El agente inmobiliario volvió del consultorio médico levemente deprimido y, como se encontró solo en su casa sin la posibilidad de que sus gatas entendieran las razones de su pena, salió por el barrio en busca de un negocio completamente exótico en su horizonte de expectativas: una tienda deportiva.
La tarde era un milagro de invierno (un invierno particularmente crudo que había amontonado, durante semanas, nieve en casi todas las esquinas). El sol brillaba sobre la ciudad que el agente inmobiliario tanto amaba y su luz rebotaba en los montículos de nieve que se acumulaban sobre los autos estacionados (o abandonados para siempre), y al fondo de la avenida Entre Ríos, más allá de Belgrano, se veían caravanas de manifestantes que patinaban, y a veces se caían, sobre la nieve a medias derretida que había quedado contra los cordones de la vereda después de que las máquinas limpianieves que el gobierno de la ciudad tuvo que importar de urgencia hubieran hecho su trabajo esa mañana, rumbo al Congreso de la Nación, en un acto por la memoria de Maximiliano Kostecky y Darío Santillán, dos víctimas de la represión estatal de años anteriores.
Los techos de pizarra de los antiguos palacios que todavía sobrevivían en la avenida Entre Ríos chorreaban aguanieve, ahuyentando a las palomas, poco acostumbradas todavía al cambio climático. En la tienda de deportes por la que se decidió, el agente inmobiliario tuvo que rodear el tumulto de ropa polar que se acumulaba en la entrada, ofrecida a precios de saldos e, incluso, se vio obligado a saltar sobre los trineos, esquíes y patines para hielo que constituían la oferta estelar y novísima de la gigantesca tienda, que esperaba, con esos peregrinos productos hallados en vaya uno a saber qué contenedor varado en el puerto, hacer, como se dice, su agosto. En un noticiero televisivo ya estaban promocionando los nuevos deportes y se veía a algunos snobs patinando sobre los helados lagos de Palermo, pese a la férrea prohibición de las autoridades municipales, que lo ignoraban todo sobre el espesor necesario de las capas de hielo para poder desplazarse sobre ellas sin peligro.
Una vez que hubo elegido los productos que estaba buscando (un pantalón largo y abrigado de gimnasia, un buzo polar con capucha y una campera con muchos bolsillos, que podía transformarse en práctica mochila), el agente inmobiliario emprendió el regreso, esta vez por las calles laterales, menos transitadas y ruidosas que la avenida. Le llamó la atención el modo en que una fina capa de nieve se acumulaba sobre las frutas que las verdulerías disponían en las veredas y dedujo que seguramente los verduleros la consideraban un método de refrigeración y conservación eficaz y totalmente gratuito y por eso permitían esa acumulación (la verdad era mucho más sencilla: completamente escépticos en cuanto a la duración del fenómeno climático, los propietarios o arrendatarios de verdulerías no se molestaban en la evacuación del agua helada y sólo ponían a resguardo las verduras de hojas verdes que, ya lo habían comprobado, el frío intenso achicharraba irremediablemente).
Más temprano, el agente inmobiliario había llevado sus rutinarios análisis de sangre al consultorio de su médico, que estaba en uno de esos congresos en Malasia a donde los profesionales de la salud concurren sobre todo para intercambiar opiniones sobre las pericias amatorias de las adolescentes asiáticas. Cuando lo atendió su reemplazo, un médico joven y algo enfermizo que siempre tenía alguna marca extraña en la piel de su cara y un malhumor a prueba de conversaciones, le dijo: "Para variar, cada vez que me tenés que leer un análisis, resulta que dieron mal". "Si querés no los leo", le contestó el submédico. "Es tarde, yo ya lo hice", contestó lacónico el agente inmobiliario, que había comprobado, en los pocos metros que separaban al laboratorio del consultorio, el alarmante marcador de los triglicéridos séricos (250 mg/dl), muy por encima de los valores de referencia (0-150, para adultos caucásicos), y el "riesgo elevado" que, para su edad, representaba el resultado de 24 mg/dl de colesterol HDL, muy por debajo de los valores de referencia para eso que los médicos de la televisión llaman "colesterol bueno".
"Viejo de mierda", había pensado sobre sí el agente inmobiliario, amargamente. Y no se equivocaba.
El paso del tiempo, márgenes de tolerancia, alegrías evanescentes y un médico cualunquista (¡bingo!). Propiamente, el malestar.
ResponderBorrarPorái mañana hay sol.
Un link chejovianizado!!!! Nice!!!
ResponderBorrarMuy buen texto. Interesante blog. Tiene de todo! Voy a pasar más seguido, además actualizás, genial!
ResponderBorrarSaludos,
V.
...la culpa es del colesterol....
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