sábado, 27 de noviembre de 2021

Albertítere

Por Daniel Link para Perfil

Todavía no habíamos salido del éxtasis en el que nos había sumido la aparición de La follia di Hölderlin. Cronaca di una vita abitante (1806-1843) de Giorgio Agamben, con ese extraordinario concepto de una vida que vive según hábitos y habitudes y con el encanto añadido de que nos hizo recordar al Roland Barthes de Cómo vivir juntos) y ya estamos ante un nuevo regalo y un nuevo prodigio, su libro (de Giorgio) sobre Pinocho (Pinocchio. Le avventure di un burattino). ¡Qué año!

En los dos libros, Agamben se deja llevar por el rigor filológico que lo caracteriza para definir lo viviente y, en el segundo, la máquina antropológica en toda su potencia. La fábula de Pinocho, nos dice, se desarrolla de principio a fin a través de una serie de reveses inesperados y de pasajes incesantes de un contrario a otro. La única moraleja es que nada es como es: ni el bosque el bosque, ni el amigo el amigo, ni el burro el burro, ni el hada el hada, ni el grillo el grillo, sino que todo cambia y se transforma continuamente.

Como el pícaro (ese personaje tanto de la novela clásica como del Martín Fierro), Pinocho sólo puede vivir desviviéndose, perdiéndose y escapando obstinadamente de su propia vida. De allí el apuro de Pinocho. Cuando se encuentra con el caracol que tarda nueve horas en llegar del cuarto piso hasta la puerta y le pide que apure su marcha, éste le contesta: "Soy un caracol, y los caracoles nunca tienen prisa".

La marioneta anda a los saltos como un galgo o una liebre; no camina, sino que "corre" por los campos; va "siempre por delante de todos: parecía que tenía alas en los pies". ¿Por qué tiene tanta prisa Pinocho? No porque quiera convertirse en un niño. Más bien, la prisa forma parte de su naturaleza indefinida, de su des-vivir constitutivo, de su no ser, como el caracol, sólo lo que irremediablemente es. Al axioma del caracol, la marioneta podría responder especularmente: "No soy lo que soy, y por eso siempre tengo prisa".

Antes de su definitiva transfiguración, Pinocho sufre otra: se transforma en burro. Las dos naturalezas -la del títere y la del burro- definen entonces el verdadero tema de la historia de Pinocho. La marioneta - ¿el hombre? - es el misterio del burro, y el burro es el misterio de la marioneta demasiado humana.

Todas las aventuras narradas en el libro -incluida la última, la falsa transfiguración- no serían más que un sueño del títere maravilloso, que al final sueña que se despierta y se ve en un sueño, dormido y "apoyado en una silla", igual que al principio se había dormido en una silla, "apoyando los pies en una estufa". Pero el sueño (tan real como la vigilia) es sólo la otra cara del misterio que, como la marioneta y como el burro, seguimos llevando en nosotros sin darnos cuenta. Tal vez, agregamos a espaldas de Agamben, Pinocho sea Chucky.

 

sábado, 20 de noviembre de 2021

Las alarmas del sistema

Por Daniel Link para Perfil

Uno de los grandes filósofos del lenguaje, Karl Vossler, fijó su atención en los “desajustes” que se producen entre las dimensiones descriptiva y tensiva del lenguaje (Filosofía del lenguaje, 1923). Vossler se detiene ante determinadas experiencias escritas u orales que constituyen otros tantos actos de expresión que no necesariamente obedecen a esquemas y que se resisten a la sistematización. Tales formas no pertenecerían, en rigor, a la lengua como sistema, pero su existencia no puede ser desestimada como un mero “accidente” del sistema que debiera corregirse.

En los últimos días, hemos escuchado las voces de pánico ante el crecimiento del voto en favor de partidos o coaliciones que, ya sea porque abrazan y se sostienen en una hipótesis revolucionaria o ya sea porque impugnan el funcionamiento corporativo de la política como coartada para reducir la acción compensatoria del Estado, son designadas como “anti-sistema”.

¿De qué sistema se habla? ¿Y en qué sentido importa el “sistema” más que los actos de expresión que esos votos que se fugaron de las grandes coaliciones representarían?

¿Y por qué, finalmente, se obtura cualquier análisis sobre el acontecimiento de la expresión en favor de partidos pseudo-libertarios (pero cuyos programas de gestión abundan en las más atrabiliarias censuras, represiones y limitación de libertades) o en favor de posiciones que expresan todo lo contrario?

Hemos visto, en programas de televisión aterrados ante el posible desmoronamiento del “sistema” (¿pero cuál, cuál?) al Sr. Gabriel Solano (¡felicitaciones por su performance!) divertidísimo sacándose de encima acusaciones pronunciadas desde la más profunda ignorancia de lo que el trotskismo significa. Al mismo tiempo, hemos visto las sonrisas complacientes del periodismo ante los exabruptos de los señores Javier Milei y José Luis Espert.

Si la expresión de una sociedad pasa por acontecimientos que el sistema no puede procesar según su propia lógica, habría que analizar esos acontecimientos para comprender qué implican, y sobre todo, qué diferencias sostienen (no respecto del sistema, esa entelequia, sino mutuamente): el F.I.T es una cosa, Avanza/ Libertad (en cualquier orden) es otra muy distinta. El único riesgo del sistema es permanecer idéntico a si mismo, encaprichado en ignorar los desajustes, las expresiones, el cambio (que puede ser hacia adelante, pero también hacia atrás).

 

sábado, 13 de noviembre de 2021

Fernández de Éfeso

por Daniel Link para Perfil

Argentina tiene su propia filosofía, que en la mayoría de los casos cae en lo dogmático, con lo cual le cabe más bien el rótulo de dogmalogía. ¡Qué nos van a venir los griegos con dudas sobre el propio saber! ¡”Sólo sé que no sé nada”! ¡Andá a cagar! Ya lo dijo Fernández (adivinen cuál, si pueden): “Lo único que sé es que nosotros tenemos razón en lo que decimos”. ¡Qué nos van a venir los cartesianos con sus dudas metódicas! Ya lo dijo Aldo Rico, señores, señoras y señoris: “La duda es la jactancia de los intelectuales”. ¡Así no se llega a nada! ¿Y qué decir del realismo filosófico de aquel general peripatético que rescató la frase “la única verdad es la realidad” del corpus aristotélico? ¡Pero por favor, qué disparate! ¿Vamos a dejar que los seres y los entes tengan una existencia independiente del sujeto que los observa? No, no, no. Seamos idealistas, pero tampoco tanto. Sólo existen los contenidos mentales, pero como la mente es un misterio, a veces se manifiesta un contenido, a veces otro, contradictorio con el anterior. Acá es así. Si van a estar jodiendo con el archivo de los dichos previos es que no están entendiendo nada.

Fíjense con cuidado: no se dice “tenemos razón en lo que hacemos” (nuestras acciones son racionales) sino “en lo que decimos” (el que no dice lo mismo que yo, por lo tanto, se equivoca).

El próximo lunes habrá una convocatoria a un Gran Concilio que, como el de Éfeso, intentará acercar las posiciones de los nestorianos y los arrianos. ¿Qué dirá el Papa?


sábado, 6 de noviembre de 2021

Novela sin autor

Por Daniel Link para Perfil

El 30 de julio de 2021 anticipé en estas páginas el libro que estaba escribiendo, “una novela de ciencia ficción en la que los sencillos robots que forman parte del juego se independizaban del algoritmo que los gobernaba. Iba a llamarse La Isla, y los robots tenían nombres del campo artístico argentino”. “Si la literatura es salud”, profetizaba en tiempos de confinamiento, “algún día ese texto se escribirá solo”.

Profunda fue mi sorpresa cuando comprobé esa predicción se había cumplido al pie de la letra: Free Guy (traducida como Tomando el control) coincide literalmente con esa línea argumental.

Vimos la película en septiembre y ya estaba por entablar demanda contra Disney por plagio cuando mi marido me advirtió que el estreno de ese film berreta había sido postergado por la pandemia y que yo no podía ser tan paranoico ni tan petulante como para pensar que Matt Lieberman o Zak Penn (los guionistas) habían escaneado mi disco rígido en busca de mis ideas.

Por supuesto, mi novela es (era) mucho mejor que esa tontería, sobre todo porque me servía de excusa para presentar mundillos encantadores: el arte, la literatura, el teatro. Pero ¿quién podría publicar un libro para arriesgarse a que los lectores consideraran que la “inspiración”, esa horrible figura, me viene de los consumos chatarra (y no de Proust, Thomas Mann, César Aira o Fogwill).

En fin: mi novela se escribió sola pero lo hizo más allá de mí, algo que no puede incomodar a alguien que, como yo, no ha hecho sino denunciar las irrisiones de la “autoría” o que ha hecho un elogio irrestricto del ready made.

Si ven esa película, piensen en mí. Y piensen, sobre todo, en los personajes que yo había incorporado.

En mi novela, la isla es un misterio, porque ninguno de los personajes recuerda muy bien cómo llegó a ella aunque todos relacionan el lugar con el viejo proyecto de María Moreno de crear una residencia para mayores que comparten ciertos gustos, y suponen, detrás de la economía (política y libidinal) de la isla, la mano de Roberto Jacoby y sus proyectos comunitarios: “somos descendientes de proyecto Venus”, dicen cada tanto (no lo saben, pero lo dicen en intervalos precisos).

Como todo sucede en loop, el teatro tiene una importancia decisiva en la organización de la vida en común. Vivi Tellas regentea el anfiteatro de la costa, donde se dan biodramas incesantemente y Alejandro Tantanian dirige el teatro del casco antiguo (los personajes parecen no notar que los edificios que lo componen son réplicas de otros edificios desaparecidos fuera de la isla: Notre Dame, las Twin Towers).

Nada es demasiado estable, porque como la organización del trabajo responde a la utopía a veces los personajes se encuentran trabajando en las minas o en la fundición (según el ritmo que les impone el canto de Paula Maffia), preparando la tierra para los campos de amapolas (las drogas son legales, pero se producen en cantidades módicas por razones climáticas y porque la demanda es estable) o adiestrando caballos en la escuela que Albertina Carri tiene en el barrio árabe.

Constantemente llegan barcos cargados de productos desde los islotes sicilianos donde vive Arturo Carrera o los islotes pesqueros donde manda Rafael Spregelburd, cuando no está organizando algún recitativo en la Sala del Órgano del barrio viejo.

Todo el tiempo una pareja o un trío están renovando sus votos amorosos en la oficina correspondiente y después caminan con sus amistades por los senderos de pedregullo hasta el medio del bosque, donde Alejandro Ros organiza una fiesta perpetua (si no está en la fábrica de muñecas, haciendo terapia ocupacional).

Una tarde, Rubén Szuchmacher, estudiando el texto de una tragedia restaurada por Alfonso Reyes, se da cuenta de que todas las existencias están regidas por un mecanismo más allá de la conciencia y de la voluntad. Hay una etapa de descontrol, hasta un nuevo equilibrio, no muy diferente del anterior.

En estas semanas me entrego a un ritual de destrucción: imprimí los capítulos que tenía escritos, cada semana leo uno y lo entrego a las llamas (lo transformo en asados para la familia y las amistades).