No sería raro que algún día apareciera una tesis titulada La expresión de la irrealidad en la obra de Eduardo Muslip. Es que en la literatura de Muslip la "irrealidad" (entendida sobre todo como un punto de vista y una sensación) es casi excluyente. Para verificarlo, basta leer los relatos incluidos en Plaza Irlanda, su último libro (Buenos Aires, El cuenco de plata, 2005, 144 págs., ISBN 987.1228.06.6). Se trate de la sensación de irrealidad ante la muerte inesperada de la pareja, como en el relato que da título al conjunto, o del miedo a la muerte en "La vida perdurable" (un cuento en el que no se explica, porque no hace falta, qué catástrofe planetaria terminó con las ciudades en Argentina), el efecto de la literatura de Muslip es siempre desasosegante porque en ella se lee la imposibilidad (o la incapacidad, o la falta de sentido) de sostener el yo (al menos, como artefacto construido).
"El dibujo en el agua" es un relato casi clínico de una maníaca y, de algún modo, contamina a los demás, que bien podrían entenderse como el efecto de la misma "ansiedad" y el mismo punto de vista.
Naturalmente, en un universo tan amenazante para el sujeto (o en un mundo donde el sujeto se siente tan precario), la tensión entre el sedentarismo y el nomadismo se vuelve agobiante, como puede leerse en el que tal vez sea el mejor relato del volumen, "Los pájaros". Por eso, los personajes de Muslip recurren una y otra vez a cualquier herramienta que les permita fijar (siquiera de forma temporaria) el sentido: diccionarios, mapas, enciclopedias, prospectos de pastillas ansiolíticas e hipnóticas, relaciones sentimentales.
El mundo de Muslip (al menos, el mundo de los relatos de Muslip, desde Examen de residencia hasta Plaza Irlanda) es un mundo posapocalíptico donde la apatía parece ser la única forma de supervivencia.
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