Por Daniel Link para Perfil
El lugar donde me instalo en el verano para preparar mi vida futura queda a diez minutos de Moreno, a media hora por autopista de Montserrat (nuestro palacio de invierno), y si el lugar no es propiamente el campo, se le parece bastante por la precariedad de las condiciones de subsistencia que impone: no hay agua corriente, ni cloacas, ni suministro de gas natural. La señal de televisión satelital (la única disponible) se pierde si garúa o se levanta viento, y el teléfono, si es que no se han robado los cables, en cuyo caso la línea permanece muerta durante meses, funciona con intermitencia. De internet, ni hablar. Aunque se paguen las cuotas de ABL a la municipalidad que las reclama, la recolección de basura es esporádica y se acumula en un terreno baldío, objeto de disputa entre los vecinos permanentes, que pretenden trasladar el contenedor de alambre con sus inmundicias (hasta un perro muerto han llegado a endosarle) más lejos de la propia casa (es decir, más cerca de la casa ajena). Como las calles son de tierra, cada vez que llueve hay que explorar cuál es el mejor acceso, y la seguridad depende sólo de la suerte y de la buena voluntad de los ladrones. La electricidad es nuestro único lujo, y no es estable. Enfrente de la iglesia pentecostal (rancho desangelado) de la otra cuadra, un cartel político que sobrevivió a los últimos comicios comunales pretende que un candidato a intendente “está de tu lado”. Mentira más escandalosa que ésa casi ninguna, salvo nuestra pretensión de que vivimos en el campo y no en un arrabal metropolitano que se urbaniza lentamente, incorporando todas las calamidades de la vida ciudadana y ninguna de sus mieles. Las vacas, que hace unos años pasaban por la puerta, hoy se han retirado a una distancia de una legua, más o menos, y se cuentan con los dedos de una mano. El campo nuestro agoniza, y a nadie le importa demasiado. La crisis energética no nos es indiferente, pero la vemos con la mirada endurecida de aquéllos a los que les falta todo, todo el tiempo. Nos retienen en el campo nuestro los atardeceres, los pájaros, un horizonte de promesas inventadas.
Me pregunto si a la noche se escuchan balazos. ¡Qué emocionante!
ResponderBorrarSiendo así, rectifico: ya no dan tantas ganas de estar allá ... o en algún lugar parecido ...
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