miércoles, 4 de abril de 2012

Una chica del 2000

Esta semana se difundió la triste noticia de que Ana María Barrenechea, nuestra maestra, nuestra amiga, la formadora de varias generaciones de investigadores en literatura y lingüística (en Argentina, en los Estados Unidos) falleció el 4 de octubre de 2010 y que el hecho no fue dado a conocer a la comunidad académica por sus familiares.
Anita era miembro de la Real Academia Española, reconocida hispanista y latinoamericanista, generosa con su experiencia y su sabiduría. Dirigió el Instituto de Filología donde hicimos las primeras armas los graduados de mi generación. Allí la entrevisté cuando apareció una nueva edición de su clásico libro La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges. Reproduzco la entrevista de entonces, con la melancolía del caso y la certeza de que constituye un pobre homenaje a una vida ejemplar consagrada a los estudios literarios.



por Daniel Link Encontramos a Ana María Barrenechea en su despacho del Instituto de Filología, cuyos destinos dirige desde la restauración democrática. Acaba de aparecer una nueva edición de La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges, un libro clásico que vuelve ahora con otros ensayos sobre la obra de Borges, uno de los autores predilectos de Anita, cuyo gusto fue siempre un poco excéntrico, muy poco convencional en relación con los gustos dominantes en las diferentes épocas que sus trabajos atraviesan. Así como La expresión de la irrealidad es uno de los primeros libros sobre Borges ("había sólo otro", dice Anita, "pero era muy malo y no quiero hablar de él porque su autor se mató"), muy tempranamente Barrenechea escribió sobre la obra de Macedonio Fernández o de Felisberto Hernández. La reseña de Rayuela que publicó en Sur ("nunca publiqué sino eso. No tuve más relación con Sur que esa reseña) fue una de las primeras en notar el carácter precursor de esa novela inmensa.
Ana María Barrenechea nació en 1913. Se graduó en el Instituto del Profesorado en 1937 y desde entonces ha sido la columna vertebral de los estudios lingüísticos y literarios en la Argentina.

Usted estudió en una época de oro...
--Tuve suerte. Mis maestros en el Instituto del Profesorado fueron Pedro Henríquez Ureña, que por esa época dirigía también el Instituto de Filología y Amado Alonso, con quien hice tres cursos. No sólo aprendí con ellos una perspectiva de los estudios lingüísticos y literarios sino también una manera de pensar cómo trasladar las investigaciones a la escuela.

En 1953 se fue a los Estados Unidos. ¿Por qué?
--¡Es que me echó Perón! Yo trabajaba entonces en el Profesorado y también en colegios. Había rendido concursos y Marechal, que era inspector, no me nombraba. Siempre fui muy antiperonista, pero no militaba. Por supuesto, me negaba a firmar todo papel que atentara contra el secreto de voto, como la campaña por la reelección de Perón. Nunca supe quién me denunció. En 1958 Mabel Rosetti accedió a mi expediente en el Ministerio de Educación pero le pedí expresamente que no lo abriera. Ya no me interesaba saber quién me había denunciado.

¿Se fue con una beca?
--Sí, Frida Kurlat de Weber, que había sido mi profesora, me consiguió una beca en Estados Unidos. Mis padres me pagaron el viaje de ida. Como no llevaba dinero para nada y el estipendio era más que exiguo, trabajaba como babysitter de los hijos de los profesores del Departamento de Español. En 1956 me doctoré en Bryn Mawr College de Pennsylvania con mi tesis sobre Borges.

¿Quién dirigió esa tesis?
--Como yo tenía miedo de meter la pata en temas filosóficos le pedí a José Ferrater Mora que dirigiera mi tesis. Al final me aconsejó que dejara de lado los temas filosóficos y me concentrara en los aspectos estilísticos que me interesaban. De ahí sale La expresión de la irrealidad...

¿Por qué eligió a Borges, que en ese momento no era todavía un "objeto académico" consagrado?
--Antes de irme yo estaba enseñando Borges en el Instituto. Enseñaba Fonética y Fonología pero además tenía que usar textos y, para eso, daba Borges. Lo tenía todo recopilado y fichado. Recuerdo las tardes que pasé en los archivos de El Mundo, fichando todo a mano (porque no había fotocopiadoras, naturalmente). Me llevé el fichero a los Estados Unidos. Y Enrique Pezzoni una vez me escribió, a propósito de un articulito de una alumna mía: "Esta alumna está copiando tus clases. Tenés que publicar eso". Entonces, me puse a trabajar en la tesis y en 1957 Alfonso Reyes me la publicó en El Colegio de México.

Pero además de su interés por la literatura están sus famosos artículos estructuralistas sobre el castellano...
--Ah sí. Nunca abandoné esa doble perspectiva. En el fondo el estructuralismo que yo hacía entonces sale de Amado Alonso y de mi lectura de Bello y de Hjemslev. En la Historia de la literatura argentina que publicó el Centro Editor está la historia de cómo fui cambiando de modelos... Lo primero que hice fue la morfología, completando las clases de palabras como clases funcionales. 
 
¿Cuándo volvió a Buenos Aires?
--En 1958 era rector interventor de la Universidad de Buenos Aires José Luis Romero. Entonces me nombraron para enseñar Historia de la Lengua. Después pasé a Gramática y a Introducción a la Literatura. Tenía un equipo excelente integrado, entre otras personas, por Nicolás Bratosevich, Enrique Pezzoni y Ofelia Kovacci.

Esa experiencia terminó con la Noche de los Bastones Largos...
--Sí, eso fue en 1966. Si bien la policía de Onganía no nos pegó a nosotros como a los de Ciencias Exactas, de todos modos nos pareció una cosa horrible y la mayoría decidimos renunciar. 

¿Cuál es la diferencia entre su gramática estructural y la de Ofelia Kovacci?
--La verdad es que no lo sé. Nunca leí las gramáticas de Kovacci...

En esa época empezó su vida itinerante entre los Estados Unidos y Argentina, ¿no?
--Sí, bueno. Como había renunciado a la Universidad y al Conicet volví a trabajar en los Estados Unidos: en Harvard (1968), Ohio State University (1971-1972) y en Columbia (a partir de 1973). Pero siempre con un pie en Buenos Aires. Por esa época dirigía en Buenos Aires el capítulo local del "Proyecto de estudio coordinado de la norma lingüística culta de las principales ciudades de Iberoamérica y de la Península Ibérica".

Es muy impresionante su trayectoria vertiginosa... Y también es muy impresionante lo excéntrico de su gusto: Macedonio, Felisberto Hernández, Sarduy...
--Bueno, nunca me consideré excéntrica... Pero es cierto que siempre fui bastante anti-convencional, y muy curiosa. 
 
Nunca escribió sobre Mallea, por ejemplo...
--Una vez, cuando era alumna de Henríquez Ureña, estuve a punto... Pero me aburría Mallea. Tampoco me gustó nunca Marechal, más allá de las diferencias políticas. Los del boom los he enseñado pero creo que nunca escribí nada. Al que no puedo aguantar es al de Tres tristes tigres. Cabrera Infante me parece el hombre más odioso que nunca conocí. Y nunca disfruté de su literatura. En cambio, siempre me gustó la poesía de Vallejo pero no me animaba a darla en mis cursos o a escribir sobre ella porque me parecía muy difícil. Lo mismo le pasaba a Enrique Pezzoni, que aunque se enfrentaba con los textos de Vallejo cada tanto, siempre pensaba que había que ser peruano para entenderlo cabalmente. 
 
Siempre me pareció extraordinario que, mientras otros escritores del boom vendían sus originales a las universidades norteamericanas, Cortázar le haya regalado su Cuaderno de Bitácora de Rayuela. ¿Fue un tributo a una amistad? ¿Cómo se conocieron?
--Un día fui con Daniel Devoto a tomar un café en La Fragata y en una mesa estaban Cortázar y Baudizzone. Nos caímos bien. Solíamos encontrarnos en la casa del poeta Eduardo Jonquières en Palermo Chico, donde nos reuníamos los fines de semana. Cortázar pasaba un ratito y después se iba a trabajar mientras nosotros nos quedábamos charlando. Allí conocí también a José Donoso. Cada tanto solíamos ir con Cortázar al bar del edificio Comega, desde donde mirábamos el atardecer. Una vez Cortázar dijo "¿Por qué no vienen a casa y ponemos discos?". Las discusiones que tenía con Devoto a propósito del jazz eran memorables. Nos fuimos de Buenos Aires (él a París, yo a Estados Unidos) el mismo día. Creo que mi reseña de Rayuela fue una de las primeras en señalar la ruptura que significaba. Cuando inicié mis estudios de genética textual me pareció lógico trabajar con esa novela que conocía tan bien. Y Cortázar me regaló esos materiales maravillosos. Sí, fue un tributo a nuestra amistad...

¿Nunca le pesó la vida académica?
--No, nunca. Siempre me gustó enseñar. 

Y la gente se maravillaba de la ropa que llevaba... Recuerdo que María Luisa Freyre, que fue su alumna, recordaba que Ud. era la única persona a quien la "moda trapecio" de los años sesenta le quedaba bien...
--No sé si es así, pero siempre estuve a la moda...

¿Y ahora en qué anda, Anita?
--Ahora estoy presentando esta nueva edición de La expresión de la irrealidad. Hasta fin de año estaré al frente del Instituto de Filología. Es la segunda vez que dirijo el Instituto y esta vez ya van más de quince años. La sucesión ya no es problema mío. Yo ya estoy cansada de tanta burocracia. Voy a seguir viniendo pero como investigadora. Ahora quiero recopilar todos mis estudios sobre Cortázar: el Cuaderno de Bitácora y todos los artículos para armar un libro. Y me siguen pidiendo que arme un libro sobre la literatura fantástica porque siempre se acuerdan de aquel artículo en el que critiqué a Todorov. Así que me dedicaré a armar esos dos libros.

¿Y después?
--Después... Veremos.



5 comentarios:

  1. Excelente homenaje, Daniel.

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  2. No sabía nada. Muchas gracias por este post, estimado Link.

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  3. ¡Qué buen homenaje! Todavía guardo notas de ella en los márgenes de un precario borrador mío... Gracias, Daniel :-)

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  4. Gracias, Daniel, por el recuerdo. Yo también fui alumna suya y sus clases fueron lo más rico que recibí en la Facultad. Y lo más perdurable. También es cierto lo de la ropa... no podíamos dejar de mirarla. Alcira Bas

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