Una mujer me dice que no quiere aparecer más en la sección Social & Familiar. Me parece un reclamo justo, pero me lo dice en una circunstancia completamente impropia en relación con su deseo.
¿Qué habría pasado si Romeo y Julieta no hubieran muerto envenenados? Habrían hecho fiestas en las que Montescos y Capuletos orbitarían lentamente como galaxias que tratan de no tocarse para evitar la conflagración universal. Fue así. Se enfrentaron dos velocidades familiares, dos mitos de origen (la choza y el Barrio Norte), dos centros de poder del universo, dos destinos antagónicos y, sobre todo, dos pronunciaciones (dos formas excluyentes de la argentinidad). Y la mujer que no quiere aparecer más en la sección Social & Familiar era, gracias a su arte, la princesa indiscutida de los dos mundos. Una artista dijo: "Las cosas que somos capaces de hacer por nuestros hijos", mientras un ya ceniciento caudillo peronista provincial saludaba a unos y otros y sus hijos se sentían orgullosos de un mundo que, con razón (porque lo moldean según sus sueños), consideran propio.
Una mujer joven y hermosa vestida de negro, con el pelo recogido, que no quiere ser como esas ancianas vestidas de negro (con el pelo suelto) que venían a felicitarla. Y click, flash, click, el sonido de la muerte, fotos para las revistas de actualidad. Allá, la diputada. Allá, el ex-embajador. Allá, la actriz de carácter. Acá, el teatro experimental. Ése, un ex-funcionario radical. En aquel rincón, el underground porteño. Temprano, la estrella cinematográfica. Tarde, la estrella de las letras. Por aquí y por allí el pasado y el futuro de la patria, los nombres que recogen los manuales de historia, y el presente absoluto.
No hay demasiados acontecimientos en Buenos Aires que funcionen como condensación del mundo entero. Por eso el "espacio público" (digamos: la ciudad y sus instituciones) siguen siendo esos lugares privilegiados donde, de pronto, una noche, la Argentina entera (su pasado y su futuro) orbita sobre sí misma como una nave alienígena que muestra sus luces y sus sombras. Y click, flash, click, el sonido de la muerte. Fotos para colgar de las paredes.
¿Se puede pensar una fotografía sin el acto del que formó parte?
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