Ayer, cuando fui a bajar la persiana para ir a lo de Anselmo, el hermano de S., vi a unos tipitos en la puerta descargando un camión de mudanzas. Eran jóvenes (incluso hice contacto visual con uno de ellos). Entraban, entre los bártulos de rigor, plantas, lo que en el barrio es algo bastante insólito. Deduje que algunos de los ancianos que habitan en este edificio debe de haber pasado a mejor vida, pero no alcanzo a saber cuál. El departamento del tercer piso sigue en venta (por lo menos eso parece sugerir el cartel colgado del balcón) y los viejitos blandos con los que me cruzo parecen ser los mismos de siempre (no podría asegurarlo, porque todos se parecen mucho).
Lo que pasa en el barrio es curioso, porque hay muchas casas desocupadas (las que estaban ilegalmente ocupadas fueron desalojadas el año pasado), lo que quiere decir que muchos de sus habitantes fueron trasladados a la Chacarita pero que nadie los ha reemplazado (algo del barrio debe hacerlo resistente a la especulación inmobiliaria). Es como si en el centro de Buenos Aires se hubiera instalado un pueblo fantasma.
En el fondo es una tranquilidad, pero a veces resulta un poco inquietante.
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