los de 007 contra el Dr. No, saga heterosexual a la que X Men no se cansa de aludir, desde el nombre de la chica de las tetas de diamante (Emma Frost, si bien es parte del universo canónico de X-Men, cita a Miranda Frost, de Die Another Die) hasta el submarino decorado con los mejores artilugios de Los caballeros de la cama redonda (bulín espejado incluido).
Sí, definitivamente la industria se vuelve retro, pero al menos en este caso, lo hace con gracia.
Mientras se planea una remake de Footloose (1984), su protagonista desempeña aquí un rol para quien (para el actor, tampoco) el tiempo no pasa. Lo que X Men viene a pensar es la relación entre imaginación y archivo, entre Villa Gesell y "Villa Gesell", entre la norma y su desvío (o bien: entre la dialéctica y la ascesis), entre Stryker y Fassbinder (volveremos sobre el punto).
Como se sabe, First Class toma a Magneto y Xavier jóvenes, cuando todavía no portan esos nombres ni han adoptado las posiciones irreconciliables que les conocemos, en un campo de batalla que es el nuestro: ¿integración o resistencia?
Lo que la película explica, con lujo de detalles, es que pasó entre estos dos héroes de la política contemporánea: pues bien, luego de un apasionado e intenso romance, toman caminos divergentes (aunque Magneto se aferre al cuerpo ya semiparalizado de su novio y se culpe de su suerte, ya nada volverá a ser lo mismo entre ellos).
No todos los aciertos son de narración. También el diseño de personajes y el casting son impecables. La mutante libélula que arroja escupijatos explosivos es un hallazgo de freakismo, tanto como el joven que vuela impulsado por sus grititos superpoderosos.
Pero Magneto/ Fassbender se llava las palmas: el personaje es un prodigio de síntesis caracterológica y, aún cuando al principio no lo parece, hacia el final queda claro que Michael Fassbender (a quien habíamos visto morir en un sótano en Inglorious Bastards) se adueñó para siempre de su piel, su trauma y su rencor (y le prestó su rara intensidad, su aristocratismo "continental", sus atributos físicos).
Lo que en una película que, finalmente, no puede ignorar del todo la mirada infantil, apenas se insinúa:




Fassbender's big dick
y que Fassbender ha exhibido en otras películas e, incluso, en alegres sesiones neoyorkinas,






Fassbender's dick

es lo que enloquece al joven millonario que luego será Xavier, que arriesga su vida para salvar a su enamorado de una muerte segura y, luego, lo pone, literalmente, a sus pies y a sus órdenes. Can I be your Bratwurst, please? se llamaba la película de Rosa Von Praunheim protagonizada por "la Garbo" del porno gay, Jeff Stryker.
Como aquí Stryker ocupa un papel totalmente secundario, y no se trata del porno sino de la potencia (política) del amor entre varones (Fassbinder), no podría haber otra elección que la de Michael Fassbinder. Por esa vía, First Class cita toda la historia del cine gay y la pone al alcance de los niños, que es la obligación ética de todo cine de verdad, como el que a Bryan Singer le gusta imaginar (para nosotros). "¡Be proud!

"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"El personaje mitológico de los comics se halla actualmente en esta singular situación: debe ser un arquetipo, la suma y compendio de determinadas aspiraciones colectivas, y por lo tanto debe inmovilizarse en una fijeza emblemática que lo haga facilmente reconocible (y eso es lo que ocurre con la figura de Superman)..." Eco y yo pensamos lo mismo respecto de Superman. Por mi parte, Primera clase es eso mismo: un lujo y muy divertido. Beso, laura

federico carugo dijo...

¿Alguien vio y recomienda la serie "Damage" con Glenn Close?

Larsen dijo...

Más importante que lo que va de Villa Gesel a "Villa Gesel" es, para mí, lo que va de La crisis de los misiles a "La crisis de los misiles"; el modo en que la imaginación se apropia de la Historia y escribe otra, tan verosímil como cualquier otra.