lunes, 14 de noviembre de 2011

La conquista del centro



Por Daniel Link para Perfil Cultura


Tulio Carella nació en Buenos Aires en 1912 y el libro que tardo en leer es su novela Orgia (1968), basada en su diario personal escrito durante su estadía en Recife entre 1960 y 1962, ahora reeditada en una bellísima edición de la editorial brasileña opera prima y con la traducción de Hermilo Borba Filho revisada.

De la obra de Tulio Carella nada es lo que se consigue en Argentina, de modo que hay que celebrar esta reedición (que me llega en retardo, como una carta en sufrimiento), sobre todo porque Orgia, como señala Alvaro Machado, constituye un “elemento privilegiado de un panel pan-americanista, cuyo rescate esta edición propone iniciar”.

Me doy cuenta de que el libro que me llega, Orgia, es un libro tachado de la literatura argentina y cuya importancia, aparentemente, se mide más allá de los estrechos límites de la literatura nacional.

Ahora entiendo mejor la diferencia entre Manuel Puig y Tulio Carella (más allá de los veinte años que los separan en el tiempo y más allá del parecido de sus retratos): el primero estuvo destinado desde el primer momento a convertirse en el novelista más importante de la literatura argentina; el segundo se condenó a la desaparición. O, mejor dicho: en una época de dialécticas entre centros y periferias, fue colocado al margen, en un umbral de indescernibilidad que necesitaba de otro horizonte epistemológico (el horizonte de lo “panamericano”) para poder ser recuperado.

A Puig se le tolera la algarabía de la loca porque, después de todo, viene a decir que hay un centro (el centro del universo novelesco, es decir Hollywood o Broadway) y que cualquiera puede ocuparlo. A Carella se prefirió olvidarlo porque nos recuerda que el centro es un agujero vacío imposible de ser llenado.

Uno es ese centro y ese agujero, el espacio vacante y desocupado en el cual se leen todos los anonadamientos, el fin (propiamente) de lo humano. “Estoy derrotado de antemano. El corazón vacío, un cerebro hueco, un orgullo inconcebible, y esta entrega a lo carnal (entrega absoluta, como si lo carnal fuese un dios) adelgazan mis resistencias y la barbarie me ocupa totalmente” (Orgia).

Tulio Carella fue, como se dice, un “porteño de ley”. Tanguero (Tango, mito y esencia), apasionado por Buenos Aires, frecuentador de piringundines del Bajo (Picaresca porteña es el título de su breve historia de la prostitución en Buenos Aires). Había estudiado Química cuando, a los 22 años, caminó casi cien kilómetros (así lo contó) para saludar a García Lorca a su paso por Buenos Aires. El andaluz le dio “valiosos consejos” que el incipiente dramaturgo puso en práctica ese mismo año de 1933 en una obrita teatral que consiguió que le representaran en un circo de Barracas. Carella se dedicó a la dramaturgia y al periodismo cultural. A partir de 1934 fue cronista y comentarista cinematográfico del diario Crítica. Publicó poemas (Ceniza heroica, 1937; Los mendigos, 1953; Intermedio, 1955). En 1940, dedicó a Lorca sus primera y premiada comedia, Don Basilio mal casado (1940) y en 1942 hizo el guión para El gran secreto, un dramón sobre maternidades cambiadas protagonizado por Mecha Ortiz.

En 1959 ganó la Faja de Honor de la SADE por su Cuadernos del delirio y sus piezas comenzaron a ser reconocidas como parte de la nueva dramaturgia argentina (Juan Basura, de 1965, se toca con el “Juanito Laguna” de Berni).

A punto de cumplir 48 años fue invitado a Recife para asumir una cátedra de teatro en la recién creada Escuela de Bellas Artes de la Universidade Federal de Pernambuco. Viajó sin su mujer y no se relacionó bien con el ambiente universitario. En Orgia, el diario de esos años, se lee (con esa seriedad que quema que caracteriza al libro): “Llegué a.. soy… lo que soy. ¿Para qué continuar engañándome? (...) Aquí, como entre los pájaros, el macho es el mas atractivo. Los negros tienen cráneos brillantes, color de acero lustroso, son lascivos y crueles porque el clima es un filtro de amor y nos hace victimas. El aire afrodisíaco que llega del mar hace que sean tiernos y sanguinarios. Aire esplendidos para las glándulas sexuales. Y no trituramos unos a otros en alegre anarquía. Seguros de que todo parece prometer la felicidad, la voluntad y el olvido. Heme aquí, victima de este obelisco – espíritu penetrante – que sustituyó el fuego divino, iluminador y renovador, el fuego sagrado que es la inteligencia del hombre. Es un placer erróneo, ya que es un dolor. Lo que me destruyó es mi concepto del tiempo inmóvil. Todo fluye, menos yo. De ese modo, siempre me baño, igual a mi mismo, en diferentes ríos. (...) No, no amo la vida, sino la muerte, quiero decir, la vida interior, el sosiego, la paz, la eternidad”

Uno de sus pocos amigos brasileros (y su traductor), Hermilo Borba Filho contó sus últimos días en Brasil en Deus no pasto (1972), donde usa para nombrar a Carella el mismo seudónimo que él se inventó para Orgia: Lucio Ginarte.

El 8 de enero de 1961, Estados Unidos rompió relaciones con Cuba. Recife era por entonces escenario de las demandas de los campesinos, organizados por la Liga Camponesas de Pernambuco. Los militares brasileños supusieron una conspiración entre el estado cubano y las ligas campesinas y decidieron rastrillar Recife para desentrañar cómo los revolucionarios de Cuba hacían llegar armas a los “Sin Tierra” pernambucanos. Fatalmente, Tulio Carella, cuya deriva sexual lo había hecho frecuentar los ambientes más alejados de su entorno profesional y de clase, fue detenido y torturado para que confesara que entregaba furtivamente, en los puertos y en los baños públicos, mensajes de revolucionarios cubanos para receptores de armas. Fue transferido a la celda de una fortaleza, en una isla. Finalmente, el secuestro de su diario le valió la libertad, el chantaje y la deportación (“cualquiera puede cometer un error”, le dijeron para justificar la tortura). Tulio Carella volvió a Buenos Aires, se separó de su mujer, publicó Picaresca porteña y murió de un paro cardíaco en 1979, olvidado por la crítica. O, más exactamente: marginalizado, como un pariente loco cuyas razones podrían poner en riesgo las propias.

La escritura de si que Carella emprende en su diario, apenas ficcionalizada en Orgia, no es tanto el proceso de aprendizaje de lo que se es sino precisamente la comprensión de lo que ya no se puede ser más.

Viviendo en Recife, escribiendo su diario, Carella comprende en qué clase de monstruo es capaz de convertirse: “El violentísimo deseo de King Kong me contagia plenamente. Olvido el pudor, las precauciones de la prudencia y las restricciones morales”. King Kong es un sarará (facciones negras, piel blanca y pelo rubio) de 22 años, “un monstruo obcecado, poseído por un furor erótico exaltado, implacable, perdido el control de sus reacciones. Está ciego, mudo; mudo con excepción de ciertos ruidos naturales y la respiración entrecortada que indican un propósito inquebrantable”.

Marginal o marginalizado, Tulio Carella vuelve desde ese borde en el que su vida todavía se agita para decir una verdad sobre la literatura argentina. “Siento que [el monstruo King Kong] toca el fondo y que triunfa”, escribe Carella. Y en ese tocar fondo, en esa conquista del centro lunar, la literatura argentina encuentra un margen infranqueable o un umbral de transformación, quién sabe. En todo caso, elige el olvido.

3 comentarios:

  1. Anónimo8:37 p.m.

    Uno de ellos esta condenado a ser uno de los más importantes escritores de la Argentina y el otro condenado a la desaparición, pero ¿y qué decir de escritores como Martín Caparrós, que se presenta al premio de una editorial (Anagrama) en la que su obra estaba previamente contratada? ¿Falta de ética? ¿Corrupción? Modelos de escritores muy distintos, desde luego.

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  2. UNA PRECIOSSSURA.lágrimas y todo..

    MUCHAS GRACIAS POR ESTA NOTA,

    PUCK

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  3. Buena nota, Daniel. Es un escritor para leer.

    saludos
    Demian

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