Por
Daniel Link para Perfil
Fundación
Proa inaugura hoy una muestra deliciosa, curada por Rodrigo Alonso,
cuyo nombre lo dice todo: “Arte
en juego”.
Esa
aproximación lúdica al arte argentino que gira
en torno a los juguetes de artistas, los juegos y los deportes
subraya la mutua implicación entre juego, imaginación y arte.
La
ocurrencia no puede ser más feliz, no sólo porque, como sabemos,
la
palabra “juego” convoca las ideas de límites, de libertad y de
invención sino porque, como también sabemos, hay una mutua
implicación entre juegos de lenguaje y formas de vida. Desde los
juguetes de artista hasta las lógicas del juego aplicadas al arte,
desde los juegos de roles hasta los aspectos lúdicos de las redes
sociales y las nuevas tecnologías, todo en esta muestra permite
interrogarnos al mismo tiempo sobre el arte y sobre la vida.
En
sus Investigaciones
filosóficas, Wittgenstein
había
subrayado que
no siendo
el lenguaje meramente designativo, sino una fuerza y un efecto (un
acto de habla o de discurso), se comprende claramente que el lenguaje
produzca formas (jurídicas) de vida. La infancia está
constantemente producida por juegos del lenguaje. “Puede
imaginarse fácilmente un lenguaje que conste sólo
de órdenes y partes de batalla. —O un lenguaje que conste
sólo de preguntas y de expresiones de afirmación y de negación. E
innumerables otros.
—E
imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida.”
Lo mismo cabría señalar
sobre el arte, que no representa el mundo sino que lo produce. O,
como decía Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”. No
importa tanto (o sí, pero no tenemos tiempo) la oposición entre
sueño y razón, sino el hecho de que un juego de
imaginación-lenguaje produce formas de vida (monstruosas,
potenciales, hipotéticas).
Samuel Beckett escribió
como parodia del Génesis en Murphy: “In the beggining was
the pun” (“el juego de palabras”). En 1719, Jonathan Swift
había propuesto en Ars Pun-ica 79 reglas para componer juegos
de palabras. Nabokov, que tradujo al ruso Alicia en el país de
las maravillas (se sabe que las diferencias entre las Alicias
reposa en los diferentes juegos que las organizan: un juego de
cartas, un juego de tablero), se entregó sin pudor a esas pesadillas
para los traductores. En Lolita leemos: “Guilty of killing
Quilty” (“culpable de asesinar a Quilty”).
Por
supuesto, no se trata de detenerse meramente en los juegos de
palabras, pero si nos interesara el asunto, allí están Oliverio
Girondo con sus poemas de En
la masmédula (“soy
yo sin vos / sin voz / aquí yollando / con mi yo sólo solo que
yolla y yolla y yolla / entre mis subyollitos tan nimios
micropsíquicos” o Cortázar con su gíglico en Rayuela.
Entre los antropólogos que
elaboraron teorías culturales basadas en los juegos, Roger Caillois
se destaca con Los
juegos y los hombres (1967)
donde, al mismo tiempo que especifica las actitudes elementales que
rigen la dinámica lúdica —competencia, suerte, simulacro,
vértigo— examina con el mayor detenimiento la sintaxis posible
entre esas cuatro categorías, que a veces pueden mezclarse y a veces
no. Caillois considera que los juegos guardan un misterio,
precisamente por su estabilidad a lo largo del tiempo y a lo ancho
del mundo: “Los imperios y las instituciones desaparecen, pero los
juegos persisten, con las mismas reglas y a veces con los mismos
accesorios”.
Entre
la obra visible de Pierre Menard, Jorge Borges le hace enumerar a un
narrador infatuado “un artículo técnico sobre la posibilidad de
enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard
propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación”.
Antes, el ajedrez hindú de cuatro reyes se había transformado en el
ajedrez medieval con reyes y reinas.
Esa
permanencia de lo insignificante, que goza de una continuidad fluida
y obstinada, ¿no evoca una dicha parecida a la que vibraba y nos
interpelaba en el teatrillo de títeres El
escándalo de la serpentina
o el Proyecto
Las Berninas,
para los cuales Arturo Carrera y Emeterio Cerro convocaron a sus
amigos artistas?
Jugar,
imaginar, vivir: no se sabe bien dónde una cosa empieza y otra
termina.