viernes, 18 de febrero de 2005

Bitácora

Reviso los planes de trabajo para el verano que me había impuesto. Sigo escribiendo Clases (ya tengo 150 páginas escritas, pero no corregidas: la mitad del libro, un tercio del trabajo). El prólogo para el epistolario de Pasolini ya lo entregué, así como el prólogo para la traducción de La asesina de Lady Di. En el medio, escribí para Canecalón sobre el libro de Gabriela Bejerman, mandé el texto sobre Aira a Cuadernos Hispanoamericanos, corregí un relato dialogado para Ciertopez, la revista chilena, escribí mi intervención en el coloquio internacional que organiza Wolf Bongers para marzo (falta pulir un poco la prosa), preparé la "clase virtual" que me habían pedido para el posgrado de FLACSO y seleccioné algunas entradas de esta bitácora para Confesionario, el libro que prepara Cecilia Szperling. Leí, entre otras cosas, Sueños de exterminio, y me empantané con Una moral de lo minoritario (bastante repetitivo).
Ya llegan las mesas de exámenes, después las clases (en Puán y en el Rojas). Antes del lunes que viene tendría que decidir el cronograma de mis clases y empezar a estudiar. Ayer acepté una invitación para coordinar una mesa en la Feria del Libro y tuve que decirle a Piro, con gran pesar, que no podía participar de un proyecto al que me estaba invitando.
No sé si trabajo mucho o poco, pero tengo siempre la sensación de que el tiempo no me rinde y eso es lo único que opaca la dicha casi constante en la que vivo (interrumpida hoy por este virus o bacteria que, con el correr de las horas, me ha quitado hasta las ganas de fumar).
Anoche, Cecilia S. me interrogaba sobre mi vida cotidiana y quería saber si me había convertido en un "anacoreta". Le contesté que si estar encerrado en mi estudio ocho horas al día, con las manos pegadas al teclado, apenas vestido y casi nunca afeitado, de mal humor cada vez que alguien me interrumpe, es ser un anacoreta, pues bien, lo soy. En realidad, exageraba un poco.

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