En el consulado argentino nos miraron con condescendencia casi rayana en el desprecio. Lo único que podía hacer S., dijeron, era iniciar un trámite urgentísimo y cruzar los dedos para que el pasaporte llegara a tiempo para que pudiera salir de Turquía.
En el consulado español, por el contrario, fueron más imaginativos (o no: porque en realidad copiarion el argumento de una serie de televisión). Como el pasaporte peninsular de S. es de última generación, cuenta con un chip que puede ser rastreado mediante un dispositivo satelital que el Reino de España pone a disposición de sus súbditos en casos como éstos.
Activado el seguidor, resultó que el pasaporte estaba en los alrededores de la Galata Tower, donde se dan cita los traficantes de drogas de toda clase para negociar con sus clientes y, aparentemente, donde se vende la documentación que los extranjeros desaprensivos van perdiendo por el mundo. Hasta allí podía llegar el Reino de España en sus gestiones. En adelante, debíamos ponernos en contacto con la policía local para que hicieran las averigüaciones del caso y las eventuales detenciones.
No es que S. quisiera recuperar en primer término el pasaporte español, porque el caso fue que para entrar a Turquía él uso el pasaporte argentino (que no necesita visado) y no el español (que sí lo necesita, por esas políticas de reciprocidad).
Ahmet (me doy cuenta recién hoy que hasta ahora yo había estado escribiendo mal su nombre), que siguió acompañándonos en la desgracia, como antes en el placer, dudaba de que la intervención de la policía pudiera tener algún resultado positivo para nosotros (para S.).
"Yo me encargo", dijo y empezó a manipular números telefónicos en su blackberry y a gritar cosas en esa lengua misteriosa que para nosotros suena como una mezcla de portugués y japonés, en dosis idénticas.
No es que Ahmet tuviera amigos en los bajos fondos (se encargó de aclararlo), pero en Gálata Tower siempre alguien conocía a alguien que conocía a alguien y, así, si ofrecíamos una recompensa apetecible, tal vez consiguiéramos recuperar el pasaporte argentino (que, obviamente, es un "invendible").
Entregados como estábamos a las delicias turcas y, al mismo tiempo, al sinsentido de la vida, lo dejamos hacer.
Esta novelita me está gustando. Las vicisitudes del pobre S. lo convierten en un antihéroe digno de inspirar compasión. Por favor, narrador despiadado, no lo abandones en la antigua Bizancio, mucho menos en manos de Ahmed y sus amigos.
ResponderBorrarSubscribo al primer comentario: ¡Qué buenos estos relatos Kafkianos –estos procesos- de sus viajes!
ResponderBorrarEse aire denso y asfixiante que tan bien establecía Kafka, se perciben en estas piezas de viaje –como los relatos en Italia-.
Tanto este relato como los viajes y estadías en Italia, merecen existir, merecen estar en un libro.
Pd: Querido profesor: que usted se llame Link y enfoque estos viajes, estos “pasajes”; se “traslade”, es todo un síntoma referencial…
EA! Que Musas inspiren el relato que celebran mis contertulios y que los danielidas y sebastianidas lleguen a los destinos que el hado ha fijato en ésta, la querida Troya...Tierra que sostuvo la osamenta del gran Homero y ahora la de nuestro queridisisisisisisisisisisismo Daniel.
ResponderBorrarA por ello y evohé!