Hasta hace un rato, Plaza Mayo era un hervidero de gente. Familiares y amigos de las víctimas de República Cromañón, en primerísimo término, y después los otros: los que nos sentimos involucrados en este duelo porque somos víctimas de la incompetencia, el cretinismo, la mala fe, la banalidad y el cinismo criminal de Aníbal Ibarra. ¿Por qué Ibarra se ha negado a tan siquiera considerar públicamente su renuncia, hasta ahora? Es cierto que esperó a que el presidente se lo ordenara ¡para recibir a los familiares de las víctimas! ¿Estará esperando una señal en el mismo sentido para poner patitas en la calle? ¿Tan inútil se sabe, tan incapaz de tomar una decisión por cuenta propia?
Hoy estuvimos frente a la Alcaldía el doble de las personas que marchamos el lunes pasado. Supongo que 10.000. ¿Cuál es el numerito que Ibarra está esperando para abandonar el trono de sangre en el que está instalado? Que lo diga ya, porque hoy quedó claro que la gente está dispuesta a continuar marchando para que se vaya. Que lo diga ya así apuramos un poco el trámite ineludible: ¿Alguien duda de que Ibarra deba marcharse? ¿Quién, además de sus secuaces y los payasos de su corte? ¿Los que coordinan sus "tallercitos"? ¿Los que usufructúan sus subsidios?
De paso, que se lleve el presente griego que le mandó Duhalde, ese Álvarez que dudaba si enrolarse en las huestes de Macri o seguir en los canales ortodoxos del peronismo.
En cuanto a looks, en la marcha se vio de todo y cualquiera que intente subestimar la protesta atribuyéndosela a aparatos de la izquierda (o de la derecha, porque en tren de descalificar el odio que les tienen esta gentuza es capaz de todo) está loco: había militantes, claro que sí (y bienvenidos sean), chicas en sillas de rueda, señoras con velas, jóvenes de ropa cara y raros peinados nuevos, parejitas de adolescentes, chicos en cuero. Todos bañados por una energía (política, claro) que los embellecía hasta volverlos la encarnación de un sueño o una mitología. Que declare alguien que esta marcha, o la anterior, o la próxima son ilegítimas. Así vamos sabiendo sobre qué tumbas iremos (oportunamente) a escupir.
Al volver de Plaza Mayo crucé la 9 de Julio, engalanada con sus lucecitas bobas que seguramente costaron más que los hipotéticos sueldos de los inspectores que Ibarra no supo o no quiso (para el caso es lo mismo) poner de nuestra parte.
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