miércoles, 30 de septiembre de 2020
sábado, 26 de septiembre de 2020
Borderline
Por Daniel Link para Perfil
El asunto Capital-Interior se encuentra en un callejón sin salida, es un dilema caduco, decadente.
¿No estaba previsto en la refundación democrática precisamente el traslado de la “Capital Federal” fuera de Buenos Aires, precisamente para evitar la tortura de un conventillo constante entre los administradores de la ciudad y sus inquilinos temporarios (las autoridades nacionales)?
Sabemos cuáles son los méritos y los errores y omisiones de las políticas del Sr. Rodríguez Larreta. También sabemos que la “inequidad” no puede achacársele a ningún gobierno de la ciudad, sino a los sucesivos gobiernos nacionales, que no han puesto ninguna cuota de imaginación para resolverla.
Al actual gobierno nacional no le gusta Buenos Aires. No se sabe bien de qué culpan a la ciudad y a sus habitantes (sí, es cierto: a nosotros no nos gusta la privatización del espacio público, pero no escuché a nadie referirse a eso). ¿No sería una buena idea que se mudaran? Imaginen la pavada de obra pública que eso implicaría: ¡el despegue de la economía! Incluso los trenes de alta velocidad que alguna vez soñó la Sra. Fernández. Agregaría incluso la anexión del Conurbano bonaerense a la juridiscción admnistrativa de la Ciudad (¿no ganaría el peronismo esa elección para siempre?), pero con el traslado me conformo.
¿Y la educación? ¿No es un disparate que el Palacio Pizzurno se niegue caprichosamente a explorar las posibilidades de alguna forma de presencialidad? ¿Por qué insisten en la mera distribución de hardware, como si no hubiera “brecha digital” que resolver? ¿En nombre de qué la Nación le impide a la Ciudad que atienda el derecho a la educación de los más desposeídos?
Casinos abiertos, miles de futbolistas entrenando, bares con mesas en las veredas... Entiendo que todo esto es para satisfacer a Martín Kohan y a Rafael Spregelburd, desde ya. Pero: ¿por qué no dan alguna posibilidad para salvar a la escuela de su completa atonía?
Varias provincias pudieron dar clases durante algún tiempo (después volvieron a cerrar). Probar no cuesta nada, sobre todo ahora que el algoritmo de UNTREF determinó que en Capital, al menos, lo peor ya pasó.
Nos encantaría que nos dejaran discutir con Rodríguez Larreta sus políticas de seguridad, educativas, culturales y barriales. Pero para eso, primero hay que abrir las escuelas y dejar de protestar por los helechos iluminados. Salgamos de ese borde tarado y mezquino.
viernes, 25 de septiembre de 2020
sábado, 19 de septiembre de 2020
Gente rota
Por Daniel Link para Perfil
Hay gente que cree que los audios de los videos de Gabriel Lucero para Gente Rota son “reales”, “auténticos”. Muchos lo son, pero otros son creaciones deliciosas que se complementan muy bien con los dibujos animados que los acompañan. Aquella señora que espera respuesta de su “interlocutora” mientras mantiene apretado el botón de grabar y su marido pierde la paciencia es verosímil. Lo es menos el del señor que susurra palabras tiernas a su amante y la irrupción de su esposa a los gritos, sin que él atine a aflojar el dedo, o el audio del que grita de terror porque hay una cucaracha volando en la cocina. El terror paraliza, pero no a tal punto.
Lo mismo con la realidad cotidiana y la política: hay gente que cree que la protesta policial tenía un fundamento “destituyente”, y que había sido estimulada por la coalición opositora. O gente que cree que los redoblados cepos, grilletes, radares cambiarios y prohibiciones apuntan al Bien Común, el Norte indiscutible del Movimiento Peronista, que por eso no necesita de un plan de gobierno, porque la única meta es el Bien Supremo Peronista, siempre amenazado por las maquinaciones de la Clase Media Gorila.
La verdad (si la hay) es que el Peronismo es como una Madre Tóxica: no tolera que no lo necesiten y desarrolla contra los independizados toda su malevolencia. La izquierda, que últimamente parece haber perdido la capacidad de diagnóstico bien pronto deberá salir de su sopor y plantear un plan de acción además de por qué hay que leer a Trotsky.