La dictadura impuso las autopistas a punta de fusiles y picanas. Sea. Allí están y las usamos. La democracia continuó, ahora en un marco de consenso, con la disparatada política de construir obra perecedera. Ahora insisten con la autopista subterránea que atraviese la ciudad por el bajo. ¿Es que el alcalde no sabe que en quince años o veinte años se acabarán los combustibles fósiles y no habrá automóviles que necesiten atravesar Buenos Aires? Lo más probable es que lo sepa bien, pero que no quiera hacer caso a la razón a la que esa predicción lo obligaría: que construyan vías ferroviarias, trenes ultrarápidos, cualquier cosa menos autopistas que tienen, ya, los días contados. Pareciera que no hay que desembarazarse de todas las categorías del marxismo. La de "tarados previos", que se lee en La ideología alemana, sigue siendo pertinente.
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