miércoles, 4 de mayo de 2011

Al maestro con cariño

por Daniel Link

para Diego B.

La aparición de Antes del fin[1], la autobiografía de Ernesto Sábato, actualizó un debate latente en la cultura argentina alrededor de la figura de Ernesto Sábato, erigido por los medios masivos de comunicación en un intelectual-faro de la Argentina de fin de siglo (hay que entender cabalmente la astucia de Sábato: el “fin” mentado en el título bien podia ser el de su propia vida, pero más probable es que se tratara del final del siglo, lo que significa una astucia comercial mucho mayor porque interpela la imaginación milenarista transformándola en mercado de público). En un país cuya televisión enarbola como producción más intelectual el programa de Mariano Grondona, eso no sería raro. Lo raro es que además de ese masivo reconocimiento, Sábato sigue cautivando a un público inusitadamente juvenil y, además, cuenta con la general antipatía de los intelectuales y escritores argentinos.
Ya sea por el almuerzo con Videla del cual Sábato participó junto con Borges y el padre Castellani, o por lo kitsch
de su literatura, o por su humanismo inconmovible como una roca, o por su dispositivo de autopromoción, lo cierto es que a Sábato se le niega el lugar preferencial que tiene en la cultura industrial. Un lugar similar al que tienen el ex fiscal Luis Moreno Ocampo o monseñor Laguna: el progresismo mediático.
Habría que preguntarse si esa invención no es finalmente saludable porque mantiene una cierta conciencia política que la ciudadanía no podría encontrar en otra parte, o si, por el contrario, su efecto es meramente catártico.
Las objeciones que la catarsis ha recibido por parte de los intelectuales de izquierda a lo largo del siglo
xx tienen que ver con su función de integración social: la catarsis, como estrategia de consolidación del orden establecido, forma parte de un conjunto de dispositivos reaccionarios. No estaría mal, en ese punto, un debate general sobre el papel que la palabra política representa en los medios masivos de comunicación.
Y sin embargo, y pese a todo, Ernesto Sábato forma parte del patrimonio de recuerdos de una generación. Tal vez en las vestiduras desgarradas de hoy haya que leer el arrepentimiento por un vicio juvenil de muchos. Pero, en todo caso, lo que debería entenderse es que la literatura de Sábato interpeló parte
de la vida de quienes hoy producen arte y cultura.
Alejandra Vidal Olmos de Sobre héroes y tumbas
es un personaje mítico de la literatura argentina y muchos –María Moreno, Juan Forn[2]– prefieren su fuerza, su conciencia desgarrada, su intensidad suicida e incestuosa a la vacuidad juguetona (sexualmente juguetona) de Lucía, La Maga. El Informe sobre ciegos (su pretendida “realidad” formó parte de muchas nietzscheanas especulaciones juveniles), sin duda alguna, es la más célebre ficción “incluida” en otra ficción de toda la literatura argentina (una literatura dominada por la idea de “inclusión”, típicamente borgeana).
En la década del setenta, Eduardo Falú grabó (y cantó junto con Sábato ante 20.000 personas atónitas en el hipernacionalista Festival de Cosquín) una versión musicalizada del Romance de la muerte de Juan Lavalle
, otra de las líneas argumentales de Sobre Héroes y Tumbas, y muchos jóvenes de entonces creyeron que en esa amalgama de historia y escritura había una potencia, por lo menos, antiimperialista.
Otros niños (o jóvenes) de entonces elegían la utopía patagónica y homoerótica que cierra la novela: el simultáneo repiqueteo de las micciones de Martín y un camionero al costado de la ruta, ventosa y desierta –fantasía homosexual típica de la clase media urbana acomodada. Algunos políticos de hoy –que prefieren permanecer en el anonimato—esperaron durante horas en un banco frente a la “iglesia redonda” de Cabildo y Juramento que algo
sucediera. Y algo sucedió: ahora hay allí terrazas para tomar algo, al caer la tarde.
Alan Pauls recuerda una lectura febril en Alta Gracia del vanguardismo de Abbadon, el exterminador
, novela que la crítica francesa aclamó y premio con el título de mejor libro extranjero en un momento en que las instituciones culturales no eran tan previsibles como ahora. En todo caso Sabato siempre funcionó bien (así lo señalan todos los testimonios) como entrada a la “literatura de verdad”.
Si el problema son las ideas
de Sábato sobre el mundo, pues bien: son ideas sencillas (Guillermo Saccomanno: “Ernesto Sábato es el abuelo de Mafalda. La gente que lo lee, quiere creer en Dios”) . Sus alocuciones a la juventud siempre encontraron espíritus sensibles dispuestos a llamarlo a su casa de Santos Lugares (y es tan distinto llamar a Santos Lugares que llamar a Barrio Norte, o Adrogué) para agradecerle, sencillamente, todo. ¿Cómo resistirse a un lugar semejante? ¿Y para qué?
Hacia mediados de la década del sesenta, un puñado de jóvenes brillantes salieron a decir por las calles de París que estaban hartos de Sartre y su prédica a favor de un humanismo embarrado por la historia. Foucault, Lévi-Straus, Barthes, Lacan, Derrida (no necesariamente en ese orden) derrocaron al intelectual-faro de la Francia de posguerra. Esa operación de desplazamiento es siempre legítima porque hace a una política del presente
. De Sartre queda una obra, que se puede releer, comentar, usar. Casi nadie cree que de Sabato pueda decirse lo mismo, lo que tal vez sea cierto, o no.



[1] Buenos Aires, Planeta, 1998.

[2] Éstos y los demás son testimonios recogidos informalmente para este texto, publicado originalmente en Radarlibros e incluido en Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía, 2006 [ISBN 987-21040-6-9]

11 comentarios:

  1. Creo que ha dicho algo muy interesante, profesor, sobre este ilustre.
    Yo después de "El Tunel", con la ayuda del "Lobo estepario" comencé, al principio una carrera inconsciente a las letras, ahora, después de varios tumbos me metí en ese camino intransitable, intempestivo, imaginario...
    Todo llega, la muerte nunca llega tarde, ni temprano, pero las palabras se quedan y al final eso es lo que más importa, porque ahí podemos buscar todo, o nada, encontremos algo o no, pero podemos buscar.

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  2. Anónimo2:04 a.m.

    Qué obra de Sartre queda que se puede leer y usar?

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  3. Su novela más lograda concluye con el camionero Bucich anunciando "mañana atravesamos el Colorado" cual John Wayne en una de Ford. I rest my case. Ojo, lo dice alguien cuya "entrada a la literatura de verdad" fue el "Para comerte mejor" de Gudiño Kiefer.

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  4. Anónimo12:35 p.m.

    Muy buena la nota, Link, salvo por este exceso: "En un país cuya televisión enarbola como producción más intelectual el programa de Mariano Grondona, eso no sería raro". Eso no lo puede sostener seriamente ni Clara Mariño.
    Y en cuanto al acceso a literatura, da lo mismo que haya sido Benedetti, Asís o Gudiño Kieffer. En la literatura, como en un restorán y más allá del folklore, el que te abre la puerta sirve solo para el anecdotario personal. Importa qué se come y con quienes se comparte.

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  5. En realidad importa cómo se come, porque entonces, aparece la ética...

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  6. Perdón Señores, pero ¿alguien leyó "Sobre Héroes y Tumbas" completo? Porque aquí aparecen algunas críticas sobre obras parciales de Sábato y ninguna sobre LA OBRA que es el libro que menciono.
    Parece que para algunos mediocres que pretenden disminuir a un GRANDE sólo les queda criticar sus escasos errores, sin medir la inmensidad de su proyección.

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  7. Schubert1:39 p.m.

    Muy interesante la nota, Daniel. La última frase es una frasón...=P

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  8. Carlos Micho6:31 p.m.

    LA OBRA es la DE DIOS.

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  9. Ambiguo, pero como siempre interesante. Qué bien vendría un libro de Link sobre Sábato, tan necesario y, por qué no, tan vendible.

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  10. Les recomiendo la lectura que hizo Fogwill sobre Sábato, y que sacaron en radar el domingo pasado. Por lo menos, Fogwill se juega y dice lo que piensa, no como vos que sos un barrilete.

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  11. que paso con el resto de los comments?

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