sábado, 24 de junio de 2023

Crisis infinitas

Por Daniel Link para Perfil

Después de un año o más, volví al cine. No es que interesara particularmente la película que iba a ver, pero la daban en el complejo nuevo debajo de Plaza Houssay, donde no había estado. Es una cuadra que, para mí, tiene un intenso significado personal porque cuando era muy joven, durante la Dictadura cívico-militar, los policías que vigilaban la entrada a la Facultad de Ciencias Económicas cruzaron la calle y me golpearon sin razón aparente. Yo hacía tiempo con un amigo para rendir un examen. Para mi sorpresa él se fue y me dejó solo ante las fuerzas del orden. Nunca más volví a verlo.

La plaza tuvo varias intervenciones arquitectónicas. La de 1980 establecía circuitos muy rígidos de circulación que (nosotros pensábamos) eran especialmente aptos para la represión de las manifestaciones estudiantiles, que quedarían literalmente acorraladas.

La nueva versión (después de una tímida remodelación en 2007 o cosa así) mejora un poco el perfil que da a la avenida Córdoba. La barranca de pasto que baja hacia el patio de comidas y los cines le agrega un poco de desnivel a una ciudad que carece de relieve.

Los cines tienen pantalla muy chica y todo en ellos funciona automáticamente. Es raro que no haya boleterías, pero por fortuna hay empleadas muy amables y ansiosas por ayudar.

Fuimos a ver Flash que es, según mi ya desvencijada memoria, el primer episodio de Crisis en las tierras infinitas, un choque entre la Gesamtkunstwerk wagneriana y los superhéroes de la pop culture marca DC. Desde una perspectiva adorniana es abominable, pero desde mi odio inclaudicable al universo Marvell, está bien.

 

domingo, 18 de junio de 2023

Efemérides

La Cátedra Libre en Estudios Filológicos Latinoamericanos "Pedro Henríquez Ureña" organizó el panel "Filología, teoría, vida" como conmemoración del centenario del Instituto de Filología y Literatuas Hispánicas "Dr. Amado Alonso", donde se dan cita tanto proyectos de investigación folklórica como de literaturas extranjeras. Contó con la presencia de Nora Catelli (“Joyce sin sus signos. Enseñar los clásicos traducidos”), Ottmar Ette (“Filología polilógica y ecología de la convivencia”) y Jean Bessière (“Des théories littéraires à une ontologie mineure de la littérature et à quelques points d'histoire littéraire contemporaine”). Presentó Daniel Link y tradujo Valentín Díaz. A continuación, las palabras de presentación: 

En el corazón de junio 

por Daniel Link 

Buenas tardes, les agradecemos la compañía en este día tan especial. Es Bloomsday en el hemisferio norte, el día del Ulises de Joyce. En el hemisferio sur, sin embargo, es todavía un “mes más cruel”, porque conmemoramos además los bombardeos a Plaza de Mayo, por parte de aviadores sublevados que, como en Guernica, atacaron inadvertidamente una población civil indefensa.

La semana pasada se celebraron los exactos cien años del Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, al que venimos a rendir nuestro tributo. Aclaro el plural: represento a la Cátedra Libre de Estudios Filológicos Latinoamericanos “Pedro Henríquez Ureña”, creada a instancias de la actual dirección del Instituto e integrada por Diego Bentivegna (quien suma al significado de este día el nacimiento de su primer hijo, Nicanor), Rodrigo Caresani, Valentín Díaz, Daniela Lauría y Cecilia Magadán como investigadoras docentes y Francisco Bariffi, Lautaro Paredes e Ignacio Repetto como investigadoras alumnas.

Para nosotras es, pues, al mismo tiempo una obligación y una alegría participar de este homenaje. Nos sentimos parte de esta institución centenaria, cuya generosidad intelectual merece subrayarse y nos gusta inscribir lo que hacemos (o lo que pretendemos hacer) en el horizonte de tensiones que han caracterizado y caracterizarán al Instituto. Este panel se explica un poco por eso.

Desde la decisiva gestión de Amado Alonso al frente del Instituto los temas locales siempre estuvieron muy imbricados con los desarrollos de las ciencias del lenguaje y del texto en la tradición europea, de lo que dan cuenta las traducciones de Bally, de Saussure, de Spitzer, entre tantos otros.

Es por eso que convocamos a tres personalidades ilustres, cuya relación con las “literaturas hispánicas” es más bien remota, pero que han desarrollado pensamientos decisivos respecto de la filología general y comparada, los lenguajes, los textos, las historias literarias, los bordes en que lo literario se cruza o se superpone con lo viviente.

En el acto central de la semana pasada, la línea final del acto decía “El lenguaje es la casa”.

Me acerqué a la protagonista del homenaje, la actual directora del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, Guiomar Ciapuscio y le repetí, pero con tono de pregunta: “¿El lenguaje es la casa? Qué final heideggeriano”. “¿Viste?”me contestó conteniendo las lágrimas.

Más tarde, desmenuzamos esa metáfora con los demás integrantes de la cátedra. “El lenguaje es la casa del ser”, había dicho Heidegger, subrayando el hecho de que (no lo dice de ese modo, pero se deduce de su aforismo) la política es un asunto de seres hablantes. Estamos pagando cara esa arrogancia, pienso, mientras los inusitados calores del mes de junio empiezan a disolverse en el viento helado que viene de una Antártida que se descongela de a poco.

Para mí, le digo a Diego Bentivegna, “El lenguaje es una ventana”, porque es el marco desde el cual miro el mundo. Percibo y actúo en el mundo desde una determinada posición lingüística. Él me recuerda una operación crítica de hace algunos años, cuando opuso “el lenguaje como casa del ser a la poesía como caza de la lengua”.

La relación de caza respecto de la lengua supone una predación nómade, no un asentamiento. Al territorio estabilizado del sedentarismo se opone la persecución y el agenciamiento con la presa (la lengua como presa) y los territorios. Ningún sedentarismo, sino más bien una deriva incesante. Es lo que yo, inspirado por él, llamé castrametari o castrametación (el arte de disponer un campamento, algo más duradero que el mero acantonamiento, aunque no tan permanente como una ciudad).

Claro, me dijo Diego ahora, “yo creo con Wittgenstein que el lenguaje es un ciudad, con partes en ruinas y partes en construcción”.

La relación de predación, de deriva o flânerie urbana necesita de un territorio más amplio, un afuera, una relación atenta a la respiración, los movimientos y el habla de los otros: no una mera política de los seres hablantes, sino una política ambiental, incluso un “animalismo”.

No importa ponerse de acuerdo (casa, ventana, o ciudad, qué más da). Lo que importa es que todo esto nos viene de la frecuentación de la filología y sus transformaciones en esta queridísima institución y afuera de ella.

Reivindicamos nuestra filología novomundana, porque quiso y supo articular asuntos de lenguaje con asuntos de territorio: la pluralidad de lenguas y de pueblos.

Avancemos ahora hacia una filología queer, una filología de lo sensible, una ecofilología de los mundos habitables. Seguimos la exigencia que nos dejó Amado Alonso, cuando escribió: América tiene algo que decir sobre la especial iluminación de problemas lingüísticos ya planteados y puede por su parte proponer otros de primera importancia. (...) Pero nos creemos en el deber de ser algo mas que colectores”.

sábado, 17 de junio de 2023

Metáforas cotidianas

Por Daniel Link para Perfil

Un poco desencantado de la vida ciudadana, voy al acto central de una institución que cumple cien años y que ha formado parte sustancial de mi formación.

La oscuridad me cobija, me obliga a relajarme y a entregarme a un ritual de escucha. En algún momento me sobresaltan unas imágenes que proyectan donde se me ve exultante, copa en alto, participando de no sé qué celebración.

La línea final del acto dice “El lenguaje es la casa”. Me doy cuenta de que durante la hora que duró mi abandono de la realidad, recuperé parte de mi curiosidad por las cosas dichas.

Aplaudimos, alguien llora. Miro alrededor y reconozco a algunas personas y a otras no. Me doy cuenta de la mezquindad de los ausentes que, porque consideran a esta institución un poco anticuada, se abstuvieron de la celebración. Me resulta extraño, porque precisamente el anacronismo, ese rasgo desdeñado por los snobs (que repiten inmutables los dictados de las modas intelectuales neoyorquinas), es lo que más me atrae de ese sitio, de esas personas, de los discursos que sostienen, con los que yo mismo entable relaciones de intensidad crítica pero que no podría abandonar nunca.

Me acerco a la protagonista del homenaje, la actual directora del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, Guiomar Ciapuscio. Le repito, pero con tono de pregunta: “¿El lenguaje es la casa? Qué final heideggeriano”. “¿Viste?”me contesta conteniendo las lágrimas.

Más tarde, comentando el veredicto con mis amigos, desmenuzamos esa metáfora. “El lenguaje es la casa del ser”, había dicho Heidegger, subrayando el hecho de que (no lo dice de ese modo, pero se deduce de su aforismo) la política es un asunto de seres hablantes. Estamos pagando cara esa arrogancia, pienso, mientras los inusitados calores del mes de junio empiezan a disolverse en el viento helado que viene de una Antártida que se descongela de a poco. Una política que ha despreciado a los entes y que ha hecho del paisaje un mero destino extractivista muestra sus ruinas. No es culpa de Heidegger, claro, sino más bien del mandato testamentario. Pero hay que empezar a cortar por lo sano.

Para mí, le digo a Diego Bentivegna, “El lenguaje es una ventana”, porque es el marco desde el cual miro el mundo. Percibo y actúo en el mundo desde una determinada posición lingüística.

Él me recuerda una operación crítica de hace algunos años, cuando opuso “el lenguaje como casa del ser a la poesía como caza de la lengua”.

La relación de caza respecto de la lengua supone una predación nómade, no un asentamiento. Al territorio estabilizado del sedentarismo se opone la persecución y el agenciamiento con la presa (la lengua como presa) y los territorios. Ningún éxtasis del Ser, ningún sedentarismo, sino más bien una deriva incesante. La casa, si acaso, se lleva a cuestas y se instala en cualquier parte. Es lo que yo, insipirado por él, llamé castrametari o castrametación (el arte de disponer un campamento, algo más duradero que el mero acantonamiento, aunque no tan permanente como una ciudad).

Recordé entonces a Rubén Darío, quien había escrito antes que Heidegger: “Si la palabra es un ser viviente, es a causa del espíritu que la anima: la idea. Así, pues, las ideas, con sus carnes de palabras, vivientes, activas, se congregan, hacen sus ciudades, tienen sus casas. La ciudad es la biblioteca, la casa es el libro”. También en la perspectiva dariana la casa es lo que se lleva a cuestas al atravesar del mundo.

Claro, me dice Diego ahora, que no por nada es un gran poeta, “yo creo con Wittgenstein que el lenguaje es un ciudad, con partes en ruinas y partes en construcción”.

Se dice que “el casado, casa quiere” y Heidegger se contenta con ese confort doméstico y patriarcal. La relación de predación o de deriva necesita de un territorio más amplio, un afuera, una relación atenta a la respiración, los movimientos y el habla de los otros: no una mera política de los seres hablantes, sino una política ambiental, incluso un “animalismo”.

Todo esto nos viene de la frecuentación de la filología y sus transformaciones. Reivindicamos nuestra filología novomundana, porque quiso y supo articular asuntos de lenguaje con asuntos de territorio: la pluralidad de lenguas y de pueblos.

Avancemos ahora hacia una filología queer, una filología de lo sensible, una ecofilología de los mundos habitables.

 

sábado, 10 de junio de 2023

Los nombres de Kafka

Por Daniel Link para Perfil

La delirante política argentina se explica, entre otros factores, por una crisis de identidad. Nadie sabe quién es quién, a quién representa, qué imagen de pueblo enarbola. Así, resulta que las dos alianzas más importantes están partidas porque interiormente cada fracción se parece más a una parte de la otra alianza que a sus propios compañeros de sufrimiento electoral.

El nombramiento de Jorge García Cuerva como arzobispo de Buenos Aires desató una persecución identitaria: es un cura villero, no es un cura villero; es amigo de Massa, se lleva mejor con Carolina Stanley; es pro LGBT (y “toda esa porquería”); es conservador, es comunista.

El mismo sacerdote impugnó el "vicio de encasillar a alguien de un lado o de otro". Ese encasillamiento es índice de una angustia identitaria (¿quién soy? ¿quién es aquél?).

Resumo una clase sobre el tema. Franz Kafka escribe en su diario el 11 de febrero de 1913: “Soy un pájaro imposible, un cuervo. Estoy perdido y así revoloteo entre los hombres. Ellos me miran con desconfianza y yo soy un ave peligrosa, un ladrón, un cuervo”. Pregunto de qué está hablando Kafka y sobreviene una catarata de interpretaciones (la paranoia de sentido).

Relaciono esas frases con el apólogo del cazador Gracchus, en el mismo Diario. Llega un barco transportando a un muerto vivo: un hombre que ha muerto en un accidente pero que sigue vivo porque cuando el barco lo llevaba a su descanso definitivo se desvió por un viento súbito y entonces quedó condenado a navegar entre ambas aguas. El alcalde de la ciudad le pregunta: “¿Y ahora piensa usted quedarse en Riva?” y Gracchus contesta: “No tengo intenciones” y después: “Estoy aquí, es lo único que sé, es lo único que puedo hacer”.

Sintetizo el juego pedagógico: Gracchus viene de graculus que quiere decir grajo, cuervo. Y Kavka, pero escrito con v y no con f (sin embargo, suenan igual) quiere decir...“cuerva”. Todo lo que se dice son variantes del propio nombre.

De modo que no habría que desesperarse demasiado por las identificaciones imaginarias (de uno o de los otros) y atribuir intenciones y sentidos (“ave peligrosa”) fundados en prejuicios. El “ser” es escurridizo, lo que importa es el “estoy aquí”. Con eso basta para empezar a hacer.

 

sábado, 3 de junio de 2023

Tres mujeres

Por Daniel Link para Perfil

En julio se cumplirán 430 años del nacimiento de Artemisia Gentileschi, la gran pintora barroca de cuya vida puede aprenderse tanto como de su pintura.

Hija del pintor toscano Orazio Gentileschi, amigo de Caravaggio, fue encomendada por su padre a otro de sus amigos, Agostino Tassi, para que le diera clases de perspectiva.

A sus 18 años, en mayo de 1611, el instructor la violó brutalmente. En 1876 se encontraron en los archivos vaticanos las actas íntegras del juicio por violación promovido por Orazio contra Tassi, quien fue declarado culpable por la violación.

El proceso duró siete meses, a lo largo de los cuales Artemisia es sometida a interrogatorios bajo apremios físicos y a humillantes exámenes ginecológicos.

Dos meses después de terminado el proceso, Orazio obliga a su hija a casarse con un mediocre ayudante de su taller, para restaurar el honor familiar. La pareja se muda a Florencia, donde Artemisia comenzará una nueva vida. A lo largo de los años vuelve a Roma, viaja a Nápoles, a Venecia, a Londres, donde se la reclama como a una de las grandes proveedoras de las cortes europeas.

Una de sus mejores pinturas, Judith decapitando a Holofernes (circa 1613), retoma un tema truculento que Caravaggio ya había transitado, pero con una fuerza y una complejidad tan convincentes que casi nadie duda de que la escena es una respuesta a su propia violación: “hay que cortarle el cuello al cerdo”.

Pensaba todo esto cuando veía los destinos finales de dos grandes mujeres protagonistas de sendas series: La encantadora Mrs. Maisel termina inverosímilmente rica, pero sola, odiada por sus hijos, mirando un programa de preguntas y respuestas mientras conversa telefónicamente con su amiga y representante de toda la vida.

Más abajo todavía, Siobhan Roy (el único personaje querible de Succession), que ha vivido ignorada por su padre y maltratada por sus despreciables hermanos, termina embarazada por descuido de un hombre al que detesta y que la ha traicionado, pero que en la escena final le extiende la mano como a un perro para que se la lama, cosa que ella hace figuradamente.

Pareciera que lejos de debilitarse, el patriarcado encuentra formas cada vez más sutiles para humillar a quienes lo desafían.

Cfr. Roland Barthes. "Dos mujeres".