por Beatriz Sarlo
Por suerte, las escuelas argentinas no están amenazadas de modo inmediato. Las autoridades provinciales y porteñas permiten que se vean, en los establecimientos educativos, los partidos del seleccionado argentino en el Mundial de Fútbol. Como siempre, hay excepciones que van contra esta corriente ilustrada y generosa del pensamiento pedagógico, ya que un puñado de distritos decidió que los alumnos que le han sido encomendados se queden sin mirar esos encuentros. No quiero pensar lo que sucederá en esos distritos, donde las propias familias no mandarán a los chicos a clase para evitar insurrecciones infantiles o que se armen patotas adolescentes para apoderarse del televisor de la escuela después de amordazar a los profesores y encerrarlos en un baño.
Pero en la mayoría de los distritos escolares esto no sucederá y, desde horas antes del encuentro del Seleccionado con sus rivales, la escuela girará alrededor del Mundial, como todos los demás lugares del país. Ignoro si hay iniciativas para reprogramar las intervenciones quirúrgicas en los hospitales o permitir que los controladores de vuelo estén facultados para interrumpir un aterrizaje si se produce en el instante de un tiro libre al arco. De todas formas, los adultos deben estar mejor preparados para la frustración, aunque sería bueno que los cirujanos no entraran al quirófano con sus radios y auriculares, ya que a cualquiera se le puede alterar el pulso en las circunstancias verdaderamente extremas de un Mundial de fútbol.
Hay algo que me alegra mucho de los últimos mundiales y es que se ha establecido, finalmente, una relativa igualdad entre los sexos. Antes las mujeres se sentían excluidas y se aburrían como ignorantes, mientras los hombres quedaban solos agitando los colores nacionales y representando el espíritu del patriotismo deportivo.
Gracias a la sexualización del fútbol (Beckham ha hecho escuela) y la conversión de los jugadores en celebrities codo a codo con las modelos; gracias a la saga novelística de nuestro Héroe Máximo, que llevó el apellido Maradona hasta los últimos rincones de la cultura de masas; gracias a que la televisión convirtió el simple acto de entrar a la cancha en un video clip mejor que el de los canales de música pop, las chicas, sin perder nada de su encanto, se han vuelto tan hinchas como sus amigos. Ataviadas con las camisetas del Seleccionado o de clubes locales, se las ve en los bares y los shoppings, mostrando una vez más que no hay trabajo ni diversión que pueda excluir a las mujeres. Las chicas futboleras son la otra mitad del cielo. Puede que todavía quede alguna retrasada pensando que es cosa de varones, pero gente conservadora, incluso entre los jóvenes, va a haber siempre.
De modo que este Mundial es el de la igualdad. Por eso, ¿cómo se las arreglaría la escuela para excluir a los chicos, cuando los padres estarán frente a la tele si es que sus patrones no se portan como negreros? Las familias están de acuerdo, a los especialistas les parece razonable y los ministros lo autorizan. No hay más que pedir.
O sí. Yo pediría un poco más. Las autoridades educativas han dicho que las escuelas que decidan ver el Mundial con sus chicos deberían también organizar actividades docentes a propósito del tema. Tanta preocupación por la cultura de nuestros niños es conmovedora y persuasiva, pero ¿las autoridades educativas creen seriamente que es imprescindible estropear las horas anteriores a un partido importante (y en un Mundial todos los partidos son importantes) con improvisadas lecciones a las que nadie va a prestar atención y sólo significan que los maestros trabajen frente a una audiencia hipnotizada por lo que vendrá poco después? ¿Trigonometría para explicar tiros al arco? ¿Cálculos sobre desplazamientos en diagonal y teoría del encuentro para considerar científicamente los pases largos? ¿Geografía del macizo central del continente al que pertenezca nuestro rival? ¿Capitales de países que hayan ganado la copa en el pasado? ¿Camisetas y colores de las banderas participantes?
No quiero imaginarme el jaleo dentro del aula. Sobre estos planes de fútbol pedagógico, hace poco una especialista dijo que le parecían un acto de hipocresía. Es difícil disentir con ella. Pero hay un tema que podría competir con la transmisión del partido que ocurrirá un rato después en el salón de al lado. Se trata de una foto, uno de cuyos protagonistas es conocido por la mayoría de los alumnos porque pertenece al mundo del deporte pasado por televisión.
Me refiero a una foto del Mundial de 1978, que ganó Argentina durante la dictadura militar, en la que el capitán del equipo sostiene la copa en alto, rodeado por sus compañeros y las siluetas patibularias de Videla y Massera. Como fondo unánime, el país entero. Repartan esa foto en las escuelas y quizás no sea necesario dar una clase. Sólo esperar a que algún chico pregunte.
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