La mariconería de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos Beijing 2008 no podía ser mayor. Los partidarios del rubenismo estético sólo hubieran echado en falta los cisnes (de engañoso plumaje), pero aparentemente las sociedades protectoras de especies del mundo prohiben desde hace años la utilización de animales vivos en ceremonias de este tipo.
En el espectáculo ideado por Zhang Yimou estuvo tan presente la China milenaria como la China contemporánea, incluidos sus peores aspectos (los militares, una vez que se deshicieron de las banderas que portaban, se dedicaron a detener, seguramente, a todos y cada uno de los partiquinos que cometieron algún error durante las monumentales coreografías).
Pero tal vez no fue eso lo peor, finalmente una hipótesis, sino la deliberada confusión entre lo humano y lo mecánico. Sabido es que uno de los mayores encantos en las ceremonias inaugurales es el movimiento coordinado de las muchedumbres. En varios segmentos, gozamos de esa armonía un poco pueril, pero que jamás dejará de conmovernos. En otros, en cambio, se pretendió hacernos creer en coordinación humana cuando era evidente que se trataba simplemente de programas de computación corriendo solos: la cuenta regresiva con los tambores lumínicos, el segmento dedicado a la escritura china. Vamos, che: ¿a quién quieren engañar? Está bien que China también es célebre por las falsificaciones, y somos capaces de simular credulidad de buen grado, pero tampoco tanta.
A pesar del ingrato madrugón, estuvo lindo. Una sorpresa inesperada: el desfile de la delegación argentina que, ¡por fin!, prescindió del jogging celeste.
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