P.D. James
Trad. Teresa Arijón
Sudamericana
Buenos Aires, 1998
416 páginas
En los mejores ejemplares del género (P. D. James, por ejemplo) esa necesidad se vuelve perceptible, legible, y en relación con esa necesidad la lectura avanza, veloz y voraz como una flecha o un relámpago de luz contra la noche oscura.
En otros casos, cuando la tontería (o el naturalismo) domina las conductas de los personajes, que son el reverso exacto de la conciencia del narrador, se mata por matar, por puro capricho, porque el género así lo manda y porque la gente espera que haya criminales. Se mata por puro deseo de muerte y no por necesidad (es el caso de la televisión).
P. D. James, "reina del crimen", ofrece con Cierta clase de justicia, una vez más, una novela deliciosa. Varias son las obsesiones que recorren la obra de la autora (nacida Phyllis Dorothy James White). Todas ellas aparecen, para felicidad de los fieles, en esta última novela. Por un lado, el buen gusto, siempre interrumpido por el crimen y la irrupción de esas dos figuras gemelas de la perturbación, el criminal y el policía. Es, probablemente, el costado menos convincente de las novelas de P. D. James y las reflexiones que suelen desarrollar personajes y narradores es casi siempre un suplicio (necesario, sí, pero un suplicio al fin). Otra obsesión es Dios, cuya ausencia repentina del mundo las novelas de P. D. James no dejan de lamentar. No hay, en efecto, Dios. Cualquier otra cosa que los obsesivos personajes que pueblan su universo pongan en su lugar (por lo general la razón, un modo "racional" y "moral" de manejar la propia vida), se revela, hacia el final de la novela, una construcción tan vacía e inadecuada como Dios. Es precisamente ese deseo de un orden (diferente del caos de la vida cotidiana) lo que arrastra a la muerte (propia o ajena). En El cráneo bajo la piel esa ambición forma a un asesino (encantador, por otra parte), en La muerte de un testigo vuelve culpables por omisión a dos hermanos, en Cierta clase de justicia marca a Venetia Aldridge, brillante criminalista, con la marca de los que van a ser asesinados.
Por supuesto, contra la razón y el buen gusto se levanta el edificio del deseo, ese monstruo que desbarata mundos, desencadena pasiones tenebrosas y lleva, sobre todo, al asesinato. "¿Alguna vez experimentó un amor obsesivo?" pregunta, no para justificarse, pero sí para explicarse, el asesino improbable de Cierta clase de justicia.
Ésas son, en P.D. James, las razones que vuelven necesario el crimen, y en todas sus novelas sus detectives (el experimentado comandante Adam Dalgliesh, la joven y brillante Cordelia Gray -Poco apto para una mujer, El cráneo bajo la piel-, a quien hace tiempo no vemos protagonizar ninguna historia) se afanan por descubrir, precisamente, las razones de tanta aflicción y tanto desorden.
Ésa es la maestría del escritor de policiales: demostrarnos que la investigación policial es verosímil, pero también que el asesinato (esa rareza de conducta) se justifica en un mundo cada vez más abandonado por el buen gusto y la razón.
El policial a
2005. Más de una década y no había leído este post. Enloquezco con P.D. James. Como uno de los personajes de Lost, guardo una de sus novelas todavía sin leer. (El lo hacía con Dickens.) A veces, como en este caso, juego a googlear Linkillo + (palabra que podría obtener como resultado una entrada en este blog). Y acierto.
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