sábado, 30 de octubre de 2021

Cristal luciente

Por Daniel Link para Perfil

Después de un largo viaje laboral, me encontré una serie de catástrofes domésticas que, sumadas a las que son de público conocimiento, literalmente me enfermaron. Tengo la garganta no hecha un nudo (no me emociona sino me que indigna el estado lamentable de las cosas nuestras) sino un estropajo. Una afonía persistente, que me lleva la silencio sostenido, salvo cuando tengo que ponerme al frente de uno de los dos cursos que estoy dictando.

Al primero de ellos asisten jóvenes cuyos números de documento empiezan en los 42 (el mío está en los 13). Lo primero que les digo es que no creo que puedan oir mucho más que un “Tira la bola, chico” o “Ese cohete no puede volar...”. Me miran con cara de pocker. ¿No (re)conocen al gallo Claudio? No tienen idea de qué les hablo. Uno, el más generoso, cree recordar al personaje, pero nada de lo que rodea esas frases memorables. Explico un poco y él piensa que el pollito nerd es el hijo del gallo Claudio. No, no. “Bueno, el sobrino”. Lo conmino: “¡No apliques Disney!” (él no lo sabe y yo no lo recordaba, pero entre Disney y Warner, que producía los Looney Tunes, había un abismo estético e ideológico: yo me eduqué con los personajes y los disparates de la Warner).

El pollito nerd (que es un calco de este alumno) es el hijo de una gallina viuda, y el gallo Claudio se empeña en educarlo en “cosas de hombre” cuando su madre lo deja solo, leyendo. Como una imagen vale más que mil palabras, les cuelgo en la plataforma didáctica unos videos del gallo Claudio (me encantaban sus juegos de palabras, sus lapsus, el elogio irrestricto de la lectura sobre la “vivencia”).

Mi alumno responde en el foro con un lacónico “No me quiero preguntar a qué era imaginaria pertenecen estos documentos”. Era la era, Egghead Jr., en la que tenía todo por delante (el cuello, el clavel, el cristal luciente). Hoy, en cambio, ya me pierdo en humo, en polvo, en sombra.

 

sábado, 23 de octubre de 2021

Debates políticos

Por Daniel Link para Perfil

Almuerzo con mi hija en Pilar por su cumpleaños. Ella acaba de volver de un viaje de trabajo a Madrid y ahora mira con mucho más desconfianza que antes el estilo de vida suburbano al que había apostado durante la ya pretérita pandemia.

Pero lo que desata una discusión que deja atónitos a los comensales de otras mesas es el pequeño cristal en el que Argentina se mira para encontrar su propia locura y su insignificancia, esa obsesión malsana de la opinión pública, que no puede pensar en otra cosa que en un infame episodio de alcoba. Yo no conozco demasiado a quienes participan del drama y he tenido que interiorizarme de quién es la Srta. Suárez, una muchacha de una belleza casi sobrenatural. De todos modos, me confundo a los demás personajes: Icardi, López. De mi ignorancia se salva Vicuña sólo porque protagonizó la Eva Perón de Copi.

Independientemente de mi ignorancia, me parece clarísimo que el descargo publicado por la Srta. Suárez merece nuestra adhesión incondicional a su causa. A mi hija le parece de un feminismo oportunista que no se condice con su propia historia de repetidos desarreglos. Yo insisto en que su tragedia la lleva a ser víctima de su propia belleza.

Mi hija menciona el departamentito que le pagó Vicuña mientras ella vitoreaba al wandánico. Admito que eso puede haber sido una jugada poco ética, pero al final de cuentas es madre. Mi hija contra-ataca recordando un caso todavía más antiguo (incluía un aborto espontáneo) que demostraría la frialdad de la criatura China.

Insisto en avalar su condena en general de los hombres casados y de la hipocresía familiar. Grito que o se está con la intolerable Wanda, o con la China. Con gran sabiduría, mi hija desbarata ese dilema trascendental y me calla definitivamente con un: “Yo soy del partido de Pampita”. Yo a Pampita no la aguanto, pero me conmueve la habilidad de mi hija para complejizar un diagrama afectivo.


miércoles, 20 de octubre de 2021

sábado, 9 de octubre de 2021

Crisis de energía

por Daniel Link para Perfil

Creo que los diarios argentinos se han hecho eco de la crisis energética en China, que tiene una triple causa: el compromiso con las pautas de emisión de gases, la escasez de carbón (el 72 % de la energía china se produce en centrales carboníferas) y la fuerte demanda de la industria.

El asunto repercute mundialmente. El titular de La vanguardia de hoy (6 de octubre) señala un máximo histórico para el precio del megavatio-hora en el mercado mayorista, lo que se vuelca en el consumo industrial y hogareño. Se han establecido franjas horarias con diferentes precios (lo que no parece demasiado lógico). La gente ya empezó a lavar la ropa de madrugada y los aires acondicionados domésticos no se prenden nunca antes de la medianoche (los valencianos con los que hemos hablado dicen haber pasado un verano infernal).

En los edificios piden que el ascensor sólo se use para eso, para subir. Para bajar, están las escaleras. De planchar o de usar el lavavajillas, mejor ni hablar. El gobierno de España anunció esta semana una reducción de varios impuestos sobre los precios de la electricidad: pan para hoy y hambre para mañana, como bien sabemos ls argentins.

Además de la escasez de carbón y de la merma en las reservas de gas (cuyo precio está también por las nubes), el verano europeo no ha tenido demasiado viento, por lo que los campos de producción eólica han trabajado poco. Europa podría enfrentarse a un duro invierno, con posibles apagones, cierre provisional de fábricas, escalada de precios y aumento de muertes por frío.

La catástrofe del COVID no ha terminado y la Tierra todavía no se repone de los dislates civilizatorios de la sobreproducción y el hiperconsumo. Producir energía para producir más bienes parece ya un nudo gordiano: las fuentes renovables son intermitentes o no alcanzan y las otras son, directamente, la muerte. Pregunté a mis amigos: “¿Qué onda con el hidrógeno?”. Para qué. Es complicado el hidrógeno, porque si bien es abundantísimo está siempre acompañado y es, por lo tanto, carísimo (o consume mucha energía) aislarlo.

Reconozco y en parte comparto la algarabía que produce en Europa actuar como si nada hubiera sucedido o como si hubiéramos salido de una pesadilla colectiva.

Pero la verdadera pesadilla recién comienza, por la incapacidad de todos los Estados para superar el fracaso suicida de un modelo de acumulación. Lo que está en crisis es la energía de la imaginación.

 

sábado, 2 de octubre de 2021

Pánico púnico

por Daniel Link para Perfil

Paramos a dormir en Cartagena porque no me gusta manejar durante más de tres horas en rutas que no conozco. Llegamos por azar al comienzo de las fiestas de la ciudad. Hay que agradecerle al nerd que en la década del noventa del siglo pasado impuso la idea de que alguns se disfrazaran de cartagineses (los fundadores de Cartagena) y otrs de romans, para conmemorar las guerras púnicas y la consolidación de Roma como potencia mediterránea.

Después de la siesta, las plazas y las calles comenzaron a llenarse de hombres, mujeres, niños y niñas disfrazados de guerrers de ambos bandos. Las tropas romanas iban organizadas en cohortes que recorrían el centro histórico de la ciudad al son de tambores y, sobre todo, azotando sobre sus escudos las espadas que portaban. En algunas mesas, soldados maquillados y vestidos de minifalda se abrazaban. Ya de noche, seguimos a unos legionarios al dancing al que entraron sólo para comprobar, en los mingitorios de lata, que esos hombres alineados apenas si tenían que apartar sus faldellines con pteruges de cuero para demorarse en la exposición de su potencia.

Lo más impresionante no fue la proliferación de fiestas que anulaban la reyerta (así se llama el romance de Lorca que evoca la lucha púnica) sino el mero paso de ese puñado de uniformados que en sus vidas cotidianas usaban incluso el lenguaje inclusivo y que iban vestids de cartapesta. Igual metían miedo. Imaginé el terror que seguramente impusieron los antiguos y odié todavía un poco más a los Estados imperiales.