jueves, 20 de enero de 2005

Clases*

* publicado originalmente en Hojas del rojas, 4 (Buenos Aires: julio de 2001)


En Internet hay muchas clases de hombres. La mayoría de ellos aparentan o dicen ser jóvenes[1]. Y eso es lo que importa, porque Internet es el laberinto de las apariencias. Como en un parque temático, los enfebrecidos hombres que recorren los "salones" o las "comunidades" de Internet sólo esperan el llamado del amor: "me gustás", dicho por alguien que nos gusta. Y, por supuesto, lo que aniquila toda fantasía masturbatoria en Internet es la adultez, la madurez.
¿Qué los une? Una apariencia, la posibilidad de formar parte de una "comunidad imaginada": una juventud física más o menos bien desempeñada, lo que "a su vez" es una garantía de disposición y pericia masturbatoria. Más allá de esos universales en los que (a esta altura del partido) se fundan todos los códigos de comunicación electrónica, lo cierto es que en Internet hay muchas clases de hombres. De pieles suaves como la seda o velludos, musculosos, delgados o fofos, altos o bajos. La mitad de los hombres de Internet dicen tener cuerpos espléndidos. La otra mitad, no. La mitad de los hombres de Internet hacen gala de una dotación sexual por encima de lo normal. La otra mitad, no. La mitad de los hombres de Internet tienen facciones regulares; la otra mitad, no. Los hay de todas las nacionalidades, pero en distinta proporción, lo que habla bien del quantum de cultura cibernética que atraviesa cada "nación". En Internet hay muchos norteamericanos, canadienses, ingleses (en ese orden), australianos, alemanes, brasileños (en ese orden). Los argentinos suelen recorrer los salones y comunidades por lo general de noche, y entonces suelen coincidir con brasileños (elenco estable, poco numeroso), canadienses y habitantes del vastísimo suelo norteamericano.
Como en todos los casos se trata de seres conscientes del carácter puramente convencional de la imagen que arman (¡seres hipersemióticos, tal y como la ciencia ficción había imaginado a los hombres del futuro!), el "plano" de su cuerpo a partir del cual cada hombre decide definirse dice bastante de la imagen que quiere ofrecer de sí y también de la imagen que espera recibir, del acuerdo necesario, por lo tanto, para que se encienda esa chispa que unirá dos conciencias durante un rato (o durante una vida entera). Hay muchas clases de hombres en Internet. ¿Cómo clasificar a esos hombres? Caracterológicamente, responden a todos los arquetipos: los tiernos, los salvajes, los avaros, los salvajes, los tímidos, los dominantes, los sumisos, los generosos, los inteligentes, los desenvueltos, los tontos, los apurados, los que se toman su tiempo. ¿Qué los convoca? El deseo de escuchar o de leer las palabras "Me gustás" de labios de la persona indicada, el deseo de poder imaginar que algún tipo de contacto es posible más allá de las estereotipadas y cosificadas clases del mundo "real".
Porque sos mi igual y porque me gustás valoro tu imagen (aunque sepa que es mentira), y porque me habías mentido y creí tu mentira o tu ficción es que sos mi igual y es que me gustás. Mon semblabe, mon frère.
¿Qué sentido tendría el sexo -ahora que carece ya por completo de todo fundamento reproductivo- sino como dispositivo adecuado para encontrar esa reciprocidad del "me gustás"? ¿No es esa utopía la que sostuvo, durante siglos, todas las aventuras amorosas? ¿Qué haremos ahora que hemos alcanzado la certeza de que ese pacto funciona -¡vaya si funciona!- en el universo del tecno-narcisismo (y acaso en ningún otro)?
El plano, la palabra, el estilo del otro recortará aquella parte que vale por el todo: un perfil, el sentido del humor, los glúteos, la cultura, la brutalidad, el pecho. Lo que sea que pueda gustar a quien se quiere llevar a pensar (¡que lo diga!, ¡que lo diga!): Me gustás. Me gusta eso que me mostrás, eso que me decís. Me gusta que me muestres eso. Que me muestres lo que me gusta me permite pensar que sabés algo de mí y que formamos parte de un mismo acuerdo, y que algo nos contiene, y que algo nos sostiene por encima de la violencia y la hostilidad del mundo.
Los hombres de Internet, es otra característica en común, jamás se entregarían en persona a un exhibicionismo tan intenso de sus almas desgarradas por el vacío amoroso.
Si se tienen en cuenta las estadísticas, parecería, es más fácil imaginar a los hombres de Internet. Pero el problema con las estadísticas es que clasifican en clases excesivamente bastas y, sobre todo, que ignoran la ficción. ¡Y hay tanta imaginación en Internet! ¡Y hay tántas clases de hombres en Internet! Altos, bajos, musculosos, esmirriados, gordos, flacos, inteligentes, tontos, cultos, incultos, velludos, lampiños, simpáticos, antipáticos, lindos, feos, tatuados, con sentido del humor o sin él. Homosexuales, heterosexuales o bisexuales. Activos o pasivos. Todos, probablemente los jóvenes más que los maduros (ya con sus corazones endurecidos por la desesperanza amorosa), esperan escuchar el me gustás dicho por la persona que les gusta. Todos, probablemente los jóvenes más que los maduros, buscan en Internet una experiencia
Necesariamente, deben buscarla en Internet, ese universo completamente imaginario (o ficcional), porque, a diferencia de lo que decía Benjamin en la década del treinta, "hoy sabemos que para efectuar la destrucción de la experiencia no se necesita en absoluto de una catástrofe y que para ello basta perfectamente con la pacífica existencia cotidiana en una gran ciudad. Pues la jornada del hombre contemporáneo ya casi no contiene nada que todavía pueda traducirse en experiencia: ni la lectura del diario, tan rica en noticias que lo contemplan desde una insalvable lejanía, ni los minutos pasados al volante de un auto en un embotellamiento; tampoco el viaje a los infiernos en los trenes del subterráneo, ni la manifestación que de improviso bloquea la calle, ni la niebla de los gases lacrimógenos que se disipa lentamente entre los edificios del centro, ni siquiera los breves disparos de un revólver retumbando en alguna parte; tampoco la cola frente a las ventanillas de una oficina o la visita al país de Jauja del supermercado, ni los momentos eternos de muda promiscuidad con desconocidos en el ascensor o en el ómnibus. El hombre moderno vuelve a la noche a su casa extenuado por un fárrago de acontecimientos -divertidos o tediosos, insólitos o comunes, atroces o placenteros- sin que ninguno de ellos se haya convertido en experiencia"[2].
(sexual o amorosa) a partir de la cual construir su propia identidad.



[1] Conviene destacar que los cibernautas son preponderantemente hombres (72 por ciento), solteros (68 por ciento), tienen entre veinte y treinta años (42 por ciento) y pueden comunicarse en otra lengua que la materna (95 por ciento), especialmente el inglés (89 por ciento). Los cibernautas brasileños, habría que aclarar porque la investigación que se está citando es Sexo, afeto e era tecnológica. Um estudo de chats na Internet, organizado por Sérgio Dayrell Porto (Brasilia, Editora Universidade de Brasilia, 1999). Pero la misma investigación sostiene que los datos coinciden con otras investigaciones en América Latina y Estados Unidos, con lo cual se podrían generalizar los porcentajes mencionados por lo menos para los países que funcionan según el modelo norteamericano de Internet, entre los que la Argentina se cuenta. De más está decir que no hay investigaciones académicas fiables sobre los usos de Internet en la Argentina.

[2] Giorgio Agamben. Infancia y experiencia. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2001



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