Queridxs: Estambul nos necesita. Le dije a Liliana Viola que hable con la gente de la embajada para fletar un barco lleno de nosotrxs. Acá no tienen idea del placer (NI IDEA) y mucho menos de lo que los norteamericanos llaman meaningless Sex. No creo que lo haga porque ella (pura envidia) me ha conminado a que vuelva a Buenos Aires o me despide. ¡Pero si yo soy una víctima de las circunstancias, y lo que tuve que hacer lo hice sólo porque el amor me había puesto en la senda equivocada, y no una, sino dos veces, como se verá!
De más está decir que todo el turismo árabe que viene a Estambul por un descanso de las estrictas costumbres musulmanas bien pronto hacía cola bajo la ventana desde la que yo ofrecía atender sus necesidades.
Como no sé nada de turco, mucho menos de árabe y mi inglés es un traspié tras otro, sólo con gestos pudimos entendernos con mis.... (no quiero decir clientes) patrocinadores en la desgracia en la que había caído.
Por ejemplo, si yo hacía con los brazos abiertos un gesto como de quien agarra la ropa que salió del laverrap, eso quería decir "todos juntos". Si, por el contrario, hacía con mis manos el gesto de quien nada pecho, con las manos hacia afuera, eso quería decir "separados". Para mi sopresa, la mayoría de los turistas árabes de Estambul preferían el "todos juntos", lo que hizo de mi despacho de favores bucales el bukkake más conocido de la vecindad. En tres noches había coleccionado la cantidad de liras turcas necesarias para comprar mi pasaje de vuelta a Berlín, y no en aerolínea barata, sino en la turkish airways, que te prepara un kebab arriba del avión.
Reservé para el domingo que viene, pero el aeropuerto de partida iba a ser Antalya, en la costa del Egeo, y no Estambul, así que tenía que tomarme un ómnibus hasta esa remota ciudad del Asia Menor.
Quiso la suerte que hubiera, en uno de los bares más a la moda de Gálata, un campeonato de backgamon (el juego de tablero predilecto de los turcos, junto con el dominó: ellos no toman alcohol, tampoco garchan, pero le dan al juego como locos), cuyo premio era un viaje en barco hasta Fethiye, la playa más paqueta de la Turquía toda, a dos horas de Antalya. Y como yo he pasado noches enteras chateando en el msn y jugando al backgamon en internet al mismo tiempo (un poco por vicio y otro poco por aburrimiento), me inscribí confiada. ¡Y gané!
En dos minutos junté mis prendas interiores, el abanico que me había hecho famosa en la zona roja de Estambul, y me fui al puerto. Por supuesto, todo era un malentendido turco (las famosas "trampas" a las que son adictos en estas latitudes). El barco que habría de llevarme a Fethiye no era un crucero, ni mucho menos, sino un barquito de carga con dos cabinas, que se encarga del tráfico de hash turco desde los invernaderos de Kinik donde la cultivan hasta los diferentes puertos de Turquía.
El capitán del barco era Kaan, un chico de 26 años de espesa barba al que le habría concedido más de un favor latino. Su marinero, sin embargo, fue el que se robó mi corazón: Mikail (27 años, su sueño era irse a Canadá).
Durante el viaje de tres noches a lo largo de la costa turca, me cocinó, me contó los secretos de su vida (era oriundo de la patria del Baklava y del pistacchio, cerca de Siria -que él llamaba Süria, haciéndome temblar las piernas), nos bañamos desnud@s en el Egeo. Cómo nos amamos en su camarote con olor a sal y a marinero sin agua caliente... Tanto, pero tanto, que a poco estuve de mandarle telegrama a Liliana Viola renunciando indeclinablemente a sus torturas repetidas.
Por suerte no lo hice, porque llegados a Fethiye un viernes por la noche para buscar el hash empaquetado y, pensaba, para hacer casa para siempre con el hombre más hermoso del mundo, nos esperaba la Jandarma (¡la gendarmería!). A Mikail lo encarcelaron de inmediato y a mí me llevaron directo al aeropuerto para deportarme. El lunes tengo que ir a Comodoro Py, a ver si resuelvo la intriga internacional declarándome insanx.
Cuando sea grande quiero ser profesor de la UBA.
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