sábado, 28 de diciembre de 2019

Cuento de navidad


Por Daniel Link para Perfil

Vimos El ascenso de Skywalker con la melancolía de las cosas cumplidas. Desde siempre, era una cita obligada con mis hijos, creo que a partir de El regreso del Jedi (antes ellos no existían). “Es la última película que vemos juntos”, dije. Sobre todo porque yo ya no voy al cine sino muy excepcionalmente y porque dudo que alguna otra película alcance a concitar nuestra unánime atención, que ni el amor más tenaz (el de mi yerno por mi hija) consiguió resquebrajar. De hecho, él se sumó a esta última aventura, e incluso posó para la foto de rigor con una remera de Starwars que le llevamos especialmente.
Disfrutamos de esta última entrega, sobre todo por la inteligencia con la que J.J. Abrams resolvió los ofensivos desatinos perpetrados por Rian Johnson en El último Jedi.
Desde el comienzo, la película nos arrebató en su vértigo narrativo y su intensidad emocional. Como todos, queríamos saber quién cuernos era Rey y cómo encajaba en la familia trágica de los Skywalker. La solución urdida por J.J.Abrams podrá resultar un poco forzada, pero era la única posible.
Quedamos conformes con la doble filiación (la biológica y la autopercibida) y con las pequeñas arbitrariedades que los guionistas y el director se permitieron (los caballos espaciales, esas cosas).
Estaba cifrado, en ese final, gran parte de nuestras vidas (en el caso de mis hijos: su vida entera) de modo que temblábamos de ansiedad en nuestras butacas. Una amiga, que estaba en otro cine a la misma hora que nosotros, nos dijo que lloró una hora de continuo.
Ahora nos toca decidir qué haremos con el grupo de whatsapp del que participamos desde hace años, donde hay incluso dos benjaminianos recalcitrantes que no quisieron sumarse al culto.
Mi hija propuso echarlos del grupo. Yo no sé si vale la pena continuarlo. The Mandalorian es una serie extraordinaria, pero su épica es menor.
Juana, mi nieta, heredará un imperio de recuerdos.


sábado, 21 de diciembre de 2019

La era de Macedonio

Por Daniel Link para Perfil

Estalló el verano y el macedoniofernandismo floreció en una explosión tan vívida que no dejaba ver bien a la distancia. Los diarios insistían en señalar que lo que el Sr. Fernández pretendía unir, la Sra. Fernández lo dividía. O viceversa, en un fragor espiralado que anulaba causas y efectos: lo que Fernández separaba lo juntaba Fernández.
Para peor, durante la semana que ya termina 5.000 líneas de colectivos se declararon en huelga y dos “facciones” (cito por la prensa burguesa) se enfrentaron en la sede de la UTA, cuyo secretario general, el Sr. Roberto Fernández, no aprobó la medida de fuerza impulsada por el delegado opositor Walter Fernández. Mientras el enfrentamiento crecía y se multiplicaban los heridos, el Sr. Fernández (¡pero cuál!) se refugió en los techos y dijo: “Es mi vida o la de ellos”.
Pero no: es la vida de todos y cualquiera. Eso es el macedoniofernandismo: el continuo viviente.
Macedonio Fernández (1874-1962) escribió hacia 1927, junto con algunos amigos, los capítulos de una novela que nunca fue terminada, El hombre que será presidente, con dos intrigas contrapuestas: las curiosas gestiones de Macedonio para ser presidente de la República, por un lado; por el otro, la conspiración urdida por una secta de millonarios neurasténicos y tal vez locos, para lograr el mismo fin.
Como se sabe, el macedonismo alcanzó a Borges, a Piglia, a Horacio González, quien se refirió a ese proyecto como una “fábula anarquista-economicista-biologista”.
El macedoniofernandismo llegó más lejos: alcanzó a Cinthia Fernández, que decidió (sigo citando a la prensa burguesa) un profundo cambio que incluyó corte y tintura, alcanzó a la periodista Mariela Fernández ("¡Ahí voy de nuevo!"), alcanzó a la Fernández Fierro, que lanzó una nueva versión de un viejo tema: “¿Dónde hay un mango, che Fernández?” y me alcanzó a mi, que empecé a pensar al autor del Martín Fierro como José Fernández.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Elogio de la historia

Elogio de la historia

Por Daniel Link para Perfil

¿Lloverá o no lloverá? Imposible saberlo. Hasta que eso suceda, la “lluvia” es del orden de lo posible, aún cuando se diga: “es necesario que llueva”. Lo posible se abre a lo imaginario: imagino un sinfín de posibilidades (todas ellas tienen como punto de partida mi propia capacidad de imaginar). ¿Recuperará mi salario su poder adquisitivo (noviembre fue el mes más cruel)? ¿Me alcanzarán los ahorros que tengo para las magras vacaciones planeadas?
Por definición, con el nuevo gobierno se abre ante nosotros un abanico de posibilidades que los fanáticos de siempre quieren cerrar porque no pueden imaginar que suceda algo diferente de lo que indican sus propias convicciones (que son casi siempre artículos de fe). La forma “manantial” (lo que surge, en el lugar y en el momento en el que surgen) tiene ese encanto: todo puede suceder y nos abrimos a la aventura de lo imaginable.
Lo que no puede sino suceder, lo im-posible, es lo necesario: lo que sucederá, no importa lo que yo piense. Cada vez que arrojo un objeto al aire (pelota, piano, pantalón), éste cae al suelo. La necesidad del cumplimiento de la ley de gravedad es el fundamento de las ciencias físicas (al menos, las que se corresponden con este plano dimensional).
La historia es, también, necesaria: lo que pasó, pasó y hemos llegado a donde estamos porque pasó lo que pasó. Los procesos históricos son im-posibles porque no se pueden ni olvidar ni falsificar. Hemos llegado a este punto (a este abanico de posibilidades) porque el Sr. Macri gobernó como gobernó. Y Macri llegó a gobernar porque la Sra. Fernández había gobernado como había gobernado. Y así sucesivamente hacia atrás, hasta el asesinato de Dorrego por Lavalle, quien fue el primero que dijo “La historia me juzgará”.
No tiene sentido quejarse por el pasado, que necesariamente ha sucedido y que no es un mero posible librado a la imaginación o el deseo. Lo que hay que hacer es analizarlo para ver cómo y por qué llegamos a donde llegamos: cómo y por qué, por ejemplo, llegó el Sr. Macri a gobernar, evitando en la medida de lo posible las teorías conspirativas, muy adecuadas para la falsificación de lo que fue.
Cada momento manantial es como una página en blanco, pero la página en blanco no está vacía, sino plagada de cosas ya dichas y en relación con las cuales se podría diseñar un posible sólo si se leen bien las huellas previas.
La semana que viene estaremos ya en territorio de necesidad porque, si el nuevo gobierno propone una medida, habrá una reacción, un resultado, una consecuencia, un proceso que se desarrollará indefectiblemente.
No sabremos nunca si pudo o no evitarse, pero lo cierto es que es necesario que el peronismo metiera la pata tantas veces para haber llegado a este momento que, todos deseamos, tal vez sea el de su última radiante mutación.


sábado, 7 de diciembre de 2019

Juego de tronos

por Daniel Link para Perfil

Estábamos en interregno. El monarca saliente promulgaba ridículas ordenanzas regias, se dedicaba a triquiñuelas baratas con su bufones y sus ministros y jugaba al golf para no pensar en las miserias que dejaba.
La corte entrante estaba formada por una alianza coyuntural entre el orden feudal y el orden despótico, pero confiábamos en la diplomacia del monarca futuro para limitar la capacidad de movimientos de la madre de los dragones e, incluso, para evitar su muerte a mano de los caudillos del norte.
Como vivíamos un tiempo de nadie, nos enredábamos en discusiones sobre lo que pasaba en otros reinos. El mismo orden que aquí se deshacía como un castillo de arena era acribillado a pedradas, palazos y falsas balas de goma detrás de las montañas. Tardaron casi treinta años, los de aquel lado, en rebelarse y revelar al mundo que no estaban dispuestos a acatar el yugo constitucional creado por un asesino usurpador del trono que todavía muchos años después de su muerte seguía teniendo simpatizantes, incluso en las mesas a las que ocasionalmente nos invitaban. Un día, una nimiedad casi inconsecuente encendió la mecha de la revuelta y la capital de ese reino de pesadilla ardió sin que hiciera falta la intervención de dragonantes.
Más al norte, en los reinos ecuatorianos y los ducados caribeños, la situación era la misma: sublevaciones, huelgas generales, reuniones en la plaza pública. El rey moreno quiso agregar nafta al fuego y se topó con la llamarada de furia de sus súbditos.
Lo peor sucedió en los reinos lacustres, cuando el monarca cocalero quiso extender su señorío más allá de lo que las normas se lo permitían. Hubo descontento entre sus súbditos, que los rancios sectores independentistas de la Media Luna, cuyo fascismo confesional había sido puesto a prueba durante los quince años previos, aprovecharon para desatar un proceso destituyente que obligó al rey a abdicar (su cabeza estaba amenazada). Para nuestra alarma, la progresía local y global casi quema en la plaza pública a la bruja mayor de todos los reinos por haber osado señalar en nombre de las mujeres, la selva y los indígenas, algunos errores y defectos del depuesto.
Si en ese momento nos asustó la pérdida de la dimensión crítica e histórica, algunos días después nos dominó el terror: en la capital del mundo, el rey tramposo se puso en pie de guerra contra los reinos mercosureños porque devaluábamos adrede nuestra moneda.


Siglo XX: Grandes Éxitos (1)


 por Daniel Link para Perfil Cultura

Entre los muchos progresos que el siglo XXI ha realizado respecto de su precedente, no se cuenta el de haber podido construir clásicos literarios de la misma envergadura que los del siglo XX, por su potencia estética, su osadía de pensamiento o su radicalidad política. Los “Grandes Éxitos” del siglo XX son la antología de la literatura que sigue sonando para nosotros.

Memorias de un enfermo nervioso de Daniel Paul Schreber

Aquella mañana, Daniel Paul Schreber se demoró en uno de esos estados de duermevela que Marcel Proust habría de novelizar pocos años después. De pronto se sobresaltó ante un pensamiento inesperado. Pensó (naturalmente, en alemán): “Sería realmente lindo ser una mujer sometida al coito”. Y se volvió loco.
Daniel Paul Schreber había nacido en 1842 en el seno de una familia burguesa protestante. Su padre fue un célebre médico y educador socialdemócrata que introdujo en Alemania la gimnasia médica y promovió la venta de pequeñas parcelas de terrenos para que los obreros usaran como huertos y jardines (Schrebergarden). El hermano mayor de Daniel se había suicidado, su hermana menor murió enferma mental. A los 42 años, Daniel, ya un reconocido juez y jurisconsulto, es internado por primera vez, bajo un cuadro grave de hipocondría. Dado de alta, vuelve a vivir con su esposa (con quien no ha podido tener hijos) y a seguir cosechando éxitos profesionales.
En 1893, poco después de su ocurrencia matutina que rechaza con la mayor indignación, lo nombran presidente del Tribunal de Apelaciones de Sajonia, cargo que puede desempeñar por muy pocos meses antes de ser dominado por sensaciones de reblandecimiento cerebral, ideas de persecución, alucinaciones visuales y auditivas, anonadamiento y estupor. Vuelven a internarlo en el asilo Sonnenstein, donde escribirá, durante 1900, sus Memorias de un enfermo nervioso, con el solo objeto de que le reviertan la incapacidad jurídica en la que se encontraba y le den el alta. Lo consigue en 1902. Al año siguiente, las Memorias se publican bastante expurgadas.
Poco después tiene una nueva recaída, ya definitiva. Muere en 1911, mientras otro autor, que había publicado en 1900 (o en noviembre de 1899) La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung) se interesó por las Memorias y, sin saber nada sobre el destino de Daniel Paul Schreber, se dedicó a analizar su libro con las típicas interpretaciones abusivas características de Sigmund Freud. El análisis propuesto en "Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente (1911 [1910])" tuvo una extraordinaria carrera y permitió definir la paranoia clínicamente y, también, culturalmente: el mal del siglo XX.
Tan así fue que Jacques Lacan, cuando escribió su tesis doctoral, eligió la paranoia como tema y cuando tuvo que prologar la traducción francesa de las Memorias, destacó el carácter monumental del libro, al que relacionó con las investigaciones estéticas de Salvador Dalí. El seminario Las psicosis de Lacan retoma el análisis freudiano de las Memorias para señalar sus aciertos y censurar sus defectos (“¿cómo puede ser que algo que da tanta razón a Freud sólo sea abordado por él bajo ciertos modos que dejan mucho que desear?”).
Desde otro marco de lectura, Elías Canetti subraya que en las Memorias "La paranoia es, en el sentido literal de la palabra, una enfermedad del poder".
¿Qué escribe Schreber en su libro extraordinario para llamar la atención de lectores tan ilustres y para que siga siendo materia de examen más de un siglo después de su publicación original?
Por un lado, cuenta su cuerpo amenazado por la fuerza de Dios: le han extirpado los intestinos, tiene el esófago hecho trizas y las costillas quebradas, le han reemplazado el estómago por el de un judío, le arrancaron los nervios de la cabeza y unos homúnculos le comprimen el cráneo haciendo girar una llave. Todo es inútil porque Dios, al querer destruirlo, va en contra del orden del Cosmos, más poderoso que Dios mismo.
Pero Dios insiste: mediante los rayos que lo constituyen modifica los órganos internos de Schreber para transformarlo en mujer (“Miss Schreber”, lo llama). Hay un complot del que participan los médicos que lo atienden, para asesinar su alma y para entregar su cuerpo de mujer a la prostitución.
Al final, Schreber se da cuenta del objetivo de Dios y de la escala universal de la que forma parte: lo que Dios quiere es cogerse bien cogido a Schreber para generar con él (como pareja divina) una nueva humanidad, superadora de la anterior, ya decadente.
Por el bien de la humanidad, Schreber decide aceptar su rol: “Es pues mi deber ofrecer a los rayos divinos la voluptuosidad y el goce que esos rayos buscan en mi cuerpo”.
Lo único que Freud puede leer en el asunto es que el delirio paranoico de Schreber le sirve para reprimir su deseo homosexual. Para Elías Canetti, “apenas es posible imaginar un error más craso". Para él, el delirio del autor de las Memorias es, en realidad, el modelo exacto del poder político, “que se alimenta de la masa y está compuesto por ella". Schreber, para Canetti, hace masa en una dirección que “el pueblo alemán” seguirá con algarabía durante los años posteriores a la Gran Guerra.
Por otro lado, la deliciosa fantasía de Daniel Paul Schreber no es homosexual, en absoluto. Es transexual y megalómana (si me van a coger para que yo pueda parir al hombre nuevo, el que me coge tiene que ser Dios, el mejor garche).
Las Memorias de un enfermo nervioso son un clásico que todavía nos alcanza, porque inauguran un siglo que, por un lado, hará de las ficciones paranoicas y las conspiraciones la clave de la interpretación política y, por el otro, que hará de la “paranoia controlada” un método de cura (el psicoanálisis) y de la transexualidad una bandera política.
Los argentinos tuvimos la suerte de que Ramón Alcalde tradujera las Memorias y las sometiera a un riguroso trabajo filológico. Perfil publicó ese libro en 1999