martes, 7 de septiembre de 2010

Dulcia linquimus arva...

Nuestra situación en Roma se vuelve insostenible porque la intransigencia de Estación Pringles, que ha dejado de pagar nuestros viáticos (porque tienen que instalar no sé qué molino para la producción de electricidad en los remotísima residencia para poetas que administra), es total y definitiva: o conseguimos títeres (enteros y preferentemente formando compañía), o nos volvemos. Nada de esto sirve:





Así las cosas, tuvimos que recurrir a la Embajada Argentina en Roma, porque de la pensione de Viterbo



no nos iban a dejar irnos sin que liquidáramos la cuenta (no es momento ahora de contar mis desacuerdos con la policia de finanzas y los agentes de migraciones...).




El agregado cultural se ofreció gentilmente a pagar las noches debidas, a cambio de algún trabajo... ¿Qué podía yo ofrecer, habiéndome especializado en odiar las cosas nuestras?
Estaba este evento, claro, que pagaba parcialmente nuestros billetes aéreos:



Pero mis habilidades motrices en nada me acercaban a los estándares requeridos. Tal vez, me sugirieron, podría servir el vino de honor, al término de la inauguración de la gran Mostra de Freire.

Acepté sin hesitación. No tenía otra opción para salir de Roma y volver a la patria.

2 comentarios:

  1. Anónimo11:42 a.m.

    me encanta cuando escribís así,digo,gracioso.

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  2. Me encantan estos relatos itálicos.

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