En diciembre de 1973 Clarice Lispector renunció al Jornal do Brasil, donde venía publicando desde 1967 extrañas crónicas semanales[1] como principal forma de subsistencia. En 1959 se había separado del padre de sus dos hijos (uno de ellos, esquizofrénico), un diplomático de carrera que le había hecho conocer la angustia del mundo. Vivía de sus traducciones, de los relatos infantiles que publicaba y de sus intervenciones periodísticas.
En 1974 publicó la colección de relatos (si tal etiqueta les correspondiera) El vía crucis del cuerpo[2], un trabajo que aceptó por encargo y que suponía la escritura de textos eróticos.
En 1975 viajó con Olga Borelli (su compañera durante sus últimos ocho años de vida) al Congreso Mundial de Brujería (Bogotá, Colombia) donde a último minuto decidió no presentar la intervención que llevaba escrita y pidió que, en cambio, se leyera su cuento “El huevo y la gallina”[3].
Tratándose de Clarice, el episodio no puede ser minimizado. Desde la madrugada del 14 de septiembre de 1966, cuando se quedó dormida con un cigarrillo encendido y estuvo a punto de morir quemada (tres días al borde de la muerte, dos meses hospitalizada, su mano derecha salvada por milagro de la amputación), pareciera que Clarice fue hundiéndose progresivamente en la imaginación del desastre, una de las formas de la imaginación que dominan el siglo XX (desde Kafka, con quien no ha cesado de relacionársela[4], hasta Carver) y de la cual se convirtió, por vocación y por fatalidad, en uno de sus portavoces más destacados. Y así, Clarice se convirtió en la bruja (o la samaritana, o la autista, o la hermética) de las letras brasileñas.
[1] Muchas de esas crónicas permanecen inéditas. Algunas fueron recopiladas en libro: A descoberta do mundo (1984). Florencia Abatte ha propuesto una lectura de esas crónicas insistiendo en el carácter completamente distorsionado (personal) del género (ABATTE, 2004).
[2] Hay traducción al castellano, muy imperfecta, por Haydée Jofré Barroso.
[3] Incluido en Felicidade clandestina (1971).
[4] “Si Kafka fuese mujer. Si Rilke fuese una brasileña judía nacida en Ucrania. Si Rimbaud hubiese sido madre, si hubiese llegado a los cincuenta años. Si Heidegger hubiese podido dejar de ser alemán y si hubiera escrito la Novela de la Tierra...”, escribe Hélène Cixous (1999).
El texto completo, acá.
Que lindo, linki, me gusto mucho.
ResponderBorrarMe recordo la alegria de cursar literatura brasileña y gozar ese uso sofisticado de su lenguaje.
Ojala *explicaciones* devengan seccion de tu blog.
El prospecto de Adelia Prado me gustaria leer y el de Marosa tambien, cuando bajemos del amazonas.
Mas adelante, y en otro plan, me gustaria los de Marina Mariasch y Karina Jelinek, que presumo parecidos. La posologia y carcinogenesis, las obviemos por favor.