viernes, 22 de octubre de 2010

Fascismo gay

Por Daniel Link para Soy

Los pueblos de Europa (y más allá) temblaban cuando en el horizonte se insinuaban los estandartes con la temible sigla SPQR: sus campos serían con seguridad saqueados, sus mujeres violadas, sus niños raptados y sus hombres esclavizados o puestos bajo bandera. "Senatus Populus (at)Que Romanus": El Senado y el Pueblo Romano era el nombre del Imperio y, por eso mismo, una máquina de aniquilación disfrazada de impulso civilizatorio.

El fascismo italiano supo reivindicar esa tradición y Benito Mussolini hizo colocar la inscripción en toda las alcantarillas de Roma (donde todavía hoy puede verse).




Como los italianos son muy afectos a la imaginaría



(ANNO 1936, XIV ERA FASCISTA se lee áun en el edificio del Correo Central de Nápoles), es muy fácil dejarse llevar por la ensoñación y sentirse, de pronto, un dacio arrastrado hasta el centro del Imperio (¡Roma, Roma!) por la carreta de Trajano o un bibliotecario solterón de quien se burlan sus vecinos un cálido otoño de 1937.

SPQR es el sueño de los poderosos: una máquina de normalización (en relación con las formas de vida, normalización y aniquilación son lo mismo) que todos festejan por su alcance civilizatorio. Dicho de otro modo: el fascismo (el imperio) puede acechar en cualquier forma de organización institucional (para no decir “es interior a”, lo que puede interpretarse como una forma metafísica de comprensión del mundo).

Baste una cuenta más para completar la pulsera (me reprocharían que dijera “cepo”): La asociación italiana Arcigay, fundada en 1985, es la principal organización nacional "para la defensa de los derechos de las personas homosexuales”. El 16/03/06 Arcigay fue registrada con el número 115 en el Registro Nacional de Asociaciones de Promoción Social (APS) del Ministerio de Trabajo y Políticas Sociales del Estado Italiano.

Se articula en “114 realidades territoriales”, 45 comités provinciales, 5 organizaciones regionales y “64 asociaciones de ocio afiliadas (bares, discotecas, saunas, restaurantes, círculos culturales)” (
http://www.arcigay.it/ricreativi). Los objetivos de Arcigay (que seguramente aspira a partido político) rezan: “Arcigay es una organización de voluntariado social sin ánimo de lucro, que tiene como objetivos la lucha contra la homofobia y el heterosexismo, contra los prejuicios y la discriminación antihomosexual.
Asimismo, lucha por la consecución de la igualdad de condiciones y de oportunidades entre personas, independientemente de su orientación sexual, y por el desarrollo de la plena, feliz y libre condición homosexual. Arcigay persigue la consecución de estos objetivos a través de la organización de iniciativas de agrupación y socialización, la puesta en marcha de servicios de apoyo a la persona, la promoción de la visibilidad de las personas homosexuales en la sociedad.”

Aunque parezca mentira, no es esto (que leído con el debido tono de voz equivaldría al flameo de los estandartes de Trajano o a los martillos de la forja musoliniana) lo que asusta de Arcigay.

Lo que asusta de Arcigay es que “Inscribirse es necesario para financiar las actividades políticas, culturales y de ocio que Arcigay desarrolla desde hace años para defender los derechos y mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos homosexuales.”

Es como si Roma, en cabal ejercicio del SPQR, hubiera decidido que las minorías sexuales, si quieren defensa de derechos y mejores condiciones de vida, deben autofinanciarse (¿por qué habría la matrona romana de pagar programas de formación antihomofóbica para docentes de escuela media?).

En la práctica, la necesidad se transforma en obligatoriedad: si uno quiere ir a alguna de las “64 asociaciones de ocio afiliadas” debe asociarse necesariamente a Arcigay (sólo para cuyos miembros está permitido el ingreso a los “bares, discotecas, saunas, etc…”).

Asociarse es muy sencillo: sólo supone pagar una cuota anual (de 15 euros) y registrar todos y cada uno de los datos personales (dirección particular, teléfono, número de documento) tanto en la base de datos como en la TESSERA Arcigay.




No es como el triángulo rosa, por supuesto, porque uno la guarda en el portadocumentos, pero queda claro que el Estado (El Imperio, Roma) sabe quién y cuántas veces va a qué lugares (porque, cada vez, hay que pasar la tarjeta por la máquina lectora).
En Roma, para “ver qué onda” hay que ser puto o torta con carné.

Obélix, gordo bruto como era, interpretaba el SPQR como “Sono Pazzi Questi Romani”.



Pero no, no están locos. En el fondo, saben bien lo que hacen. O, marxianamente: no lo saben, pero lo hacen. En todo caso, miles de siglos los respaldan.


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