miércoles, 14 de marzo de 2007

Libros recibidos

Posfacio a Una novela de mil páginas

por Leónidas Lamborghini

Prólogo

La época aguardaba que este libro fuera escrito.
Una novela de mil páginas responde a esa expectativa: la que entrevé todavía un futuro para la literatura.
Su autor, David Wapner, trabaja en la cuerda floja de esta posibilidad; su escritura lleva esa marca: la del límite y la ruptura del límite; el molde y la ruptura del molde.
Tenemos, entonces, una novela en la que cada una de sus páginas está resuelta dentro del límite de unas pocas líneas (a veces una o menos de una) pero cuya fuerza expresiva lo supera.
Fuerza expresiva, como fuerza expansiva.
"Ana López se va a bañar, pero se arrepiente. Se acuesta y transpira. Se quiere bañar pero duerme. Duerme mal y se despierta. Pero no del todo. La noche es una pesadilla, entre el deseo de bañarse y las ganas de dormir".
Otra de esas páginas:
"Félix Brum desciende de un taxi y entra a una panadería. Llega a la esquina y traga. Cruza la calle y traga".
Y esta otra:
"Escribe, escribe o hace que escribe".
Micromundos que son mundos. Ocluidos habitáculos de la fragmentación (y de la disociación que esta conlleva) habitados por criaturas que son narradas con la minuciosidad de un entomólogo que hace foco en el fragmento como si este fuera el todo; como si el fragmento se bastara a sí mismo para completarse como un todo.
Voces que nos llegan como desde las celdas de un manicomio, intempestivas, con su sonido y su furia. Micromundos cerrados sobre sí mismos y abiertos a todos los delirios de la ficción.
Páginas como licencias poéticas sucesivas, desconectadas las unas de la otras y conectadas por la misma pasión de escribirse, en un presente continuo que se abre y cierra con el recuerdo de una ciudad reducida, ya, a una duda de la estadística.
Límite y expansión del límite -paradojalmente- a partir del abrupto punto de corte con el que cesa la información y nace, violenta, la emoción.
Páginas como parodias de páginas en el soporte de una página jugando el
juego de las cajas chinas. Nombres, en profusión, de personajes o de personas que aparecen, desaparecen y reaparecen; que participan de una trama que les es común o no, cuyas vidas están, de algún modo, ligadas o no.
Vértigo de determinaciones e indeterminaciones que entrañan un conflicto con eso que llamamos realidad y que, a la vez, ponen en crisis la lectura excitándonos a proseguirla, a inventar su rumbo.
Preguntas que han de quedar para siempre sin respuestas; respuestas desde una lógica del absurdo como en Lewis Carroll, como en esta página que apenas iniciada, concluye:
"Hay una lógica. ¿Cuál? No sé."
Con palabras de Giordano Bruno: "Un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna." Así este libro.
Pensamiento del infinito en esta "novela de mil páginas" cuyo final repite el principio como en el Finnegans de Joyce.
Pensamiento del infinito que colisiona con el límite que impone la finitud. Alguien pregunta desde el encierro de su página:
"Cómo será posible arrancarse las palabras de la cabeza, arrojarlas contra la hoja, aplastarlas con el puño, hacer trizas el papel y aún sobrevivir".
Obsesividad que se traslada a la escritura y busca descargarse, repentina, en esta línea-página de sólo ocho palabras: "Todos idiotas, idiotas, manga de idiotas, ¡todos idiotas!"
Voces fantasmales pero de una contundente materialidad. Voces dirigidas a ninguno y a todos, encarnadas a veces en un nombre, por ejemplo Barnes, que juega a ser un fantasma convencido de serlo.
El narrador relata:
"Barnes creía que un reflejo que se proyectaba en el vidrio de la puerta de su cuarto era un fantasma. Se daba vuelta para mirarlo pero entonces pensaba que era él. Le explicó a un grupo de sus ex compañeros de estudio y respondió al escepticismo jocoso de aquellos con el apotegma "el tiempo me dará la razón".
Pero, en otro de estos micromundos, el paroxismo de la duda:
"Se abrió la puerta. Salió un perro, probablemente Fix. Un aroma a pan quemado se expande desde el interior. Fix regresa, a lo mejor, atraído por el olor, pero, ¿es Fix que regresa a su casa? ¿O Fix salía de una casa que no era la suya y se dirigía a la propia que dista unos metros de allí? Al menos, que no haya sido Fix sino un perro diferente. De cualquier modo, las preguntas son las mismas: ¿iba o venía de su casa?"
Y no hay más, ni va a haber más sobre Fix.
Estos escamoteos que se repiten en una escritura que tiene la fuerza de su inmediatez -la fuerza de un trazo en el papel- configuran toda una poética a la que el libro responde al igual que la puntuación. La puntuación marca el ritmo pero también el corte que hace ver y sentir como si estuviera allí lo tronchado.
Pasemos a otra página:
"Aprovechándose de esa risa antigua, que demora en relajarse debido a su falta de elasticidad, genera Silver un estado de hipnosis que prolonga el tiempo en que la boca permanece abierta y las mejillas alzadas".
Después del punto silencio eterno. No hay una palabra más, una línea más que ayude a resolver la intriga: es una novela que no sigue, apuntaría Macedonio; o mil novelas en dos líneas.
¿Hay un límite para la parodia, el grotesco, la caricatura?

En todo caso, el límite es la frontera común que esa risa tiene con el dolor; frontera común a través de la cual risa y dolor realizan sus recíprocos intercambios: este libro es su fiel registro.
"¡Lo van a matar! ¡Lo van a matar! ¡No! ¡Lo van a matar! ¡Qué van a hacer! ¡Lo liquidan! ¡Le cortan la cabeza! ¡Qué van a hacer estos! ¡Bárbaros! ¡Lo van a matar! ¡Lo matan!"
El horror a los saltos en zancos interjectivos ("¡Oh, esa mueca de lo cómico en el horror", que viera Melville).

"Han ustedes superado todas las expectativas. No hay palabras, ustedes mismos no podrían decir nada sino reírse y aplaudir. Qué días tortuosos. Qué años tan brutales. Qué brutos que hemos sido".
Hay una distancia irónica en Una novela de mil páginas que ahonda su complejidad y acaba por ajustar su tono.
David Wapner, poeta argentino, radicado hace algunos años en Beer-Sheva, Israel, me pidió por vía telefónica un prólogo. Irresponsablemente, acepté: no sabía que me iba a encontrar con un libro genial.

Leónidas Lamborghini,13-01-06

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