por Gabriel Giorgi
La solidaridad retórica entre homosexualidad e imaginación del exterminio no sorprende: la homosexualidad ha sido tradicionalmente asociada con la extinción de linajes, con el final de las familias y las progenies, la crisis del orden reproductivo, tanto biológico como cultural (en las resonancias múltiples que tenía a fines del siglo XIX y a principios del XX la noción de "degeneración", en referencia al agotamiento de las civilizaciones y la 'decadencia' de las culturas, según la fórmula con la que Max Nordau caracterizó el fin du siècle) ; los homosexuales, además, han sido frecuentemente (mejor dicho: sistemáticamente) representados en muertes violentas, como único final para sus cuerpos y sus deseos imposibles: gay bashing, suicidio, asesinato, son los finales que incontables narrativas han reservado para estos moderados perversos. Enfermedades diversas y letales, desde la sífiles al sida, se asocian a la homosexualidad como un azote merecido en los espectáculos que los medios masivos montan en torno a ella. Sucesivas diagnosis culturales sobre sus perturbaciones psicológicas han hecho de los homosexuales una raza propicia de serial killers en ficciones literarias y cinematográficas. Al mismo tiempo, la imaginación histórica y cultural acerca del autoritarismo, y en especial del nazismo, ha trazado especiales conexiones entre homosexualidad y genocidio, convirtiendo a los homosexuales no sólo en una víctima segura (como lo muestra, por ejemplo, Parágrafo 175 (2000), de Rob Epstein y Jeffrey Friedman, un documental sobre los homosexuales presos en los campos de concentración nazis, o las investigaciones en torno a las víctimas lesbianas y gays de la dictadura argentina de los '70) sino también, en cierta medida, en una explicación y una etiología del autoritarismo como patología política. La visibilidad del cuerpo homosexual en la modernidad -es decir, en su momento de naciomiento, en su punto de emergencia- ha estado estrechamente ligada a la imaginación de un 'final' que frecuentemente adquiere resonancias colectivas y que se articula entre los tiempos de la naturaleza (la reproducción, la especie, la 'salud') y los de la cultura (la identidad colectiva, la genealogía, etc.). Es entre estos dos tiempos y estas dos dimensiones donde la homosexualidad conjuga preguntas y ficciones en torno a su 'derecho a la existencia', junto a deseos, promesas de una eliminación que para muchos equivale a una purificación del cuerpo social.
Esta recurrencia entre homosexualidad y exterminio, quiero sugerir, no tiene que ver sólo con prejuicios religiosos, con convencionalismos morales o con la violencia 'homofóbica'. Tiene sin duda que ver con todo ello, pero en tanto que expresan una función constitutiva de la noción misma de 'homosexualidad': el homosexual y la lesbiana nacen en el siglo XIX, entre la medicina y la criminología, como categorías a corregir, a curar y a perseguir y eventualmente eliminar. Se originan como diagnóstico, y por lo tanto como estrategia de intervención sobre la vida sexual de las poblaciones, para delimitar contactos, dar forma a identidades, codificar y normalizar prácticas. Son, en ese sentido, identidades llamadas a la existencia para nombrar y encarnar lo que no debería existir: el suyo es un destino ontológico paradojico.
Más en Giorgi, Gabriel. Sueños de exterminio. Homosexualidad y representación en la literatura argentina contemporánea. Rosario, Beatriz Viterbo, 2004
Totalmente de acuerdo con Giorgi, Puig parece haberlo planteado en los 70 ya desde la ficción. El homosexual , como la mujer araña o la mujer pantera tiene la marca de la "anomalía", pero en la novela esa anomalía aparece reivindicada. Es el único que propone una salida elocuente, ironizando sobre todas las explicaciones sobre degeneración.
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