domingo, 14 de mayo de 2006

Libros recibidos

Llega un punto en nuestras vidas (se trata de la madurez o la vejez, y no otra cosa) en que se nos vuelve difícil leer muchos más libros que los que nuestros amigos publican y nos hacen llegar como tributo a ciertas perplejidades compartidas, a charlas pretéritas que vuelven como un ritornello (como el ritmo de la naturaleza y de la vida) a nuestras mentes en los momentos más insospechados, a experiencias que hicimos o que soñamos hacer juntos. Como tributo, también, a lo que puede pensarse como un inestable campo común que organizará futuras discusiones.
Regalamos nuestros libros a nuestros amigos para que discutan con ellos, aceptamos que nuestros amigos nos regalen libros propios a nosotros para poder discutirlos con ellos. Y así, las horas y las noches van girando alrededor de esas tenues complicidades que nos permiten sostener en una página la resistencia vana al regreso de la aurora. Quisiéramos seguir leyendo a nuestros amigos, pero el tiempo, que se nos escurre entre las manos, nos lo impide.
Varios son los volúmenes que en la mesa de luz esperan mis comentarios (que entregaré a la voracidad insomne de estas páginas en cuanto pueda). Varios son los queridísimos amigos que me han hecho llegar, en estos días, sus páginas preciosas. Edgardo Cozarinsky me regaló la dicha de poder leer los cuentos reunidos en Tres fronteras (Buenos Aires, Emecé, 2006, ISBN 950-04-2757-5). Acompañé a Bárbara Belloc en la presentación de su Espantasuegras (Buenos Aires, pato en la cara, 2006, ISBN 987-22494-1-5), texto que conocía y amaba ya desde antes de que se asociara con la forma libro (una forma, debo decir, que no podría ser más bella que el objeto urdido por Bárbara y sus amigos). Raúl Antelo me asustó con su fascinante y minuciosa re-construcción de un mundo en el que todavía estoy enredado como quien da sus primeros titubeantes pasos pero en el que reconozco, una vez más, fragmentos, frases oídas en alguna sobremesa, cosas (María con Marcel. Duchamp en los trópicos. Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, ISBN 987-1220-41-3). Anoche, el queridísimo Mario Bellatin me trajo a casa su Obra reunida (México, Alfaguara, 2005, ISBN 968-19-1441-4) y al ver el libro (sólo con verlo) comprendí lo mucho que tendría, a él también, que agradecerle. La mitad de las novelas que Bellatin ha incluido en esta Obra ya las conocía, pero ahora (reordenadas por el autor) adquieren el carácter de pasos hacia una revelación. Mario trajo, también, novelas nuevas que demuestran, contra toda íntima zozobra, que su escritura sigue dando saltos adelante.
Sólo por pudor, dejo para el final el libro de Carlos Gamerro, El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos (Buenos Aires, Norma, 2006, ISBN 987-545-373-0), algunas de cuyas piezas conocía previamente. Charlie ha querido poner por escrito que me envía este libro que imagino (que sé) luminoso. Copio a continuación uno de los fragmentos del puzzle que, para delicia de todos, ya está dando vueltas por el mundo.


Borges y la tradición mística

por Carlos Gamerro

Voy a partir de la suposición de que Borges arrastró durante toda su vida literaria una íntima frustración: la de no haber sido un poeta místico. Como evidencia, por ahora, voy a citar una de dos frases suyas que me han sugerido esta idea. En el epílogo a El libro de arena, que es de 1975 y por lo tanto da cuenta de casi toda su vida literaria, dice, hablando de su cuento "El Congreso": "El fin quiere elevarse, sin duda en vano, a los éxtasis de Chesterton o de John Bunyan. No he merecido nunca semejante revelación, pero he procurado soñarla". Poca cosa, dirá el lector. Puede ser. Pero entre la humildad del "no he merecido" y la resignación de "he procurado soñarla", cada vez que la leo me deja una sensación de vaga tristeza. Seguramente porque quien la escribió era Borges, nada menos, un hombre al que muchos han estado y están tentados de calificar de visionario, a veces impulsados por ese mito que asocia la ceguera con la visión interior, la profecía y la clarividencia; otras veces por razones más valederas. Pero creo que una de las razones fundamentales es que al leerla, inmediatamente supe que era cierto. Borges nunca había tenido una revelación, un éxtasis como los que habían experimentado algunos de sus autores favoritos y también ?esto es aún más interesante? algunos de sus propios personajes. Borges no fue un místico. ¿Qué es exactamente un místico, y cuál la experiencia que lo define como tal? Tomo la definición de Gershom Scholem, por ser un autor que Borges frecuentaba y respetaba. En el capítulo "La autoridad religiosa y la mística" de su libro La cábala y su simbolismo nos dice Scholem: "Místico es aquel al que se ha concedido una expresión inmediata, y sentida como real, de la divinidad, de la realidad última... Tal experiencia le puede haber venido por medio de un repentino resplandor, una iluminación, o bien como resultado de largas y acaso complicadas preparaciones".
El mismo Borges, en Qué es el budismo, enuncia las siguientes características que, según él, comparten la mística cristiana, islámica y budista: a) el desdén por los esquemas racionales; b) la percepción intuitiva, ajena a los sentidos; c) el conocimiento absoluto, que nos da una certidumbre cabal e irrefutable; d) la aniquilación del Yo; e) la visión del múltiple universo transformado en unidad; f) una sensación de felicidad intensa. Yo agregaría una, g) la anulación de la duración, de la sucesión temporal, o sea una entrada ?así sea temporaria? en la eternidad, porque si bien Borges no la incluye en este texto en particular, más de una vez se refiere a ella. Esta anulación de la sucesión temporal supone otra cualidad fundamental de la experiencia mística, que es su carácter no verbal -ya que el lenguaje humano, el verbal al menos, es sucesivo, es decir, inconcebible sin la duración. (...)

El texto (un fragmento del libro) sigue acá.

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