por Daniel Link para Perfil
Lo
primero a definir es el género: ¿lírico, épico o dramático? O,
todavía más (moderno): ¿lo novelesco sin la novela?, ¿el poema
blanco (sin ritmo y sin rima)?, ¿el melodrama o la sit-com?
¿De qué
tengo ganas? Últimamente, la vena poética me tienta: silban las
gomas de los autos que se queman, en las noches ventosas de un marzo
atormentado.
Es
verdad: en la ciudad más segura del mundo, queman autos de altagama. Aquí y allá aparecen, cada tanto (al ritmo de más de uno por
noche) hogueras de indignación. Pasto de las llamas.
Aparentemente,
los responsables silenciosos de la quema (tiembla la soja, el
petróleo falta) utilizan los prendedores de resina que se utilizan
tanto para encender el fuego del hogar (las danzarinas y crujientes
llamas) como, entre nosotros, el asadito (el pleno vacío, la
bondiola crasa).
Cuando
me cuentan que cada noche uno o dos autos serán sacrificados en elaltar de no se sabe bien qué religión o política causa (la
inversión del orden habitual de las palabras es muy poética), y
cuando noto el despreocupado tono con que la noticia se me transmite
(el porcentaje de incendiados en relación con el parque automotor...
¡es mínimo!), me doy cuenta de que estoy en medio de una sociedad
psicótica. ¡En la ciudad más segura del mundo el vandalismo es
tolerado como si se tratara de una travesura infantil!
Me
refiero a Berlín, donde comenzó el suceso que, en ciudades más
ignorantes, más snobs, y más tendientes a la locura colectiva, como
Buenos Aires, ha comenzado a reproducirse.
¿Son
anarquistas? Probablemente. ¿Son acciones organizadas? Imposible
saberlo. El método es infalible: el prendedor de resina arde
lentamente y permite a los perpetradores alejarse de la escena del
crimen. Cuando el vehículo estacionado en el dormido cordón de lavereda es ya una bola de fuego, no hay a quien culpar. Y no habiendo
a quien culpar, la culpa va royendo nuestras más íntimas certezas,
toda tranquilidad, ya nadie duerme.
Berlín,
la ciudad más segura del mundo, la ciudad con un transporte público
infalible, parece tener también un equilibrio perfecto entre
automóviles y plazas de estacionamiento. Los autos duermen
mayormente en la calle.
Entre
nosotros, nada de eso es cierto, pero la manía imitativa ha cundido
igual, con un sentido más... trágico: muerte al automóvil, al
tren, al subterráneo, al ómnibus de pasajero. Piquete (de ojos) al
traslado. ¿Niños quieren ir al balneario? ¡Pum! Tiramo
el bondi contra el tren,
¡que aprendan! (las rupturas de registro lucen bien en un poema
moderno).
¿Se me
murieron cincuenta pasajeros contra un amortiguador deshabilitado?
Pues bien, les digo: que expliquen los quejosos sus 38 muertos de la
crisis.
La
poesía es así: a salto de mata, enhebra imágenes sin ton ni son.
Volvamos
a la hoguera. En Berlín, un sentido opaco (¿anarcos?, ¿la mafia
rusa?, ¿poscomunistas?), pero estimulante (la historia sigue viva,
la izquierda radical amenaza nuestro confort capitalista); aquí, un
carnaval de fuego (una estrategia de bandas criminales que tratan de
desviar la atención policial, para dar golpes de peso en otra
parte).
El
último estratega sabía que no se podía desfederalizar el sitio de
la fundación mitológica sin trasladar, al mismo tiempo, la sede de
la soberanía. Alfonsín, Alfonsín, Alfonsín: ¿cómo no nos va a
parecer cuento que empezó la Ciudad Autónoma de Buenos Aires si es
como un inquilinato con vecinos cada vez más pobres, más soberbios
y más díscolos, y caseros cada vez más incompetentes y con menos
ambición? CABA suena idéntico a CAVA. Vivo, vivimos, en la CABA.
Desviar
la atención, ponerse la divisa punzó, andar diciendo boudoudeces
(los poetas son grandes inventores de palabras). El macrokirchnerismo
es así: pirómano, desvencijado (lo atamo con alambre), se hace
amigo del juez y no le da de qué quejarse.
Silban
las llamas en las noches ventosas de un marzo atormentado (la
repetición es la sal del poema) y no es como en Berlín, donde el
sentido (de las llamas, de la muerte) se presta a una hermenéutica
(ésta o aquélla).
Aquí
diremos que tal miente, que tal desvía la atención, de aquel que es
petimetre y de aquella que es soberbia. Mientras tanto, los fantasmas
de los muertos (38 de la crisis, 51 en-trenados, los qom, Dios mío,
tantos otros) bailan alrededor de las fogatas de alta gama. La
tilinguería pretende gobernar el caos, mandar la mugre debajo de la
alfombra.
Ninguna
oda al ganado y a las mieses, ningún cantar de las siniestras
hermanitas perdidas. Una elegía en protesta por la vida.
ni bien leí las primera noticias paranoides pensé que se trataba de una escena de montserrat. si no te dedicás a la poesía, deberías hacer una regreso de álvaro bustos-quemacoches
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