Una amiga que vive en Londres no para de quejarse de la ciudad, que no le gusta. Añora Nueva York (no entiendo por qué).
Londres se reinventó después del Milenio y creo que es hoy una de las ciudades más lindas de Europa (Roma es la más linda del mundo y de todos los tiempos, de modo que no cuenta). Tan así es que no cesa de brillar en las series que seguimos, algunas de las cuales ya he hablado: Dead Set, Whitechapel, la siempre (y pese a todo) inmensa Doctor Who.
También Survivors (2008) saca provecho del Millenium Bridge, el edificio con forma de dildo gigante, el Támesis, las callejuelas de la City, los parques y los canales.
En este caso, ha habido un virus (cierta empresa farmacéutica ha fabricado un virus de influenza, descontrolado) que mató en apenas 48 horas al noventa por ciento de la población mundial. Uno de cada diez habitantes es inmune a la peste, y como las ciudades son ahora gigantescos depósitos de cadáveres pudriéndose al sol y convocando a la ratas y a las enfermedades asociadas con la catástrofe, los sobrevivientes han decidido huir al campo (los suburbios menos habitados), donde se atrincheran para sobrevivir.
El grupo de protagonistas está constituido por uno de cada: una madre que busca a su hijo, un negro que ha perdido a su familia (pero que puede haber sido salvada misteriosamente), un asesino que se ha fugado de la cárcel, una médica lesbiana, etc. Hacen lo que pueden para no morir o no ser asesinados por las hordas de saqueadores que han invadido el mundo.
Además de estos grupos la mayoría de las veces antagónicos (Leviatán), queda un resto de Estado británico: la que era la vocera oficial del gobierno y algunos pavotes que la secundan se han refugiado en una granja eólica que se autoabastece de electricidad (que en todo el resto del planeta falta: aparentemente son los únicos molinos de viento en actividad que sobreviven en los alrededores de Londres).
Cada tanto, algún pormenor de la trama lleva a los sobrevivientes a la ciudad, que aparece desierta, vacía de tránsito, abandonada. Lejos de quitarle belleza, el silencio hace de Londres el perfecto monumento funerario de la especie (algo así como un British Museum de mayor escala todavía).
Además de esas briznas de sociedad civil y de Estado (que es presentado, por supuesto, como la aniquilación misma de lo viviente, como el fascismo en su forma más pura y más prístina) hay algunos restos de la corporación farmacológica responsable del desastre.
La pregunta que organiza la reunión de los sobrevivientes, al comienzo, es cómo vivir juntos. Luego se verá que no hay respuesta para algo semejante y que, en todo caso, más vale preocuparse por el bien morir.
No digo más: el casting es correcto, las locaciones impecables, la trama es algo floja, pero es una sola temporada que se deja ver sino con alegría, al menos sin desagrado. Quiero decir: con la promesa de mostrar Londres, aunque sea de lejos, cualquier cosa aguanta.
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