domingo, 29 de julio de 2007

Correspondencia

por Raúl Antelo para ñ

En su reseña al homenaje de Jorge Schwartz a Oliverio Girondo, Susana Rosano se hace eco del juicio emitido por el autor de que las Obras Completas que dirigí para la colección Archivos de la UNESCO (Madrid, 1999) no son tales.
No estuve solo en aquel proceso. Me acompañó un equipo integrado, entre otros, por el mismo Schwartz. Todos ellos recibieron, con amplia antelación, el cotejo de variantes de tal forma que la consigna era inequívoca: basar sus análisis en el nuevo texto establecido por la edición Archives y no ya en la edición Losada que por entonces circulaba. Tras entregarle los originales, a fines de 1998, al editor Segala, quien anhelaba presentar el volumen en la Feria del Libro (BA, abril 1999), le confié a Schwartz el envío directo, sin pasar por mí, en febrero, de su colaboración. Supe así a posteriori que dicho texto se basaba en materiales hasta entonces desconocidos. La más elemental regla de ética hubiese obligado a Schwartz a comunicarme ese hallazgo para así reportarlo a los demás colaboradores, amén de incluir los nuevos textos en el cuerpo de esas Obras Completas. Pero, claro, allí ya no tendríamos un inédito, ni un triunfo en la manga para poder proclamar que las Obras Completas no eran tales. Si es verdad que “faltan” textos en la edición Archivos, es legítimo preguntarse qué responsabilidad le cabe a Schwartz en ello.
Que esta cuestión se mantenga entre bastidores, vaya y pase. Constato azorado, en ese homenaje, que Schwartz se arroga el derecho de ser crítico de una empresa en la que él mismo participó. Y más aún, que ese juicio, "las obras completas no son completas" —que se puede entender como "esa obra no es nada"— corre el riesgo de convertirse en juicio sumario para ofuscar, aún más si cabe, un trabajo colectivo y ponderado. Al reproducir ese juicio, ñ ha ayudado a dañar la evaluación de ese trabajo y, paradoja de las paradojas, ha emitido su primera opinión sobre esa obra ignorada por los grandes matutinos argentinos.
No es el ego sum lo que está en juego en este testimonio sino el ego cum, una manera de concebir el lazo social. Lamento que la editorial no haya podido percibir lo inadecuado de esa manera de desmerecer el trabajo ajeno y que ñ la haya repetido. Me alarma que, dócilmente, el vicio acabe tornándose virtud y me indigna tener que asistir pasivamente a ese acto de destrucción tan típicamente nacional.

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