Pocas cosas menos interesantes hay que un congreso de profesores. Una de ellas: un congreso de escritores. Los profesores, al menos, se sienten obligados a sostener un discurso (la mayoría de las veces trivial, o anacrónico). Y sobre ese discurso son posibles operaciones de todo tipo. Los escritores, en cambio, parecen convencidos de que con sólo su graciosa presencia alcanza: constituyen, ellos, aristocracia. ¿A qué clase de invitado me adscribí en Mérida? No lo sé: sostengo un discurso (trivial y anacrónico) y, al mismo tiempo, me dejo ver, circulo.
De los invitados a Mérida puede decirse que eran, todos ellos, encantadores, comenzando por Mario Bellatin, que leyó un texto maravilloso sobre la cabeza de Mishima y el modo en que esa cabeza es incapaz de aceptar que haya cuerpos completos por el mundo. La escucha (Mario lee maravillosamente bien) me sugirió una historia gore protagonizada por el mismo mario bellatin y un soldadito del ejército bolivariano. Dejémosla madurar.
Natalia Moret, Camilo Markz, Alejandro Zambra y su mujer, Leslie.
Foto: D. L.
Los chilenos brillaron con luz propia: Alejandro Zambra no necesitaba filmarme en situaciones vergonzantes para poder chantajearme supuesto que quisiera yo escribir algo en su contra, y sin la simpatía arrolladora de Camilo Marks, nuestras noches hubieran sido más pálidas, menos memorables. Camilo intervino en la Bienal con una performance inquietante que daba por terminada todas las discusiones sobre la literatura latinoamericana: no existe, no existirá, es todo basura. Acto seguido, nos reveló sus predilecciones en cuanto a la actual novela policial en lengua inglesa. Anotamos prolijamente los nombres que reseñó con pinceladas certeras.
Sergio Chejfec leyó un relato memorialista que podía tomarse como exemplum de una poética implícita. Quiso proyectar las postales de las que hablaba, picadas por agujeros de polilla, pero no pudo, lo que agregó todavía más encanto a la ensoñación que proponía sobre una Caracas inexistente (arrasada por los vientos de la modernización).
Los venezolanos se embrollaron cada vez que pudieron a discutir las cualidades de su propio canon. Forzoso fue que los extranjeros nos abstuviéramos de intervenir en tales delicadas internas, porque todo parecía muy decisivo y muy grave.
Jean Franco, cuando tuvo que hablar, no hizo sino citar largamente a Josefina Ludmer.
Había muchos españoles con propósitos indefinidos (intuyo que más de uno se dedicó a robar ideas), a quienes invitábamos a nuestras fiestas con la esperanza vana de que devolvieran algo de lo que durante siglos nos habían expoliado.
Admiré la capacidad de Chejfec para sostener conversaciones con todo el mundo. La mayoría de las veces yo no sabía qué decir y, cuando abría la boca, era para pronunciar una burrada. Varias tardes me quedé encerrado en mi cuarto escribiendo, aceptando después con una sonrisa equívoca las insinuaciones de que había estado entregado a probar las delicias de la carne nativa. Mejor pasar por Isidoro Cañones que por Upa.
La mejor noticia que recibimos durante la Bienal vino de la boca de Leo Felipe Campos, un sancristobaleño encantador que se enteró por teléfono de que su chica estaba embarazada.
De literatura se habló poco, como suele suceder en estos casos.
¿Por qué no mencionas a García Lao y a Moret? ¿Acaso no las escuchaste?
ResponderBorrarEn efecto, no las escuché. La mañana que ellas hablaban la pasé durmiendo y recuperándome de una caída en el monte (mano y rodilla magulladas). Leí el texto de Natalia Moret durante el almuerzo: un texto memorialista sobre sus primeros pasos infantiles hacia la escritura (supongo que aparecerá en su propio blog: http://despuesdelaspiedras.blogspot.com/). García Lao había decidido (yo le dije que me parecía una mala decisión) reemplazar su ponencia por la lectura de un capítulo de su novela (publicada en El Cuenco de Plata).
ResponderBorrarQuerido Link, aunque ambas son provincias y feas, una cosa es San Cristóbal (más cerca de Colombia) y otra San Félix (más cerca de Brasil). Adoré eso de social y familiar, tan cercano. Disculpa que no hable acá de literatura. De eso no sé mucho. Pero te amo.
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