sábado, 12 de febrero de 2011

Círculos viciosos

Por Daniel Link para Perfil

Hay proposiciones insostenibles, más allá de la verdad que se quiera otorgarles. Cada tanto, la prensa nos sorprende con investigaciones que pretenden verificar la supremacía intelectual de los varones por sobre las mujeres (o de los varones caucásicos por sobre los de raza negra). Nunca sabremos quiénes patrocinan esas investigaciones abominables, cuyos resultados son insostenibles porque avalan la desigualdad y la explotación.
Con el poder, una palabra que forma parte de nuestro vocabulario cotidiano, sucede otro tanto. ¿Dónde está el poder? La solución más sencilla es la que señala que el poder está allí donde se ejerce (allí donde hay, por lo tanto, resistencia). Las posiciones que pretenden diferenciar algo así como un “poder real” cuya sede es diferente de la del “poder formal”, o un poder oculto en contra de un poder visible, en el fondo, reposan sobre la presunción (insostenible) de que el poder está (por definición) escondido en otra parte. Faltando, pues, en su propio lugar, el poder sería tan ubicuo y tan ilocalizable como para estar siempre en un más allá del sentido que nos vuelve, literalmente, locos (dementia paranoides).
El poder está donde se ejerce (donde hay resistencia). Quienes ejercen el poder son poderosos (y lo son, precisamente, por ese ejercicio). Naturalmente, entre poderosos hay sistemas de alianzas y también sistemas de exclusiones (la guerra no es necesariamente exterior a la esfera del poder): nociones como “clase”, “hegemonía”, “Estado” y, sobre todo, “capitalismo” (entre tantas otras) han servido históricamente, mejor o peor, para dar cuenta de esas alianzas y esas exclusiones.
Poder real vs. poder formal, poder oculto (y constante) vs. poder visible (de turno): esas falsas oposiciones sólo significan que el poder, si bien es constante (se ejerce sin intermitencia) no es uniforme.
Y porque no lo es, porque está siempre atravesado por una línea de fisura, el discurso del poder, como los trucos de los mejores magos, puede fallar.
La cuestión es de capital importancia para los analistas de discurso (político, mediático, cultural, etc.), porque quiere decir que lo imaginario es mucho más complejo que la mera imposición de tales o cuales proposiciones desde un centro de poder (visible u oculto), y que si el sujeto P sostiene X no es (necesariamente) porque así se lo haya indicado “el poder” real, sino (también) por resistenci o deseo de soberanía.
Uno puede (y debe) considerar como objeto de análisis la conciencia de los otros, pero teniendo en cuenta la fragilidad y la delicadeza de ese objeto: incluso los subalternos deberían tener derecho a su propia conciencia y su propio deseo: hablar y sostener un punto de vista, incluso el más abominable (para uno). Tal vez no sea el otro el esclavo del poder, sino uno mismo.
Para no caer en los laberintos sin salida de las interpretaciones viciadas, conviene escuchar atentamente todas las voces. El poder podrá ejercerse ciegamente, pero no le conviene ser sordo. ¿Por qué habríamos de serlo nosotros?

3 comentarios:

  1. Anónimo7:02 p.m.

    Hay gente que nace para esclavo y gente que nace para esclavizar.

    El poder solo existe si se ejerce.
    Si un gobernante oprime o si una multitud marcha.

    Es un vicio de los intelectuales imaginar a todos los otros como iguales.

    Todo analista político es un historiador del presente. Su visión tiene una base pequeña. No es tan importante. Basta con que sea minusiosa.

    La mayoría de las personas simplmente viven su vida. Unos pequeños grupos, en comparación, la dirigen. Ingenieros, medicos, políticos, intelectuales, esos grupos. Incluso los líderes.
    Y son esos quienes deben escuchar. Los otros, la mayoría, debe vivir. Como vacas en el campo, pastando y nada más.
    Si un día se quedan sin pasto no van a escuchar, van a pisar.

    No somos individuos, somos grupos de individuos. Algunos deben escuchar, otros deben pastar.

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  2. excelente comentario felicitaciones guillo

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