Visiblemente abrumado, Tim Burton subió al escenario del auditorio del MOMA donde acaba de inagurarse una monumental muestra retrospectiva de su obra gráfica y cinematográfica, para agradecer a las autoridades del museo, a sus sponsors y a los curadores de la muestra, “que le dieron sentido a mi vida”. Acribillado por los flashes de los fotógrafos de todo el mundo, tartamudeó un solo pedido, una súplica: “¿Hay un médico en la sala que venga a verificar si estoy muerto? En todo caso, me va a dar un ataque cardíaco”.
Es, seguramente, una expresión de falsa modestia por parte de alguien acostumbrado a lidiar con las amargas mieles de la celebridad pero es, sobre todo, una declaración que coloca al artista en el único lugar que le corresponde por derecho propio: el lugar del muerto (no otro ha sido siempre el tema de las películas de Burton y no es sino respecto de esa tensión que su carrera adquiere todo su sentido). Por eso, en la perspectiva de Burton (ver recuadro) museos y cementerios funcionan en la misma longitud de onda.
Pesadilla pre-navideña Tim Burton, lo sabemos, es un maestro de lo siniestro, lo que significa que es capaz de ver (y de poner en imágenes, porque la visión es una avenida de doble dirección) lo más extraño en las situaciones más familiares. Al mismo tiempo, ha sabido volver adorables a los monstruos con los que vivimos, transformando las más negras pesadillas en “tragic toys for girls and boys” (su serie de muñecos), un Disney del siglo XXI.
Timothy William Burton nació en Burbank, California, el 25 de agosto de 1958 donde pasó una infancia solitaria sólo acompañada por personajes de ficción (propios y ajenos). “Mi infancia en un suburbio....” es la leyenda con la que Burton comienza todos sus ejercicios autobiográficos, pero hay que señalar que Burbank es la “capital mundial de los media, porque en ella tienen sus sedes las principales corporaciones de la industria del entretenimiento, incluida, claro, los Estudios Disney.
Bien pronto el talento para el dibujo y el diseño de Burton fue notado en su ciudad natal (a los 13 años había realizado junto con amigos su primer corto animado, La isla del Doctor Agor) y en 1976 el joven prometedor ingresó en el Instituto de Artes de California (Cal Arts, fundado por Walt Disney como “plataforma de aprendizaje” para jóvenes interesados en la animación gráfica). Allí produjo la serie animada Stalk of the Celery Monster,gracias a la cual fue contratado por los estudios Disney, cuyos ejecutivos nunca lograron comprender del todo el punto de vista de Burton. Los años ochenta están puntuados, en efecto, por una serie de proyectos no realizados (True Love, 1981-1983; Romeo y Julieta, 1981-1984; Alien, 1983; Dream Factory, 1983, son algunos de ellos) y otros que, producidos por Disney, no fueron comercializados (entre los cuales se cuenta la versión de 1983 de Hansel y Gretel, sólo transmitida por el Disney Channel durante el Halloween de aquel año.
Como luego en las célebres polémicas con la Warner Bros a propósito de Batman, ese héroe desquiciado, deprimido y deprimente, Burton se mostró ya desde el comienzo de su carrera artística (como dibujante, director y productor) un paso más allá (pero tampoco mucho más) de todo lo conocido. Vincent (1982) y Frankenweenie (1984), dos cortos producidos por Disney, le dieron a Burton la fama de excéntrico que cultivaría para siempre (desde su imaginación un poco torturada hasta sus raros peinados nuevos) y, al mismo tiempo, asustaron a los siempre conservadores ejecutivos, que se negaron a distribuir comercialmente una película de animación vagamente expresionista y un mediometraje en el que un niño se esfuerza por resucitar a su perro Sparky, atropellado por un auto.
Ocupar el lugar del muerto, que en este caso no es otro que Walt Disney, fue una tarea que a Tim Burton le llevaría todavía algunos años.
Formas de vida Sabemos todo lo que hace falta saber del niño Burton, distante de sus padres y sofocado por el ambiente suburbano no tanto a través del gran Edward (protagonista de El joven manos de tijera, 1990), que ha sido justamente considerado un personaje autobiográfico, sino sobre todo por el autorretrato confesional de seis minutos Vincent, filmado en blanco y negro y narrado por Vincent Price. Allí, la madre (representada por un dedo acusador) quiere que Vincent salga afuera para disfrutar de una “diversión verdadera” mientras que el niño de siete años, fanatizado por las películas de Vincent Price, insiste en permanecer en su encierro maníaco, atravesando pasillos oscuros, solo y atormentado.
Esa relación entre el exterior y el interior (que es una manera de definir la imaginación, pero también la infancia), bien mirada, atraviesa toda la obra de Burton, desde sus primeros dibujos y diseños hasta la, con certeza deslumbrante, versión de Alicia en el país de las maravillas que se estrenará en marzo de 2010.
Interior/ Exterior es una oposición que se corresponde con la oposición entre la infancia desolada en Burbank y Hollywood como fábrica marchita de sueños, y es correlativa de la figura del héroe de Halloween (Jack-Burton), que quiere reemplazar a Santa (Disney) precisamente como formador de la infancia: no como “educador”, sino como aquel que da formas, imágenes o figuras a las pesadillas de la infancia, esa noción tan problemática para los norteamericanos, que no cesarán de estatizarla hasta niveles desconocidos por cualquier imperio previo.
"Creo que si alguna vez tuviste el sentimiento de la soledad o de ser un outsider o lo que sea, eso no te abandona”, le señaló Burton a Rob Nelson, el crítico del Village Voice. “Podrás ser feliz o exitoso o lo que sea, pero eso permance adentro tuyo".
Infancia y muerte La infancia, lo sabemos, es esa condena a muerte, es lo que está (en nosotros) condenado a morir y lo que permanecerá (adentro de uno) como un muerto-vivo.
La obra de Tim Burton, que (pese a sus apariencias) carece de toda vocación nihilista, ha hecho de esa conciencia su razón de ser y lo que explica, en primer término, sus repetidos desacuerdos con los ejecutivos de las grandes compañías, en segundo término, su suceso de identificación (ese milagro que el cinematógrafo no podrá nunca expulsar de su lógica más íntima) y, finalmente, su inclusión como parte de la política curatorial de uno de los museos de arte contemporáneo más famosos del mundo.
Equidistante de las desesperanzadas investigaciones expresionistas de un Francis Bacon, pero también de la algarabía más superficial del pop-art (a igual distancia, también, de Noche de Brujas y de Navidad), Tim Burton parece haber encontrado, de la mano de Ron Magliozzi y Jenny He (los curadores de la muestra, los que revolvieron y ordenaron el archivo maniático del artista, pero también los galpones y laboratorios de Disney, Warner, Paramount y Fox) el camino hacia su propia museificación, o, como le gusta pensar a él, hacia su propio cementerio: la tumba en la que yace su infancia y, porque la cultura no es sino esos destellos de mutua simpatía, seguramente la de todos los que se acercarán al MOMA para ver cómo un niño suburbano y neurótico fue capaz de hacer con sus terrores una obra, lo que involucra no sólo un estilo (hipótesis trivial) sino la transformación de una pura potencia de la imaginación en cosa que se compra y que se vende: una mercancía: Tragic toys for girls and boys. Mucho más que "Edward Manos de Tijera" o que cualquier otro de sus personajes (incluido Willy Wonka, que se le parece tanto), Tim Burton parece adoptar el lugar de Beetlejuice (1988), ese habitante de un cementerio de maqueta que es convocado para ayudar a los muertos que no terminan de aceptar que ya no tienen espacio en este mundo.
Tanto en el catálogo de la muestra como en la inauguración para prensa del pasado 17 de noviembre, Glenn Lowry (director del MOMA) y los curadores se esforzaron en justificar la singular presencia de Burton en las salas del museo. Desde siempre (1939), dijo Lowry, el MOMA ha presentado arte y artistas cinematográficos en sus galerías. Es una suerte que Burton sea, además de todos sus demás talentos, un archivista de su propia carrera,” lo que ahora nos permite ser la primera institución en presentar al público masivo la mayoría de esas obras” o pretextos. “Para Tim Burton”, dice Ron Magliozzi, “dibujar es el ejercicio de una imaginación infatigable”. Y Jenny He coincide: “Tim Burton es un visionario sin ataduras, un auteur.
Es la autoridad del “autor” y la marcha infatigable de su imaginación lo que justificaría su inclusión en las galerías del MOMA y no la mera obsesión por los desperdicios tan característica de la cultura norteamericana.
Gracias por todo De todas las fiestas populares del mundo, una de las más extrañas es sin duda Thanksgiving, que no sólo recuerda una matanza, sino que la actualiza anualmente a través de la masiva ejecución de los pavos que constituyen el obligado menú de los agradecidos festejantes. Parte de la celebración es el desfile de globos inflables que patrocina la tienda Macy's el último jueves de noviembre. La noche previa, las muchedumbres que transforman Nueva York en lo que tal vez secretamente sea (una Mar del Plata sin mar y sin lobos marinos) van a ver los muñecos ya inflados y dispuestos a iniciar su largo viaje al fin de la noche.
Fotos: Sebastián Freire
Vistos así, esos personajes de la cultura infantil más famosa (Mickey, el Hombre Araña, Pitufo, Snoopy, Buzz Lightyear,la Rana René, etc...), tirados en la calle, boca abajo, parecen los cadáveres de una guerra total y definitiva. Y la gente circula, observando esos muertos colosales, que en algún sentido son los despojos de la propia infancia transformados en estrategia de mercadotecnia para inagurar uno de esos Black Fridays en los que siempre hay algún muerto “de verdad”, atrapado por hordas enardecidas de compradores compulsivos que han pasado la noche en vela para acceder a las mejores ofertas.
¿No es, en el fondo, el deseo de dejarse arrastrar por esa misma fuerza, ese mismo carnaval lo que habrá llevado a las autoridades del MOMA a programar esta muestra deliciosa, sí, pero que no es más que un comentario irónico sobre la muerte de alguien que, desde hace años, está más allá del arte (porque está más allá de la “alta cultura")? ¿No es la acumulación de cachivaches (el traje de Gatúbela, el pullovercito de angora de Ed Wood, las cabezas cortadas de Marte Ataca lo que vuelve, irremediablemente, al Museo un Cementerio, al arte un memento mori y al lugar del artista, el lugar del muerto en vida?
¿No será a eso a lo que más teme Tim Burton, a ese intervalo temporal equidistante de la fiesta pagana (Noche de Brujas) y la celebración cristiana (la Navidad), y es por eso que nos pedía un médico que verificara si no había pasado a mejor vida, atrapado en una fiesta perpetua donde el pensamiento más triste se transforma en souvenir vacacional?
Recuadro: Declaración de artista
por Tim Burton
Crecí en Burbank, donde no había demasiada cultura de museo. Nunca visité uno hasta que fui un adolescente (salvo que se considere el Museo de Cera de Hollywood). Ocupaba mi tiempo viendo películas de monstruos, mirando televisión, dibujando y jugando en el cementerio local. Más tarde, cuando comencé a frecuentar museos, me hirió la similitud de su vibración respecto de la del cementerio. No en un sentido mórbido, pero tanto uno como otro tienen una atmósfera tranquila, introspectiva pero, al mismo tiempo, electrificante. Excitación, misterio, descubrimiento, vida y muerte todo en un mismo lugar. Por eso, tantos años después, inaugurar esta exhibición, mostrar cosas (de algunas de las cuales no se suponía que fueran alguna vez vistas, o que son sólo piezas de una figura mayor) es muy especial para mí.
Recuadro 2: Un universo de pesadillas leves
La muestra Tim Burton podrá verse en el MOMA hasta el 26 de abril de 2010 e incluye, además de quinientos dibujos originales de autor, diseños de vestuario, muñecos y parafernalia de utilería realizada por sus colaboradores. Además, se exhiben las catorce películas que constituyen el grueso de su obra fílmica y algunos videos y proyectos de adolescencia.
Organizados en serie, muchos de los dibujos son diseños para películas (incluso storyboards) y otros, sencillamente, dibujos, pinturas, o fotografías (particularmente impresionante es la serie de polaroids de la década del noventa, impresas ahora en gran formato. Pero también se destacan (no podía ser de otro modo), los niños enfrentados a sus familias en la serie True Love, los monstruitos y payasos.
Sería imposible comentar en detalle los ejemplares de la muestra, sobre todo porque lo que impresiona es el conjunto, que es en definitiva el descubrimiento de un universo entero con sus juegos de lenguaje (sus tensiones entre la melancolía y la algarabía) y sus formas de vida más o menos monstruosas.
En el planeta Burton (que, irremediablemente, pronto será parque temático), las niñas tienen mil ojos y de las pupilas ensangrentadas de los niños salen clavos. El Niño-Ostra (al que Burton le dedicó un libro) y el Niño-Mancha son algunos de los protagonistas de ese universo de pesadillas leves, pero en verdad, cualquiera de nosotros puede verse en esas ruinas de un pasado cuyas voces no terminarán jamás de interpelarnos.
qué texto tan encantador!!
ResponderBorrarsaludos
(con envidia infinita, obvio;
por no haber estado allí)
Excelente artículo! Se nota hasta mi hermana tu pasión por Burton y Agamben.
ResponderBorrarEspero a Alicia...
qué lindo! perfecto acompañamiento para las más de cuatro horas que me pasé en la muestra... y pienso volver.
ResponderBorrarEso, como Lorenza, muerta de envidia!
ResponderBorrarPero llena de agradecimiento, también, por habérmela producido con esta nota, Linkillo.
Excelente artículo, no había leído nada como una reseña sobre la muestra y menos que menos la inauguración. Me hubiese encanto estar ahí.
ResponderBorrar" La infancia, lo sabemos, es esa condena a muerte, es lo que está (en nosotros) condenado a morir y lo que permanecerá (adentro de uno) como un muerto-vivo."
ResponderBorraruna beleTza este navío.
"mi propio espiritu es esta llama"
Signo de fuego, nietzcheando