Esta
semana se difundió la triste noticia de que Ana María Barrenechea,
nuestra maestra, nuestra amiga, la formadora de varias generaciones
de investigadores en literatura y lingüística (en Argentina, en los
Estados Unidos) falleció el 4 de octubre de 2010 y que el hecho no
fue dado a conocer a la comunidad académica por sus familiares.
Anita
era miembro de la Real Academia Española, reconocida hispanista y latinoamericanista,
generosa con su experiencia y su sabiduría. Dirigió el Instituto de
Filología donde hicimos las primeras armas los graduados de mi
generación. Allí la entrevisté cuando apareció una nueva edición
de su clásico libro La expresión de la
irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges.
Reproduzco la entrevista de entonces, con la melancolía del caso y
la certeza de que constituye un pobre homenaje a una vida ejemplar
consagrada a los estudios literarios.
por
Daniel Link Encontramos a Ana María
Barrenechea en su despacho del Instituto de Filología, cuyos
destinos dirige desde la restauración democrática. Acaba de
aparecer una nueva edición de La expresión
de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges,
un libro clásico que vuelve ahora con otros ensayos sobre la obra de
Borges, uno de los autores predilectos de Anita, cuyo gusto fue
siempre un poco excéntrico, muy poco convencional en relación con
los gustos dominantes en las diferentes épocas que sus trabajos
atraviesan. Así como La expresión de la
irrealidad es uno de los primeros libros
sobre Borges ("había sólo otro", dice Anita, "pero
era muy malo y no quiero hablar de él porque su autor se mató"),
muy tempranamente Barrenechea escribió sobre la obra de Macedonio
Fernández o de Felisberto Hernández. La reseña de Rayuela
que publicó en Sur
("nunca publiqué sino eso. No tuve más relación con Sur
que esa reseña) fue una de las primeras en notar el carácter
precursor de esa novela inmensa.
Ana
María Barrenechea nació en 1913. Se graduó en el Instituto del
Profesorado en 1937 y desde entonces ha sido la columna vertebral de
los estudios lingüísticos y literarios en la Argentina.
Usted
estudió en una época de oro...
--Tuve
suerte. Mis maestros en el Instituto del Profesorado fueron Pedro
Henríquez Ureña, que por esa época dirigía también el Instituto
de Filología y Amado Alonso, con quien hice tres cursos. No sólo
aprendí con ellos una perspectiva de los estudios lingüísticos y
literarios sino también una manera de pensar cómo trasladar las
investigaciones a la escuela.
En
1953 se fue a los Estados Unidos. ¿Por qué?
--¡Es
que me echó Perón! Yo trabajaba entonces en el Profesorado y
también en colegios. Había rendido concursos y Marechal, que era
inspector, no me nombraba. Siempre fui muy antiperonista, pero no
militaba. Por supuesto, me negaba a firmar todo papel que atentara
contra el secreto de voto, como la campaña por la reelección de
Perón. Nunca supe quién me denunció. En 1958 Mabel Rosetti accedió
a mi expediente en el Ministerio de Educación pero le pedí
expresamente que no lo abriera. Ya no me interesaba saber quién me
había denunciado.
¿Se
fue con una beca?
--Sí,
Frida Kurlat de Weber, que había sido mi profesora, me consiguió
una beca en Estados Unidos. Mis padres me pagaron el viaje de ida.
Como no llevaba dinero para nada y el estipendio era más que exiguo,
trabajaba como babysitter de los hijos de los profesores del
Departamento de Español. En 1956 me doctoré en Bryn Mawr College de
Pennsylvania con mi tesis sobre Borges.
¿Quién
dirigió esa tesis?
--Como
yo tenía miedo de meter la pata en temas filosóficos le pedí a
José Ferrater Mora que dirigiera mi tesis. Al final me aconsejó que
dejara de lado los temas filosóficos y me concentrara en los
aspectos estilísticos que me interesaban. De ahí sale La
expresión de la irrealidad...
¿Por
qué eligió a Borges, que en ese momento no era todavía un "objeto
académico" consagrado?
--Antes
de irme yo estaba enseñando Borges en el Instituto. Enseñaba
Fonética y Fonología pero además tenía que usar textos y, para
eso, daba Borges. Lo tenía todo recopilado y fichado. Recuerdo las
tardes que pasé en los archivos de El Mundo, fichando todo a
mano (porque no había fotocopiadoras, naturalmente). Me llevé el
fichero a los Estados Unidos. Y Enrique Pezzoni una vez me escribió,
a propósito de un articulito de una alumna mía: "Esta alumna
está copiando tus clases. Tenés que publicar eso". Entonces,
me puse a trabajar en la tesis y en 1957 Alfonso Reyes me la publicó
en El Colegio de México.
Pero
además de su interés por la literatura están sus famosos artículos
estructuralistas sobre el castellano...
--Ah
sí. Nunca abandoné esa doble perspectiva. En el fondo el
estructuralismo que yo hacía entonces sale de Amado Alonso y de mi
lectura de Bello y de Hjemslev. En la Historia de la
literatura argentina que publicó el Centro Editor está la
historia de cómo fui cambiando de modelos... Lo primero que hice fue
la morfología, completando las clases de palabras como clases
funcionales.
¿Cuándo
volvió a Buenos Aires?
--En
1958 era rector interventor de la Universidad de Buenos Aires José
Luis Romero. Entonces me nombraron para enseñar Historia de la
Lengua. Después pasé a Gramática y a Introducción a la
Literatura. Tenía un equipo excelente integrado, entre otras
personas, por Nicolás Bratosevich, Enrique Pezzoni y Ofelia Kovacci.
Esa
experiencia terminó con la Noche de los Bastones Largos...
--Sí,
eso fue en 1966. Si bien la policía de Onganía no nos pegó a
nosotros como a los de Ciencias Exactas, de todos modos nos pareció
una cosa horrible y la mayoría decidimos renunciar.
¿Cuál
es la diferencia entre su gramática estructural y la de Ofelia
Kovacci?
--La
verdad es que no lo sé. Nunca leí las gramáticas de Kovacci...
En
esa época empezó su vida itinerante entre los Estados Unidos y
Argentina, ¿no?
--Sí,
bueno. Como había renunciado a la Universidad y al Conicet volví a
trabajar en los Estados Unidos: en Harvard (1968), Ohio State
University (1971-1972) y en Columbia (a partir de 1973). Pero siempre
con un pie en Buenos Aires. Por esa época dirigía en Buenos Aires
el capítulo local del "Proyecto de estudio coordinado de la
norma lingüística culta de las principales ciudades de Iberoamérica
y de la Península Ibérica".
Es
muy impresionante su trayectoria vertiginosa... Y también es muy
impresionante lo excéntrico de su gusto: Macedonio, Felisberto
Hernández, Sarduy...
--Bueno,
nunca me consideré excéntrica... Pero es cierto que siempre fui
bastante anti-convencional, y muy curiosa.
Nunca
escribió sobre Mallea, por ejemplo...
--Una
vez, cuando era alumna de Henríquez Ureña, estuve a punto... Pero
me aburría Mallea. Tampoco me gustó nunca Marechal, más allá de
las diferencias políticas. Los del boom los he enseñado pero
creo que nunca escribí nada. Al que no puedo aguantar es al de Tres
tristes tigres. Cabrera Infante me parece el hombre más odioso
que nunca conocí. Y nunca disfruté de su literatura. En cambio,
siempre me gustó la poesía de Vallejo pero no me animaba a darla en
mis cursos o a escribir sobre ella porque me parecía muy difícil. Lo
mismo le pasaba a Enrique Pezzoni, que aunque se enfrentaba con los
textos de Vallejo cada tanto, siempre pensaba que había que ser
peruano para entenderlo cabalmente.
Siempre
me pareció extraordinario que, mientras otros escritores del boom
vendían sus originales a las universidades norteamericanas, Cortázar
le haya regalado su Cuaderno de Bitácora de Rayuela.
¿Fue un tributo a una amistad? ¿Cómo se conocieron?
--Un
día fui con Daniel Devoto a tomar un café en La Fragata y en una
mesa estaban Cortázar y Baudizzone. Nos caímos bien. Solíamos
encontrarnos en la casa del poeta Eduardo Jonquières en Palermo
Chico, donde nos reuníamos los fines de semana. Cortázar pasaba un
ratito y después se iba a trabajar mientras nosotros nos quedábamos
charlando. Allí conocí también a José Donoso. Cada tanto solíamos
ir con Cortázar al bar del edificio Comega, desde donde mirábamos
el atardecer. Una vez Cortázar dijo "¿Por qué no vienen a
casa y ponemos discos?". Las discusiones que tenía con Devoto a
propósito del jazz eran memorables. Nos fuimos de Buenos Aires (él
a París, yo a Estados Unidos) el mismo día. Creo que mi reseña de
Rayuela fue una de las primeras en señalar la ruptura que
significaba. Cuando inicié mis estudios de genética textual me
pareció lógico trabajar con esa novela que conocía tan bien. Y
Cortázar me regaló esos materiales maravillosos. Sí, fue un
tributo a nuestra amistad...
¿Nunca
le pesó la vida académica?
--No,
nunca. Siempre me gustó enseñar.
Y la gente se maravillaba de la
ropa que llevaba... Recuerdo
que María Luisa Freyre, que fue su alumna, recordaba que Ud. era la
única persona a quien la "moda trapecio" de los años
sesenta le quedaba bien...
--No
sé si es así, pero siempre estuve a la moda...
¿Y
ahora en qué anda, Anita?
--Ahora
estoy presentando esta nueva edición de La expresión de la
irrealidad. Hasta fin de año estaré al frente del Instituto de
Filología. Es la segunda vez que dirijo el Instituto y esta vez ya
van más de quince años. La sucesión ya no es problema mío. Yo ya
estoy cansada de tanta burocracia. Voy a seguir viniendo pero como
investigadora. Ahora quiero recopilar todos mis estudios sobre
Cortázar: el Cuaderno de Bitácora y todos los artículos
para armar un libro. Y me siguen pidiendo que arme un libro sobre la
literatura fantástica porque siempre se acuerdan de aquel artículo
en el que critiqué a Todorov. Así que me dedicaré a armar esos dos
libros.
¿Y
después?
--Después...
Veremos.
Excelente homenaje, Daniel.
ResponderBorrarNo sabía nada. Muchas gracias por este post, estimado Link.
ResponderBorrar¡Qué buen homenaje! Todavía guardo notas de ella en los márgenes de un precario borrador mío... Gracias, Daniel :-)
ResponderBorrarGracias, Daniel, por el recuerdo. Yo también fui alumna suya y sus clases fueron lo más rico que recibí en la Facultad. Y lo más perdurable. También es cierto lo de la ropa... no podíamos dejar de mirarla. Alcira Bas
ResponderBorrarInolvidable
ResponderBorrarabel posadas