La idea de realizar una intervención urbana en Pringles tomando a la declamación como eje fue de Arturo Carrera. No conozco una sola persona que no se haya entusiasmado con la idea, apenas esbozada. Sergio Chejfec le regaló a Arturo la autobiografía (o memorias) de Berta Singerman, Elvira Arnoux exclamó, en una escalera de Puán: "es para mí", los estudiantes de Bahía Blanca acudieron en masa, tres ingleses y una filipina con residencia en San Francisco (lo juro, lo juro: le decíamos "La tigresa") se sumaron a los contingentes, María Moreno reclamó el privilegio de hacer la crónica de todo (y ahora planea un libro), una cátedra de la Universidad de Buenos Aires acompañó físicamente el encuentro, ningún funcionario (nacional, provincial, municipal) quiso quedar al margen de la fiesta.
Y nosotros... Nosotros marchamos siguiendo la musiquita del flautista.
El evento central de la intervención debía involucrar a las "fuerzas vivas" del lugar: declamadoras, músicos, etc. La perspicacia de Vivi Tellas, a cargo de la puesta, le dio la forma de una caravana a través de la ciudad. A las 17.00 hs. del sábado 13, luego de los talleres y conferencias del día, nos reunimos en la plaza de Pringles, frente a las escalinatas del bello edificio art decó ideado por Francisco Salamone para la Municipalidad. Éramos un puñado de fieles de la poesía (decir cientos puede sonar jactancioso, pero el número no importa).
Allí, bajo un sol de fecha patria, la primera declamadora rompió el hielo y el silencio. Después de su recitación, seguimos hasta el punto siguiente, donde dos niños nos esperaban con sus instrumentos de viento. En la siguiente estación, todavía en la plaza, otra declamadora local nos esperaba. Y después otra, en el rincón de los enamorados, bajo la pérgola (donde casualmente -¡Vivi, confesá!- dos adolescentes se confundían en un profundo abrazo). Cada una, cada vez, comenzaba tímidamente, pero después la fuerza del poema obraba la transfiguración: se dejaban llevar a ese lugar sin límites que es lo poético.
Más allá, por las calles del centro de Pringles, ya había comenzado la "vuelta del perro", con esos conductores de autos que con cara de cazadores recorren una y otra vez las mismas esquinas marcando sus presas. Hacia allí marchamos, invirtiendo el sentido de la circulación: frente a una florería, frente al Club Alem, frente a la Asociación Italiana: en todas partes había una mujer, una niña, una bruja diciendo sus poemas o unos niños tocando sus trompetitas y sus saxofones. Antes de eso, en la esquina del Centro Cívico, el silencioso homenaje a Federico Margiotta y, pocos metros más allá, bajo un tinglado de parque de diversiones (una calesita rota, un juguete abandonado), una actriz inglesa que decía por fonética un poema de Alejandra Pizarnik.
¿Cuántas "estaciones" fueron? Ya no lo sé. Íbamos hipnotizados detras de los estandartes de Estación Pringles. De cada edificio frente al que nos deteníamos brotaba una historia que hacía ritornello con los versos que esas mujeres nos regalaban.
Al final del circuito nos esperaba un bonus track: antes del mate cocido con pan de leche previsto, "Las voces de Beba" cantaron para nosotros. Se dice que integran ese coro las mujeres rechazadas por otros coros de la ciudad. Tal vez por eso, ellas sostienen la pureza del canto. Son, sin saberlo, como las Josefinas de Kafka. Entre otras cosas, cantaron "Resistiré", es decir: dijeron que el arte es para todos y es para cualquiera. La poesía, también.
Y por eso Pringles ("ya sé, no es Delfos") fue, por un rato, como una Florencia renacentista. Pringles cambió para siempre.
todo esto es muy, muy lindo!
ResponderBorrarLamento mi ausencia.
ResponderBorraruh... recien me entero!!
ResponderBorrarme hubiera encantado participar.
ojala se repita.
saludos,