En la primera mitad d
Los regímenes totalitarios y dictatoriales, de los años veinte, treinta y cuarenta, fueron los más agudos al reconocer el potencial formador del cine. Sus ideólogos asumían para el Estado funciones críticas que, aunque de conservación y de control, no son poco comparables con la figura del crítico que autonomizará su práctica, paralel amente al cine moderno, a partir de la segunda posguerra mundial. Joseph Goebbel s en Alemania, Matías Sánchez Sorondo en Argentina, o Luigi Freddi en Italia, poseían un tipo de saber (sociológico, económico, cultural, estadístico, histórico) que la profesionalización y especialización de la crítica conducirán a la desaparición. Esas figuras son centrales en el reconocimiento estatal del potencial de formación, moral y política, del cine, instrumentable ya para la consolidación y ampliación del poder estatal, ya para el control del disenso. Todos el los saben, de una manera u otra, que la imagen del cine, en el período, está del lado del dominio, porque no es reflexiva (ni debe serlo) y porque impide, o no demanda, la el aboración intel ectual de parte de un espectador que no es, ni puede ser, un lector. Saben también que la imagen en movimiento es de percepción e intel ección inmediatas, directas, y en eso vehículo de eficacia incomparable en la transmisión de ideas (oficiales) sobre el mundo; la palabra escrita, en cambio, requiere siempre de un aprendizaje lento, costoso, que no todos los espectadores han hecho.
El período stalinista, para el cine, es el fin del constructivismo de la escuel a soviética que concebía la realidad como una construcción del medio cinematográfico mismo y no como una reproducción de su modo de ser preexistente. Esto lleva a la discusión entre sus cineastas respecto del compromiso con el partido o con el proceso revolucionario (“Entre los héroes y el realismo. apaev, Eisenstein y el cine soviético bajo Stalin”).
El período nazi, con Leni Riefenstahl como cineasta paradigmática, concibe en cambio la realidad como una organización para la puesta en escena documental; y concibe al intel ectual del régimen como artista útil cuya justificación se hace en nombre de cierta apoliticidad y perennidad del arte (“Estado, sociedad e industria del cine en la Alemania nazi. La trilogía documental de Leni Riefenstahl”). El fascismo italiano y el peronismo clásico argentino, si bien son gobiernos incomparables en sus aspectos políticos e ideológicos, presentan analogías tanto en su control “imperfecto” del cine –por errático, tolerante, sin ficciones propagandísticas estatales–, así como en la “política” de los cineastas y de los productores que indirectamente inducen: un cine de alucinación y disimulación de lo real fascista, en uno (“Entre el realismo y la disimulación. La forma sutil del cine fascista”) y un cine “culto” de cumplimiento y, al mismo tiempo, evitación de las normas estatales, en el otro (“Un cine culto para el pueblo. La transposición como política del cine durante el primer peronismo”).
Pero siel cine es entendido como un arte de Estado, es porque acarrea un problema de soberanía que excede el signo político de los gobiernos con los que confronta, o a los que se acomoda, en cada momento histórico. Que el Estado subvencione su existencia se debe a que vio –y sigue viendo– en él la posibilidad inédita de un arte popular mecánico. De ahí que la rel ación entre el cine y el Estado no sólo no cese, sino que no cesa de ser problemática (“Un arte de estado. Cine y estéticas oficiales”).
SUMARIO
Un arte de Estado. Cine y estéticas oficiales, por Silvia Schwarzböck.
Pero si
SUMARIO
Un arte de Estado. Cine y estéticas oficiales, por Silvia Schwarzböck.
Los héroes y el realismo. Capaev, Eisentein y el cine soviético bajo Stalin, por Alessia
Cervini.
Estado, sociedad e industria del cine en la Alemania nazi. La trilogía documental de Leni
Riefensthal, por Román Settón.
Entre el realismo y la disimulación. La forma sutil del cine fascista, por Daniele Dottorini.
Un cine culto para el pueblo. La transposición como política del cine durante el primer peronismo,
por Emilio Bernini.
II. Versiones
Contra Eisenstein. Intervención de Sergei Vasilev.
Discurso en el Hotel Kaiserhof el 28 de marzo de 1933, por Alfred Goebbels.
Dos rebeldes de diferente índole, por Rudolph Arnheim. Decreto del Ministro de Ilustración y Propaganda del Imperio sobre la crítica de arte.
Por un paisaje italiano, por Giuseppe de Santis.
Innovación y tradición, por Luchino Visconti.
Ambiente y sociedad en la narración cinematográfica, por Mario Alicata.
Neo-realismo, por Umberto Barbaro.
El instituto cinematográfico del Estado, por M. Sánchez Sorondo.
III. Conversaciones
Novísimos. Conversación con Pablo Fendrik, Mariano Llinás y Gaspar Scheuer.
IV. Críticas
La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel // La rabia, de Albertina Carri) // Las vidas posibles, de Sandra Gugliota // Leonera, de Pablo Trapero // El desierto negro, de Gaspar Scheuer // Liverpool, de Lisandro Alonso // Aniceto, de Leonardo Favio // La próxima estación, de Fernando Solanas.
IV. Críticas
La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel // La rabia, de Albertina Carri) // Las vidas posibles, de Sandra Gugliota // Leonera, de Pablo Trapero // El desierto negro, de Gaspar Scheuer // Liverpool, de Lisandro Alonso // Aniceto, de Leonardo Favio // La próxima estación, de Fernando Solanas.
Uh, la quiero ya!!
ResponderBorrarIván: te la llevo cuando vaya. Abrazo
ResponderBorrarAdiós Fogwill
ResponderBorrarel farabute
filibustero
de la palabra
como pinza
de cirugía.
extirpando
un hígado
cirrótico
de prosa
pulida,
cortando
la vena aorta
de los pelotudos
de la academia.
el drogadicto
de la droga
en el paseo nocturno
y los amaneceres
de putas
y sonambulismo.
el mercader
amigo del dinero y
de los dealers
del poder,
el poeta
de coca cola
enamorado de
lamborghini.
Cocainómano
de feria
y provocador
del mass media.
la literatura
es un artilugio
de la guerra
contra la
palabra lucida.
Gracias Daniel..! A ver como andan las cosas por acá cuando vengas, por estos días es un hervidero ...
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