viernes, 4 de febrero de 2005

Un artista del hambre


La inmensa soledad
Frédéric Pajak
trad. Javier del Prado Biezma
Síntesis
Madrid, 2000
336 págs.

por Daniel Link Frédéric Pajak (Hauts-de-Seine, 1955) es un artista extraordinario. Lo sabemos, ahora, gracias a La inmensa soledad, con Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese, huérfanos bajo el cielo de Turín, ese extraño libro que le valió el triunfo en la edición 2000 del Prix Dentan, una de las principales recompensas literarias de la Suiza romande ("equivalente al Goncourt", dicen ellos). El premio, que se otorgó por quinceava vez, premia a "una obra de autor suizo romande por su originalidad, sus cualidades de escritura y el placer de la lectura que procura". Ninguna de esas tres características le queda grande a este dibujante, novelista y ensayista (nadie se atreve a decir "filósofo" o "pensador") casado y padre de una hija de 14 años que, también el año pasado, recibió el premio de guión del Festival de Locarno y la Sociedad Suiza de Autores por su proyecto Le navet, presentado en conjunto con Dominique Bianchi.
Si hay que realizar estos rodeos antes de hablar de La inmensa soledad es para que se comprenda bien la diversidad de los intereses de Frédéric Pajak, quien no satisfecho con ser una de las referencias insoslayables del comic underground de Suiza (y desde la perspectiva argentina, la mera posibilidad de ese "movimiento" puede mover a risa; pero piénsese en Borges), como lo demuestra su participación en el volumen colectivo Las aventuras de Latex (Ginebra, 1991) o su recopilación de dibujos Les Poissons sont tragiques (Lausana, 1989), se ha lanzado con idéntica potencia a la novela (Le bon larron, relato de juventud publicado en 1986 pero escrita diez años antes), la pintura -es hijo y nieto de pintores- y el cine. Algo tendrá, evidentemente, para decir, un artista lanzado a la experimentación en todos los frentes (de paso: sólo un país como Suiza podría sostener la existencia profesional, es decir autónoma, de "artistas experimentales").
El arte de Pajak seduce por el delicado equilibrio que consigue entre la protesta existencial ("Este libro fue hecho a partir de un dolor", ha dicho de La inmensa soledad) y la apatía: una escritura de sí por completo apática (como apática puede ser, precisamente, la Suiza de Borges). "Todos mis libros", declaró Pajak a la revista Construir, hace menos de un año, "parten finalmente de lo que he sentido o vivido en mi infancia. Simplemente, he mandado a esas experiencias a una especie de viaje a través de la cultura y de figuras como Lutero, Pavese, Nietzsche o ahora Apollinaire, que será objeto de mi próximo libro".
La inmensa soledad es, en efecto, el penúltimo libro de Pajak. Su último título es Chagrin d'amour, suerte de homenaje a Guillaume Apollinaire, uno de los más radicales pilares de la modernidad literaria. Basado en la correspondencia amorosa de este "incendiario de las ideas comunes" (las cuatrocientas cartas enviadas a Lou y también a Madeleine desde el frente de batalla de la Primera Guerra Mundial), el libro se detiene también en las figuras de Casanova, Chamfort, Mondrian, Picabia, Gombrowicz, Duchamp (el más grande de los artistas apáticos de todos los tiempos) y Robert Walser. Entre la autobiografía y la biografía, Pajak evoca sus propios placeres y sus penas amorosas a partir de los del autor de Las once mil vergas, "el mal amado". Es la mediocridad afectiva contemporánea lo que le sirve de pretexto a este extraordinario y perspicaz lector para hacer vibrar el amor en versión Apollinaire.
Porque si hay algo que convierte a Pajak en un gran autor es su capacidad para hacer una "literatura" ("obra gráfica" suena, todavía hoy, un poco empobrecedor) fundada en lecturas eruditas y brillantes. Por ejemplo, el sorprendente cruce entre Nietzsche y Pavese que propone en La inmensa soledad a partir de dos o tres coincidencias biográficas (la orfandad, la educación en el seno de una sociedad de mujeres, el celibato) y un mismo paisaje: Turín, como paradigma de la ciudad moderna. "Turín ha nacido moderna", escribe en La inmensa soledad debajo de esos desolados paisajes que dibuja. "Es una ciudad del siglo XVII. Y su cara severa no se debe ni a la explosión demográfica ni al esplendor económico, sino al poder absoluto de la Corte. Aquí, el barroco no es el canto del cisne de una clase dominante exhibicionista: es la razón misma de su esplendor austero. A comienzos del siglo XX, Turín va a transformarse de manera súbita en la mayor ciudad industrial de Italia, con sus talleres de cuero, sus telares, sus fábricas de caucho, sus fábricas químicas, sus talleres de material eléctrico y de máquinas herramienta, sus imprentas y su célebre producción de automóviles. En Turín aparecen las primeras élites obreras de Italia, que van a predicar un comunismo radical, esencialmente urbano. Antonio Gramsci viene a Turín para elaborar su miel soviética, antes de morir encarcelado en Roma, en 1937". Turín es, además -y no es un dato menor tratándose de un dibujante de una sensibilidad como la de Pajak- sede del Museo de Antropología Criminal, en el que su fundador, el Dr. Cesare Lombroso (1835-1909), clasificadó metódicamente los trabajos recogidos en los manicomios y en las cárceles.
Ya se trate de la ciudad barroca donde Nietzsche escribe Ecce Homo y pierde la razón, de la ciudad industrial en la que Pavese escribe su obra y se suicida, o la ciudad en la que Lombroso sienta las bases de la biopolítica moderna, Turín es ese paradigma de la modernidad que atrae la mirada hipnotizada de Pajak: el escenario de la pena, del delirio y del ensueño, el lugar de la pasión y, también, de la apatía (de la distancia).
Leer bien es relacionar lugares lejanos. No es tan audaz postular una recuperación apática de la afectividad a partir de la obra de Pavese. Mucho más sorprendente es hacer pie, para esa recuperación, en las páginas patéticas de Nietzsche. En esto, Pajak reconoce un antecedente, cuando cita a Giorgio De Chirico: "Turín me ha inspirado toda la serie de cuadros que he pintado de 1912 a 1915. En honor a la verdad debo decir que también le deben mucho a Friedrich Nietzsche del que, en aquella época, era yo un lector apasionado. Su Ecce Homo, escrito en Turín poco antes de que naufragara en la locura, me ha ayudado mucho para comprender la belleza peculiar de esta ciudad".
Saludada como obra maestra por Philippe Sollers, traducida al italiano, al alemán y al español, La inmensa soledad es una obra inclasificable que incluye 330 dibujos acompañados de textos (fragmentos de relato, citas) de una imaginación a la vez irónica y melancólica. Vivimos tiempos sombríos, parece decirnos Frédéric Pajak, y son precisamente las sombras de la modernidad las que, al mismo tiempo que someten la vida (y la muerte) a definiciones completamente nuevas (lo que se llama biopolítica, sobre todo a partir de las investigaciones de Michel Foucault y Giorgio Agamben) parecen aniquilar la potencia sagrada de la afectividad como dadora de sentido de la vida.
Es por eso que esos personajes que parecen todos salidos de un sueño de Pinocho están siempre a mitad de camino entre "la inmensa melancolía" y la alarma política. No es casual que Pajak recuerde, como al pasar, que Lombroso compara la mentalidad del loco con la del criminal y la del genio y que las afirmaciones del criminólogo serán más tarde el referente de los teóricos nazis del "arte degenerado".
Sí, para Pajak la soledad y la orfandad no son sólo estados del alma, sino también un territorio y una forma de resistencia, la forma de una errancia a través de la ciudad moderna, convertida, cada vez más, en campo de concentración.

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