Por Daniel Link para Perfil
Escribí a los senadores del Congreso de la Nación, pidiéndoles que no aprobaran el proyecto de Ley conocido como “Canon Digital”, según el cual, por pura presunción, se gravarían todos los dispositivos de grabación y copia (es decir: todos ellos), para favorecer a unas cámaras abominables (SADAIC, CAPIF, CADRA) que se arrogan el papel de gestionar colectivamente los derechos de propiedad intelectual.
Expliqué a los senadores que los proyectos de ley presentados (tres, por lo menos) son abusivos, que en los países europeos donde la nefasta ocurrencia tuvo curso parlamentario (los mismos que hoy no saben cómo salir de los atolladeros políticos en los que se encuentran: España), la norma fue objetada y suspendida por tribunales internacionales de justicia, y les garanticé (ellos a lo mejor son sólo brutos) que no delego representación alguna en cualquiera de esas cámaras de terror y que no aprobaría que en nombre de mis derechos se gravaran indiscriminadamente los dispositivos de almacenamiento (cds, dvds, discos rígidos, cámaras fotográficas, etc...).
Les juré que no sólo no tengo intención de copiar la obra de Paz Martínez, Tito Cossa, Jorge Marrale, Susana Rinaldi o Zamba Quipildor (quienes, entre otros, aplaudieron el proyecto) sino que, por principio, me abstengo de leer, escuchar, mirar (u obligar a alguien a que lo haga) las producciones de cualquier persona que avale la presión de esas cámaras integradas por traficantes cuyo único interés es el establecimiento de peajes para la libre circulación de conceptos, ideas y piezas de memoria.
Traté de explicar a los representantes senatoriales, como ciudadano, como profesor, como escritor, cuánto nos perjudicaría el canon digital y qué error gigantesco estaban a punto de cometer. A la mañana siguiente, los mensajes electrónicos habían vuelto porque “El buzón del destinatario está lleno y no puede aceptar mensajes”.
Ellos (¡y ellas!) no atienden el correo de sus representados, pero seguramente sí las llamadas imperiosas de los lobbistas con los que hacen negocios.Ahora suspendieron (son tiempos electorales) el tratamiento del proyecto. Volverán a la carga. Yo seguiré escribiéndoles.
Me acabo de dar cuenta de que a blogger le falta: "me gusta". En todo caso, "aplausos".
ResponderBorrarEscribile a Cabanchik que te va a dar bola, es de Filo y Letras y muy abierto a dialogar
ResponderBorrarsnob
ResponderBorrarLTA (y no de las que te gustan)
ResponderBorrarRoberto, querido: cuando nos cruzamos el día e la madre no sospechaba el daño cerebral que estabas ya sufriendo y que forzó (y por eso te perdono) a un comentario tan homofóbico. Saludos de quien te quiere desde hace mucho tiempo y por razones más sólidas que un senador reaccionario.
ResponderBorrarMe había perdido este post en su momento ¡imperdonable! (lo mío, lo tuyo fantástico). Me interesa mucho la postura de un autor y usuario como vos. Yo como usuaria y traficante de información, para diversión, pero también para mi trabajo y para mis alumnos, jamás querría una ley de ese tipo pero y como "autora" sólo escribo pesadeces académicas que si tengo la suerte de que alguien las quiera leer cómo y de dónde sea, ya es suficiente pago (además de las fortunas que recibimos de la universidad, claro). Por eso me gusta ver alguien que como autor rechace estas medidas, me gustaría encontrar también alguno que no trabaje más que de "autor", si es que los hay, ¿cómo se sostiene su trabajo?
ResponderBorrarPerdón por tanta parrafada, es un asunto con el que no logro ponerme de acuerdo. De todas formas, las ridiculeces que proponen los proyectos hasta ahora, sí sé que no me convencen.
Lo mejor de tu nota: la observación sobre los correos rebotados y los teléfonos sin duda abiertos para otros llamados.