domingo, 25 de septiembre de 2011

Relinchando de amor

por Lux para Soy

"Ahmet, Ahmet, por qué me has abandonado...", musito desde mi balcón, detrás de los geranios que lo adornan.
Retomo mis aventuras otomanas: Ahmet, candidato a Mr. Leather Internacional 2011 en el Folsom Europe que me había contratado como jurado, me invitó a Estambul, donde, yo pensaba, me integraría a su harem (en carácter de qué, yo no lo sabía, porque ignoraba que esas instituciones sobrevivían a las prohibiciones de Atatürk, el gran modernizador turco).
Llegada la comitiva a la que me integré al jet privado de mi sultanejo o jeque, con quien había imaginado ya mil y una noches de placer, me encontré confinadx a una camarita donde se me ofrecieron tés humeantes y olorosos que bien pronto me sumieron en profundo sueño.
Desperté horas después, sin haberme enterado del aterrizaje en el aeropuerto de Sabiha ni de mi traslado a las secretas dependencias donde me encontré, casi desnudx (salvo por un albornoz de seda), en el más absoluto silencio. El Rohypnol que habían puesto en mi infusión secretamente (reconozco muy bien sus efectos) comenzaba a abandonarme, pero no del todo: la laxitud me dominaba.
Al rato, dos gigantes otomanos se presentaron a mi puerta y me condujeron a través de un laberinto de pasillos hasta el hammam del palacio de mi sultanillo. Me imaginé que allí estaría esperándome Ahmet, la bestia turca, para vaciarse enteramente dentro de mi. No fue así: me sometieron a un minucioso tratamiento de hidratación, masaje, depilación completa de mi piel, me aceitaron con esencias orientales, azotaron mis carnes con varillas de saúco, me exfoliaron con cepillos y esponjas del Mar Muerto y trabajaron cada entretela de mi cuerpo con una sabiduría milenaria preparándome, así lo imaginaba, para la cámara nupcial.
No fue así. De vuelta en mi aposento (casi una celda, aunque bien acondicionada con tapetes y almohadones), me esperaba el piloto del jet y secretario de Ahmet para explicarme mis funciones en palacio: iba a tener que encargarme de enseñar a las siete concubinas de Ahmet la mejor manera de satisfacer sus deseos.
¿Maestrx de conchudas, yo, que pensaba que todavía tenía todo que aprender de la sabiduría sexual sarracena? ¡De ningún modo! "Quiero hablar con Ahmet", dije mordiéndome los labios. Abdul rió y se pasó la lengua por su bigotazo: "de ningún modo". Y me hizo un gesto con su dedo índice para subrayar la negación.
Ahmet, que más de una vez en sus viajes había probado la insuperable felación latina, recorría el mundo para contratar entrenadorxs para sus concubinas.
Amenacé con denunciarlos, me declaré víctima de una de las tantas estafas turcas de las que me habían advertido mis amigxs alemanxs y, asustados por la cantidad de veces que dije la palabra "tráfico", me dejaron ir depositándome en el Havas que une el aeropuerto con el centro de Estambul. Sin una lira turca ni un jetón para moverme, y sin pasaje para volverme a Berlín, mis días en Constantinopla amenazaban ser un espanto tras otro.
Pero mi sexto sentido me condujo muy pronto a la zona roja de la ciudad y en la callecita Kü
çük Bayram del barrio de Beyoğlu conseguí que me comisionaran una ventana en el segundo piso, desde donde, me dijeron, podía atraer clientes emitiendo el clásico ruido con el que se llama a los caballos, haciendo chasquear la lengua contra el paladar.
Si tenía que poner a trabajar mis pericias amatorias prefería hacerlo por mi propia causa y no en favor de esas taradas del harem, que aparentemente nunca aprendieron para qué servían sus bocas.
Por suerte los vuelos a Berlín son bien baratos, así que en unos días conseguiré volver a mi rutina. "Ahmet, Ahmet, por qué me has abandonado", musito mientra cae el sol sobre la torre de Gálata y me preparo para mi habitual cena ligera a base de yoghurt turco.

2 comentarios:

  1. Anónimo5:16 p.m.

    Por fin volvió la entrada literaria! ¿Dónde dejaste abandonado al pobre S? ¿No estará por allí, enseñándole artes latinas al misterioso Ahmed?

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  2. ese que estaba en la foto con S cuando se embarcaron el martes 13, parecía Mario Bellatín... que vuelva M a algún relato! con S y Ahmed (o como fuera que se escriba!)

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