por Daniel Link para Perfil
El fin de año pasado nos encontró sumidos en el estancamiento. Conseguir un taxi era imposible en cualquiera de las compañías. Como en noviembre, los coches de alquiler habían aumentado su tarifa un 20 %, fue lógico suponer que la oferta había disminuido proporcionalmente (trabajando menos horas, se ganaba lo mismo). Varias veces, incluso, vi burlada mi nocturna necesidad de llamar la atención de alguna de esas aves de plumaje negro y amarillo, con una mirada de desprecio y una aceleración que quería decir que al pasajero, en aquellas nuevas condiciones, lo elegía el que maneja, no importa qué urgencia justificara la desorbitante suma que estuviera dispuesto a desembolsar quien en la esquina hacia señas e insultaba para adentro. El “para allá no voy”, además, se convirtió en un latiguillo constante.
Enfrentado algún ocasional y generoso chófer con la triste realidad a la que nos condenaban, intentó defender el escándalo de las tarifas que los más miserables trechos implicaban escudándose en los precios de las baterías y los neumáticos. Tonterías.
Ahora, los diferentes sindicatos que agrupan a los dueños y choferes de taxis piden un nuevo aumento, esta vez del 40 % (seguros, patentes y repuestos, dicen). Imaginar no quiero los riñones que nos veremos obligados a dejar en los asientos traseros de las renovadas flotas de taxímetros. Y tampoco tiene mucho sentido discutir la legitimidad del reclamo, sino su contexto.
Que las tarifas que los taxis cobran sean caras se justifica solamente en ciudades que tienen excelentes sistemas de transporte público, que llevan de cualquier parte a cualquier parte por poco dinero, en instantes, y a toda hora. En Buenos Aires, directamente no hay sistema de transporte y si uno suma lo que sale esto, aquello y aquello otro, termina pagando por un viaje más que en cualquier ciudad del viejo continente (no tengo espacio para hacer las cuentas, pero es así, lo juro).
Que prospere el reclamo de las aves de rapiña me importa poco, pero espero que el gobierno de la Ciudad haga oídos sordos al pedido de tarifas parcialmente subsidiadas. Una cosa es el hastío; otra (más peligrosa), la cólera.
Daniel: no entiendo (ni se me ocurre) por qué no tendría "mucho sentido" discutir la legitimidad del reclamo de los taxistas. Creo que es un punto esencial de la cuestión que vos estás planteando.
ResponderBorrarMás allá de eso, en función del enfoque que le das al tema ("contexto del reclamo"), me surgen dos preguntas:
1) ¿los responsables de la falta de sistema de transporte público en B.A. son los taxistas? y
2) ¿quiénes son las "aves de rapiña": los taxistas que -como todos los trabajadores- se empobrecen día a día como consecuencia de la inflación o los empresarios que no resignan ni un poco de las ganancias extraordinarias que están obteniendo desde hace años?
Si se quiere entender un poco mejor el problema, me parece que sí tiene sentido discutir la legitimidad del reclamo de los taxistas.
Tomó pocos taxis, me robaron en uno , ergo, desconfío de todos. El chofer se aprovechó de un bajón de presión que tuve recien operada. Mi verborragia incontinente lo había puesto en autos minutos antes.
ResponderBorrarPero en las últimas semanas tuve que dejar mi fobia y subir a dos, y ambos eran manejados por lo que ellos llaman 'peones' desde la mas rancia nomenclatura conservadora.
Mi razonamiento me hace pensar en que no debe ser tan poco rentable si es posible emplear a alguien más...
Ergo: Linkillo tenés razón hasta alguien demuestre lo contrario.
no.
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