miércoles, 2 de febrero de 2005

Mar del Plata (suite)


FOTO: Sebastián Freire

El problema con Mar del Plata, además de su clima hasta ahora para mí siempre hostil, es su carácter siniestro (en el sentido freudiano del término). Sobre un paisaje urbano muy familiar, se sobreimprimen realidades sociales completamente extrañas (unheimlich). Los procesos de modernización de Mar del Plata no son los mismos que los de Buenos Aires, y de ahí la decadencia casi irreparable de su centro histórico (que es, casualmente, donde queda nuestra casa). Por momentos uno cree (supone) que está en una ciudad del pasado argentino. En realidad, no es un salto a través del tiempo sino más bien un pasaje a una realidad alternativa donde la modernización todavía conserva las diferencias raciales y de clase previas a la década del ochenta. En el centro, las gentes de provincia. En Los Troncos, los "chetos marplatenses" (ellos y ellas mismos un anacronismo viviente). Entre uno y otro grupo, ninguna circulación posible, lo que es una pena, porque los veranos, se sabe, son la oportunidad de todos los intercambios. Mar del Plata, por la cantidad de gente del interior que visita la ciudad en verano, debería ser un distribuidor de modernidad. Y si eso no sucede es por algún drama extraño que escapa a las primeras percepciones. A un amigo, por ejemplo, le impidieron participar en el Festival de Mar del Plata aduciendo que su película tenía escenas no aptas para la sala Auditorium. ¿Pacatería provinciana? ¿En una ciudad que se jacta de ser "La Perla del Atlántico"? Basta ver la televisión para darse cuenta de hasta qué punto uno ha cruzado un umbral hacia una dimensión desconocida. Lo único que se ve es una repetición maligna de Telefé (incluso las latas propias del canal 10 son cosas que darían vergüenza en cualquier canal de televisión que se precie de tal). ¿Por qué la ciudad no se reserva los derechos de exhibir algunas de las películas del festival de cine? En cambio, lo que se programa es un loop infinito de chistes berretas desempeñados por dos cómicos decadentes (Porcel y Olmedo). ¡Ni siquiera la Coca Sarli tiene un lugar en las pantallas marplatenses! ¿Puede ser? Un amigo maledicente describe el centro marplatense como Niza tomada por villeros. La analogía no me gusta demasiado, pero algo de cierto hay, en todo caso, en el abandono de esos edificios diseñados por Bustillo que dominan la Bristol. Es cierto que recuerdan demasiado al fascismo (o, para no llegar tan lejos, al peronismo histórico) pero eso no justifica que con ellos hoy no pueda hacerse nada. ¿No podría el Museo Nacional de Bellas Artes instalar en uno de ellos una sede, para el disfrute de todos nuestros compatriotas? Bien mirada, no son políticas urbanísticas las que Mar del Plata necesita, sino políticas culturales. Pero claro, también allí (sobre todo allí) el peronismo ha sido devastador y, como es de rigor, en La Feliz "se hacen trencitas de todo tipo". Nada más y nada menos.

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