domingo, 2 de enero de 2011

El último museo



Por Daniel Link para
Perfil Cultura

Hace unos años Lidia Blanco, por entonces directora del Centro Cultural España en Buenos Aires, destacaba la paradoja de una ciudad que de no tener absolutamente nada pasaría a tenerlo todo. Se refería a la cantidad de museos y sitios de exposición que se inauguraron en los últimos cinco años (el Padelai, esa fantochada dominada por el mal gusto de una España en crisis; la Colección Fortabat; el Palacio de Correos; la nueva Proa y una larga lista que culmina con el último museo de todos, el MAMBA).
La prensa, en su gran mayoría, celebró sin hesitación la reapertura del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA), dirigido por Laura Buccellato desde 1997 y cerrado por remodelación en 2005.

Como en tantas otras ocasiones, se trata de una inauguración falsa, porque la obra no está terminada: fueron abiertos al público poco más o poco menos (según los diarios que se consideren como fuentes) de 3.000 metros cuadrados de los casi 12.000 que el MAMBA tendrá cuando el largísimo proceso de construcción y refacción concluya (si es que alguna vez esa circunstancia se concreta). Al día de hoy, el MAMBA no tiene tiendita (que, como todo el mundo sabe, es el centro secreto de cualquier museo, su razón de existencia) ni guardarropas, y son más las puertas cerradas en la planta baja y en el primer piso que las que están abiertas al público.

Más desconcertante todavía es la prohibición de hablar del tema que rige para los empleados y funcionarios del MAMBA. Cualquier pregunta que uno quiera hacer sobre la reforma deberá canalizarla directamente al área de prensa del Ministerio de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, lo que da a entender que en una simple obra de ampliación se juega algún destino político y se dirimen internas de poder. Parte del MAMBA ya está abierto al público y está bien que así sea, pero nadie podría jactarse de una apertura tan parcial y desprolija que, en los catálogos de las muestras con las que el museo abrió sus puertas, se suministran una dirección electrónica de gmail y un blog (en plataforma blogspot) en vez de los tradicionales dominios .org, .gov o .edu que corresponderían en este caso.

Además, el limitado espacio (equivalente al que ocupa la colección Fortabat) apenas si permite la exhibición de un puñado de las 7000 piezas que constituyen el patrimonio del museo en la nueva sala del primer piso, donde se exhiben algunas obras de la colección Pirovano (una de las principales donaciones de las que el MAMBA puede enorgullecerse) en diálogo (que Laura Buccellato, en el texto del catálogo, llama tal vez con exceso “un per saltum
dialéctico”) con otras obras del acervo. La muestra así reunida (curada por Laura Buccellato y Cecilia Rabossi) lleva el extraño título “El imaginario de Ignacio Pirovano” (París, 1909 – Buenos Aires, 1980), que no parece ser la denominación más adecuada para las piezas de op art, arte abstracto y concreto que dominan el conjunto. Además, introduce una noción, “el imaginario”, sobre la que nada se dice en los textos que acompañan la muestra, tal vez porque eso habría obligado a un tratamiento diferente del material exhibido, destacando, por ejemplo, los puntos de juntura que, necesariamente, constituyen lo imaginario y la imaginación: en el caso del op art (que en Argentina hizo escuela bajo el titulo de “arte generativo”), habría que haber señalado la coincidencia histórica entre ciertas obsesiones formales y el imaginario de las drogas (en particular, las alucinógenas), per saltum dialéctico sin el cual no se entiende esta práctica artística.
Más allá del título desafortunado, la muestra es un buen repertorio de un arte tal vez demasiado fechado pero que no carece de interés, puesto en correlación con los antecedentes de la abstracción dentro y fuera del país. Particularmente feliz es la disposición de las piezas “extranjeras” (la apretada sucesión de Klee, Kandinsky, Herbin y Delaunay dice algo sobre los aires de familia y, al mismo tiempo, sobre las singularidades de las prácticas estéticas).

En la planta baja, en la “sala vieja” del MAMBA se ha dispuesto bajo otro título confuso, “Narrativas inciertas”, una muestra panorámica de las tendencias del arte argentino de los últimos veinte años. En palabras, otra vez, de Laura Buccellato, los artistas invitados “ofrecen su visión de un mundo suspendido, incierto, inestable, en permanente fluctuación”. La curadora, Valeria González, que aceptó la encomienda y el título propuesto por la directora del MAMBA, consideró que alcanzaba con poner su texto de presentación bajo la autoridad del “Principio de incertidumbre de Heisenberg” (que puede ser cualquier cosa, pero que es, sobre todo, una noción muy precisa que nada tiene que ver con la fluctuación permanente). Corresponde nombrar a todos los artistas antologizados en esta muestra temporaria: Gabriel Baggio, Eduardo Basualdo, Nicola Constantino, Dino Bruzzone, Matías Duville, Leandro Erlich, Estanislao Florido, Max Gómez Canle, Sebastián Gordón, Diego Gravinese, Marcelo Grosman, Carlos Huffmann, Iuso, Martín Legon, Lux Linder, Fabián Marcaccio, Hernán Marina, Alberto Passolini, Esteban Pastorino, Débora Pierpaoli, Alexandra Sanguinetti, Mariano Sardon, Alejandra Seeber y Mariano Vilela.

Los conocedores de las tensiones últimas del arte argentino (no es mi caso) podrán evaluar si la selección es representativa o tendenciosa. Y es muy probable que el visitante del MAMBA considere que parte del material expuesto es o pavote o execrable. Pero por alguna razón que tiene que ver con la habilidad en la disposición de las obras, se deja leer en la primera mirada como un conjunto de calidad pareja.

El Marcaccio (muy impresionante) domina el conjunto desde una posición privilegiada. La mejor pieza, la instalación de Mariano Sardon, podría haberse destacado más en otro lugar, pero nadie la pasará por alto, tan complejo y tan exquisito es su mecanismo.

Las fotografías de Nicola Constantino (al mismo tiempo espléndidas y triviales) están acompañadas de un taburete que no sólo interfiere en la circulación sino que además subraya el divismo de la artista.

El MAMBA es el último museo no sólo por una cuestión ordinal (el último que ha sido inaugurado) sino porque su “misión” lo acerca peligrosamente a esas instituciones sin objeto cierto: “el arte de hoy”, lo que en algún sentido lo obliga a presuponer la existencia de aquello que, desde muchos puntos de vista, podría declararse muerto.

Las dos muestras que el edificio de San Juan 350 alberga son, en algún sentido, reveladoras de esa tensión entre la eternidad del arte y su caducidad sobre la que Baudelaire dijo palabras definitivas: "la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno e inmutable”. La mitad de lo que el MAMBA está obligado a guardar y a exhibir lleva la marca de la muerte (o todo lo que el MAMBA guarda y muestra está semiherido de muerte). Por ese lado, tal vez, se habrían encontrado mejores títulos para las dos muestras con las que el MAMBA ha vuelto a la vida.

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