Un editor agudo es aquél capaz de darse cuenta de aquello que falta, y reponerlo. Faltaba, en nuestras librerías, una edición del Diccionario de los lugares comunes de Gustave Flaubert. Leopoldo Kulesz, de libros del Zorzal, se dio cuenta y reeditó la clásica traducción de Alberto Ciria (Buenos Aires, 2004, 96 págs., ISBN 987.1081.58.8).
En una carta del 17 de diciembre de 1852 a Louise Colet, Flaubert escribía: "He vuelto a rumiar una vieja idea, la de mi Dictionnaire del idées reÇues... El prefacio, sobre todo, me excita, y de la forma en que lo concibo (será un libro completo), ninguna ley podrá alcanzarme, aunque habré de atacarlo todo. Será la glorificación histórica de todo lo que se aprueba (...) En él se encontrará, entonces, por orden alfabético, sobre todos los temas posibles, todo lo que es necesario decir en sociedad para convertirse en una persona decente y amable". ¿Una batalla perdida de antemano? Flaubert no podía imaginar hasta qué punto la sociedad (de masas y del espectáculo) que, en más de un sentido, él mismo contribuyó a formar caería en el abrazo mortífero de los lugares comunes, esas cristalizaciones estúpidas que hacen de la televisión (argentina, no quiero generalizar) una naúsea perpetua.
En un mundo que ha decretado que la poesía "no se vende" y que, por lo tanto, no se edita, Visor bien puede ser la excepción que confirma la regla o bien un mentís a una de las tantas teorías conspirativas que existen sobre el mundo editorial. Lo cierto es que Visor vende poesía (claro que, siempre, se trata de poesía ya consagrada: ¿acaso hay otra?). De la pila inmensa de libros que manda Visor regularmente, elijo la Poesía completa de Dylan Thomas (Madrid, Visor Libros, 2004, 420 págs., ISBN 84.7522.928.X), en versión bilingüe (la traducción, apenas correcta, es de Margarita Ardanaz Morán). No sé por qué asocio la poesía de Dylan Thomas a un país perdido para siempre (la juventud). Me resisto a releerlo, ahora. Abro el libro al azar y me encuentro con versos que dicen "This side of the truth,/ You may not see, my son,/King of your blue eyes/In the blinding country of youth,/ That all is undone,/ Under the unminding skies,/ of innocence and guilt" (Este lado de la verdad,/Tal vez no lo veas, hijo,/Rey de tus azules ojos/En la cegadora tierra de la juventud,/ está todo por hacerse,/ Bajo los impasibles cielos,/ De inocencia y de culpa).
Y ya que estamos, Adriana Hidalgo acaba de distribuir una obra poética de largo aliento firmada por Daniel Samoilovich: El despertar de Samoilo. El siglo XX ¿qué se fizo? (Buenos Aires, 2005, 256 págs. ISBN 987.1156.20.2). Se trata de una pieza que, inspirada en la textura de las farsas medievales, recorre el siglo que pasó con vocación universalista (la Revolución, el Mayo francés, Vietnam, el sandinismo) para beneficio de un doble textual del autor (Samoilo), que habría estado muerto y habría sido vuelto a la vida por un hatajo de diosecillos de diferentes mitologías. El lenguaje es deliberadamente arcaizante (se incluye una nota que explica la pronunciación de diferentes grupos consonánticos) y por momentos recuerda los juegos del lenguaje a los que nos acostumbró Emeterio Cerro. Espero con impaciencia loca la recepción crítica de este libro de Samoilovich: ya nos dijo Borges que una literatura no es sólamente lo que se escribe sino también lo que se lee. ¿Qué leerán los círculos ya más herméticos que elitistas de la modernidad progresista y argentina en El despertar de Samoilo?
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